El Hilo de Ariadna

El hilo de Ariadna – I

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Los laberintos ejercen una poderosa atracción. Internarse en ellos es como presenciar una película de terror, que nos llena de miedo aun sabiéndonos a salvo, pues significa adentrarse en un enredijo de caminos, con el reto de encontrar la salida y la adrenalina acelerando el ritmo cardiaco, al pensar en lo qué ocurriría si no fuéramos capaces de escapar y quedáramos allí, atrapados.

Laberintos hay muchos, reales y ficticios: entre los primeros, destacan los de jardinería, que se forman con setos plantados y recortados a propósito para confundir al paseante, que abundan en muchos palacios europeos, aunque uno de los más famosos sea producto del cine, cuando en la cinta El Resplandor, de Stanley Kubrick, el pequeño Danny escapa de su desquiciado padre, quien lo desea hacer cachitos con un hacha, bajo una copiosa nevada.

Recuerdo que, cuando niño, eran muy populares los “laberintos chinos” de las ferias, formados por múltiples cristales y puertas que causaban hilarante confusión y producían no pocos “topes” de los clientes contra los cristales. Tal vez desaparecieron por tantos chipotes que causaban. Están también los laberintos etruscos, excavados en las colinas de Umbría y Toscana (Italia) con propósitos misteriosos, muy visitados por los turistas.

Fotograma del laberinto en El nombre de la Rosa.

Entre los ficticios, uno de los más recordados es la biblioteca-laberinto en la que Guillermo de Baskerville y su ayudante, Adso de Melk, penetran a escondidas para tratar de resolver los crímenes de una abadía en la famosa novela El nombre de la Rosa, de Umberto Eco, llevada posteriormente al cine con la actuación estelar de Sean Connery en el papel de monje-detective.

Laberintos abundan igualmente en los videojuegos, pues precisamente entre los objetivos más comunes están hallar salida a distintos caminos, localizar sitios u objetos ocultos, recorrer pasadizos secretos, tuberías bajo tierra, etc.

Teseo y el Minotauro

Sin embargo, posiblemente el más famoso de los laberintos sea el que, de acuerdo con un conocido mito griego, mandó edificar el rey Minos de Creta para encerrar al Minotauro, monstruo mitológico mitad hombre y mitad toro, concebido por la esposa del monarca luego de sus amoríos con un maravilloso toro blanco. ¡Qué cosas!

El relato señala que para encerrar al monstruo, que solo consumía carne humana, se encargó a un inventor de nombre Dédalo levantar la obra, en la ciudad de Cnosos. Una vez dentro, cada cierto tiempo se ofrendaban al Minotauro, para ser devorados, siete efebos y siete doncellas de Atenas, ciudad sometida por los cretenses. Por el nombre de su constructor, a los laberintos también se les conoce como “dédalos”.

Ruinas del palacio de Cnosos, en Creta (Grecia).

La narración llega a su clímax cuando un joven ateniense llamado Teseo es elegido para ser sacrificado. Hábil, inteligente y apuesto, una vez en Creta enamora a Ariadna, la hija de Minos, quien le ayuda para dar muerte al Minotauro y salir del laberinto. No sabemos bien cómo mató a la bestia, ya que hay varias versiones, pero sí cómo halló la salida: la princesa le dio un ovillo de hilo cuyo cabo ató a la puerta y fue desenrollando para, una vez cumplida su misión, seguirlo de regreso hasta escapar.

La idea del hilo es retomada en la citada película El nombre de la Rosa, cuando el atolondrado Adso por fin acierta una y, gracias a una hebra que va deshilando de su hábito monacal, logra, junto a su maestro, encontrar la salida de la laberíntica biblioteca.

Cnosos existe. Cuando sus ruinas fueron excavadas por el británico Arthur Evans, se descubrió un inmenso palacio con múltiples pasillos, escaleras, habitaciones, corredores y plazas, que confunden a cualquiera. Y además, se localizaron objetos, pinturas y monumentos con motivos taurinos. ¡Un lugar laberíntico donde se adoraba al toro!

El dédalo guanajuatense

La ciudad de Guanajuato es hermosa por varias razones: el marco espectacular de sus cerros y montañas, su cielo limpio e intensamente azul y su peculiar arquitectura, pero no sólo la de sus edificios emblemáticos, sino la de sus construcciones típicas, que siguen el cauce de lo que fueron arroyos que desaguaban en la cañada principal y que ahora forman un intrincado conjunto de callejones.

Callejones de Guanajuato (fotografías: Benjamín Segoviano)

Se dice que hay más de 3 mil de estos callejones, pero cada día se crean más, conforme las viviendas trepan por los cerros y conforman empinadas y retorcidas rutas, que vale la pena recorrer, aunque, por diversas razones, es difícil conocerlos todos: muchos no se ven a simple vista, otros han sido literalmente privatizados y en varios más existe cierto riesgo para la seguridad personal.

Sin embargo, este artículo es el primero de un largo intento por desentrañar ese laberinto; la descripción, cual hilo de Ariadna, que nos guíe en una serie de recorridos por esas rutas en las que transcurre la vida cotidiana de muchos guanajuatenses y que son seña de identidad de esta ciudad de leyenda.