Hagamos de nueva cuenta un pequeño viaje al pasado y conozcamos algo más de las viejas estampas de nuestra historia, de nuestras tradiciones y personajes . En esta ocasión nos ocuparemos de la visita que hizo a Guanajuato, en noviembre de 1822, Joel R. Poinsett, quien se desempeñó como el primer ministro plenipotenciario de los Estados Unidos de Norte América en nuestro país.
Joel R. Poinsett nació en Charleston, Carolina del Sur, el 2 de marzo de 1779. Estudioso de la química, la botánica, la anatomía y la medicina, recibió instrucción en Connecticut, en Inglaterra, en Edimburgo y en Lisboa. Posteriormente estudió derecho y a la muerte de su padre recibió una cuantiosa herencia que le permitió llevar una vida holgada y viajar por diferentes ciudades europeas y por toda Rusia.
Se considera que a principios del siglo XIX era el norteamericano más enterado de los asuntos europeos y de las ambiciones expansionistas de Francia e Inglaterra. Por ello el presidente de los Estados Unidos, James Madison, lo designó agente especial “espía” en América del Sur, entre 1810 y 1814, con el propósito de seducir a los rebeldes independentistas a negociar con los norteamericanos. De vuelta en su país se desempeñó en diversos cargos públicos, principalmente en Carolina del Sur.
Luego, en 1822, fue enviado especial a México en donde desplegó sus habilidades para sembrar la intriga entre los diferentes actores políticos de la recién conformada nación mexicana. Poinsett venía a recopilar información sobre las condiciones imperantes en México, después de la independencia, para poder orientar las decisiones de la política norteamericana sobre nuestro país.
La experiencia de Poinsett fue recuperada por él mismo en dos libros: Notes on México, 1822; y The present political State of México. A previously condition of México in 1822, prepared for the United States Secretary of State.
En el primero de ellos describió algunos aspectos de la sociedad, la cultura y la economía mexicana y es justo en donde deja algunas de las impresiones que le causó su visita a Guanajuato hace casi 200 años. Se trata, a decir del propio Poinsett, de una serie de cartas dirigidas a un amigo que no tenían el propósito de salir a la luz pública, pero el gran interés de la sociedad norteamericana sobre México lo convenció de la conveniencia de su publicación.
Poinsett llegó al puerto de Veracruz en octubre de 1822 donde se entrevistó con Antonio López de Santa Anna, luego visitó Jalapa, Puebla, la Ciudad de México y otros puntos de la geografía nacional antes de viajar a Guanajuato.
En noviembre de ese 1822, Joel R. Poinsett salió de la Ciudad de México con rumbo a Guanajuato. El agente confidencial de los Estados Unidos viajaba en un coche especial tirado por diez mulas y provisto de armas, colchones y algunos pollos.
El interés por visitar nuestra ciudad surgió luego de la lectura del Ensayo Político sobre la Nueva España de Alexander Von Humboldt que era, al parecer, su libro de cabecera durante su estancia en nuestro país.
La impresión que se fue formando de los mexicanos era, por decir lo menos, terrible, nos consideraba los hombres más bajos y casi todo le parecía repugnante. Le disgusta la forma de gobierno y la figura de Agustín de Iturbide, desprecia al pueblo y le provocan asco los pobres y mendigos que piden limosna, nuestros usos y costumbres le parecían absurdos y producto de la falta de urbanidad.

Pero pronto, al comenzar a recorrer el fértil Bajío guanajuatense se sorprendió del paisaje que se mostraba ante sus ojos escribiendo pasajes como el siguiente:
“… Dejando atrás Apaseo, penetramos a esa rica comarca que se llama el Bajío, de que hemos oído hablar tanto como la región más hermosa de México; hasta donde hemos podido ver, su reputación es merecida. Es rica y fértil y está cuidadosamente cultivada; produce a la perfección todos los frutos de Europa y muchos de los peculiares del trópico…”
Cuando por fin visitó Celaya le pareció una ciudad bien planificada, fue conducido por el notable arquitecto Francisco Eduardo Tresguerras, quien recibió los elogios de Poinsett relativo a sus más destacadas construcciones.
Poinsett también hizo algunos halagos a la sociedad de Celaya en donde notó una mayor presencia de gente “blanca”, especialmente a las mujeres que le parecieron muy guapas. Acudió también a una cena en donde fue interrogado incesantemente por los contertulios que eran sacerdotes y comerciantes.
Su viaje se reanudó pasando por los paisajes de Salamanca, Irapuato y Silao, de nueva cuenta se mostró sorprendido por el paisaje y la gran capacidad productiva del Bajío guanajuatense y de las técnicas empleadas por los agricultores.
Hizo una parada en un rancho para comer y refirió: “…como siempre encontramos que la gente era cortés y servicial y nos proveyeron abundantemente de gallinas, huevos y leche. Las gentes que nos rodearon ahora en la mañana eran de todos los matices, desde el negro hasta el blanco; la mujer que cocinó nuestro alimentos se jactó de que su niño era hijo de gachupín; era el que tenía la piel más blanca. El mestizo más oscuro tenía el pelo lacio. Las mujeres nos rogaron que les pagaramos con licor en vez de dinero y se mostraron encantadas con un pequeño obsequio de aguardiente…”
Poinsett y sus acompañantes retomaron el camino y pasaron por la Hacienda de Burras y posteriormente por Marfil, donde comenzó a plasmar sus impresiones sobre Guanajuato:
“…Llegamos a la puerta de Marfil, suburbio de Guanajuato, sin haber visto todavía la ciudad: tan enterrada está en las barrancas de las montañas. Al dejar atrás la puerta de Marfil nuestro coche siguió por la cañada osea el cauce de un río encerrado entre cerros rocosos, que por esta ruta es la única entrada a la ciudad. Pasamos por algunas grandes haciendas de plata, unas cuantas hermosas casas y muchísimas ruinas, tristes consecuencias de las recientes guerras civiles…”
De pronto la ciudad de Guanajuato empieza a desplegarse ante los ojos de Poinsett, quien sorprendido no pierden detalle de lo que ve y luego escribió:
“… No puede haber nada más ruinoso y lúgubre que el acceso a la ciudad; pero al abandonar el cauce del río subimos por una roca escarpada y entramos a una calle que bordeaba una barranca apoyada en una alta pared de piedra con casas a un lado solamente. Pronto nos encontramos en el corazón de la ciudad, serpenteando por calles tortuosas y angostas y atravesando plazas abiertas que no merecen la denominación de “squares” o plazas cuadradas, ya que eran de forma irregular y dificil de describir; casi todas ellas estaban llenas de puestos de vendedores. Las casas presentan un aspecto muy singular, son amplias y bien construidas, de piedra labrada, pero se acaban de pintar las fachadas con los colores más alegres; el que más domina es el verde claro y hay algunas que ostentan los matices de las tres garantías del Plan de Iguala. El blanco, el verde y el rojo son ahora los colores nacionales de México…”
Ya instalado en un tradicional mesón de nuestra ciudad que le preció cómodo, Poinsett se dedicó a indagar sobre la situación de la minería. Mostró especial interés en la mina de Valenciana, descendió hasta lo más profundo y quedó maravillado con la grandeza de la misma.
Luego de visitar la mina fue agasajado con un almuerzo que disfrutó con singular alegría y que provocó que emitiera, por primera ocasión, expresiones de agrado hacia la comida mexicana. Luego fue a Marfil, donde visitó la hacienda de Barrera para presenciar el proceso de beneficio de la plata, el trabajo en los molinos y todo lo que ocurría ahí, la hacienda de Barrera “…un edificio espacioso dividio en tres patios: uno para preparar los minerales, y los demás para caballos y mulas. La fachada es de dos pisos, labrada primorosamente y es una casa habitación de las más agradables…”
Poinsett asistió después a una reunión en la que pudo disfrutar de la hospitalidad de nuestra gente y fue este último testimonio que registró sobre su visita a Guanajuato hace casi 200 años:
“… Fuimos invitados a compartir un agasajo que se nos había preparado. Los helados estaban también hechos y los había en no menor variedad de los que hubiera visto jamás en Italia. Nos retiramos a nuestra posada para hacer los preparativos de la jornada de mañana, muy contentos y complacidos por todo lo que habíamos visto y por las atenciones con que se nos había tratado…
Los habitantes de Guanajuato, a juzgar por lo que vimos, son vivos, inteligentes y bien informados. Con nosotros se mostraron extremadamente amistosos, hospitalarios y atentos, nos despedimos de ellos con sentimiento …”
Fue así como transcurrió la visita a Guanajuato de ese controvertido personaje de la historia que ha sido calificado como un espía en favor de los intereses norteamericanos, luego se desempeñó como el primer ministro plenipotenciario de los Estados Unidos de Norteamérica, se le consigna también como un fuerte impulsor de la masonería yorkina en nuestro país y, se cuenta también, que fue él quien se llevó de Taxco la hermosa planta de Flor de Nochebuena (Euphorbia pulcherrima), conocida también como flor de Pascua, pastora, estrella federal o cuetlaxóchitl, que luego, en 1929 fue presentada comercialmente en una fería en Fildelfia con el nombre de Poinsettia.