El espacio de Escipion

Loretito a Loretazo, enredados en la 4T

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El origen del periodismo es político. El origen de la prensa política y la formación de opinión pública se transformó de la necesidad colectiva de saber qué pasa a nuestro alrededor a la disputa por construir versiones de la realidad según quién la cuente. Desde sus orígenes, estrategas políticos han usado a los medios como parte fundamental para imponer sus versiones y, como lo han dicho desde MacLuhan hasta Chomsky, dominar las conciencias de las masas. La disputa por la verdad termina matando todas las verdades y, en este juego, es la sociedad la que pierde, porque no tiene certeza de qué está pasando en el momento y cuando los hechos se hagan historia, ésta podría ser tan sesgada o falsa como hemos visto muchas veces.

Esa finalidad que se tardaba en largas y tensas disputas entre los medios tradicionales pasó ahora a ser espectáculo en las redes sociodigitales, esa arena donde todos traen un rifle, una pistola, un puñal o una flecha para aniquilar al enemigo por medio de posteos, memes o tuitazos.

Por supuesto, todo lo que hemos estado leyendo, escuchando y debatiendo en estos días forma parte de un duelo de estrategas de la información política por imponer su verdad, borrar a la otra y de plano, descalificarla. Son estrategias de información y contrainformación como pasan en otros lugares del mundo occidental, que utilizan diversas tácticas para crear el ambiente propicio para que sus objetivos cuajen, se expandan y dominen.

El caso de Carlos Loret de Mola es un ejemplo para analizar con cuidado, porque más allá de las descalificaciones a su papel de periodista o mensajero, se trata de un instrumento mediático para desgastar sistemáticamente a la figura presidencial, empleando información sensible del entorno familiar, complicada de obtener y más de comprobar para hacerla efectiva y creíble ante la sociedad. Sí, sin duda hay intereses políticos y económicos, pero su trabajo hasta ahora ha sido legítimo y conforme más lo victimizan más crecen su misión.

Primero, buscaron que sus foros neutralizaran al “ministerio de la verdad” de las mañaneras y después, para poner en predicamento la narrativa presidencial. Hasta hace poco, este plan tuvo efectos nulos, sin impacto sociopolítico. El medio es el mensaje, decía MacLuhan, y quizá por ello es que quizá Loret de Mola y otros periodistas con intereses políticos antiobradoristas detrás tuvieron poca o nula conexión con los ciudadanos que tampoco comulgan del todo con el actual gobierno.  

Pero vino la segunda fase. “Lord Montajes” o “Loretito”, valiéndose de un mecanismo cuidadoso de divulgación: dos o más empresas mediáticas como respaldo, y no todas nacionales; instalarse en los Estados Unidos y someterse incluso a la protección de las leyes de ese país y, contar con una red de aliados mediáticos anticuatroteros; ha dado varios golpes que la autollamada 4T no se había logrado sacudir y ni evitar que los temas pasen sólo de una coyuntura: los señalamientos de conflictos de interés del titular del Instituto Mexicano del Seguro Social y una nómina que incluye a varios propagandistas que no trabajan ahí; las casas de Manuel Barlett que dice son de su pareja; los videos de los hermanos Pío y Martín López Obrador; los contratos a la prima Felipa Obrador y ahora, metiéndose directamente con los hijos del presidente, empezando la relación de José Ramón con Carolyn Adams.

Y aquí sí pegó: el tal “Loretito” se convirtió en un “Loretazo” que es el dolor de cabeza del presidente de la República. El tema del hijo del presidente va por su tercera semana en la picota de las redes sociales porque los funcionarios federales, los gobernadores, los comunicadores oficiales, periodistas y moneros afines y muchos usuarios de redes sociales, han picado como “tontos útiles”, como se dice en el argot de los estrategas de la contrapropaganda, para hacer más grande y de mayor dimensión lo que Loret divulgó como “la mansión de Houston” que, en resumidas cuentas, contradice toda la moral que AMLO pide a los mexicanos llevar a cabo: el repudio al aspiracionismo, a la vida “Fifí”, a los lujos, las mujeres atractivas, a valerse del influyentismo o los favores bajo sospecha de corrupción y al modelo neoliberal como el que se vive en EEUU.

No lo van a reconocer, dado que en Palacio la soberbia reina por todos lados, pero en este tipo de guerra propagandística la verdad es la primero en morir y la “casa de Houston” pinta para convertirse en la peor crisis de imagen pública de AMLO, de su gobierno, de su familia, de su discurso, de su credibilidad.

El enganche a la estrategia de desgaste sigue avanzando, porque los vacíos de información de los señalamientos están llenándose con reacciones predecibles y algunas, incluso, viscerales que sólo hacen ver ante el mundo a AMLO como un gobernante intolerante, vengativo y despótico. Que si un desplegado de gobernadores, que nuevos hashtags para decirle al presidente que no está solo, que todos los moneros e influencers cierren filas, que una marcha y mítines en su defensa.

Reactivos y predecibles, no hay gabinete de crisis de la comunicación presidencial y el dominio de la narrativa oficial está en declive.  Sin un plan de contención, al cierre de su sexenio este tema podría estallarse y complicarle una salida presidencial en paz social. Tres días consecutivos y diversas cuentas en redes sociales tuvieron a Loret como mártir de las “mañaneras” y, aunque no lo crean, no faltó quien lo quisiera hacer prospecto presidencial.

La actual circunstancia por la que atraviesa nuestro país es que el diálogo entre el Estado, sus representantes y la sociedad está extraviado. Los actores políticos han dejado de enfrentarse directamente y han dejado que sean los mensajeros los que crispen y polaricen a la formación de opinión y, peor aún, a la sociedad.

Para el titular del Ejecutivo federal esta circunstancia le está afectando porque su forma de engancharse y de reaccionar ya dejó de ser tema coyuntural, local y nacional, pasó a tener la atención internacional y la imagen y liderazgo que afianzó por décadas se está diluyendo si no responden con mayor inteligencia y menos virulencia.

Convendría que el equipo presidencial de comunicadores y asesores involuntarios, encabezados por Jesús Ramírez, Jenaro Villamil y Epigmenio Ibarra, pongan cabeza fría, control de daños, autocrítica y corrección del rumbo, pero, sobre todo, por fin definir una política de comunicación social porque la actual circunstancia han provocado que la deslealtad de funcionarios federales siga siendo capitalizada por sus adversarios, filtrando información sensible por todos lados, un exceso de estigmatización del trabajo periodístico y la libertad de pensamiento, linchamientos descontrolados, vulgarización del debate político con actores impresentables como los youtuberos e “influencers” y una crisis en la industria periodística nacional, mientras criminales siguen asesinando comunicadores. 

El saldo de esta lógica nos está llevando a cancelar toda posibilidad de diálogo. Los actores que deben participar en su construcción simplemente no están entendiendo la gravedad del asunto, pues cuando no hay espacios, no hay ninguna negociación y entonces quienes aprovechan estos vacíos son poderes fácticos que esperan esos ambientes para operar.

Contacto: feleon_2000@yahoo.com