Ecos de Mi Onda

La Fuerza del Estado

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Para un pueblo genuinamente interesado en el desarrollo integral de la sociedad, el propósito de inculcar desde el poder, un supuesto amor a la patria erigiendo mitos, es un signo real de necedad, prepotencia e ignorancia.

J.J. Guzmán

Ha transcurrido un período que rebasa los tres años, en el que nos hemos visto abrumados por una ráfaga permanente de comunicados, que surgen diariamente de las conferencias que ofrece el presidente de la república a través de los medios oficiales, y que han sido bautizadas como “las mañaneras”. Un monólogo de alrededor de dos horas, que luego se extiende con resonancia exhaustiva, casi de inmediato, a través de los medios electrónicos de difusión a todo lo ancho y largo de la nación, en los que se repite, se analiza y se comenta hasta la saciedad, cada una de las frases y gestos del mandatario.

Me he dicho varias veces a mí mismo que estoy harto, que ya fue suficiente, pero no, al día siguiente ahí estoy nuevamente en los noticieros atestiguando el caudal de noticias y sintonizando periódicamente la mañanera, sólo para confirmar que, efectivamente, el presidente ahí está, incansable, con su voz pausada, dando la nota, sobando y sobando los temas de siempre para que no pierdan vigencia, así como los que van surgiendo, seleccionados de acuerdo a fines que de alguna manera pretenda cumplir, aderezados con cápsulas triviales de historia, sesgos sarcásticos, adjetivos interminables, además de ocurrencias derivadas de su singular interpretación de los acontecimientos.

Me considero un ciudadano común y corriente, pero convencido de tener la libertad para expresar mis ideas, en un país ciertamente heterogéneo en muchos sentidos, con una gran desigualdad económica y social, y una serie de problemas bastante serios que siguen constituyendo una deuda pendiente, para un estado mexicano cuya democracia continúa en fase adolescente. Soy una persona mayor, que ha atestiguado regímenes corruptos e ineficientes a lo largo de toda mi vida, en un país que ha dilapidado miserablemente su riqueza, con una muy buena parte de ella en los bolsillos de políticos perversos.

Nunca he podido ver, desde mediados del siglo pasado a la fecha, un gobierno dispuesto a formular seriamente un proyecto de nación descrito con claridad, inteligente, articulado, coherente, evaluable en objetivos y metas, que haya configurado escenarios deseables y realizado acciones conducentes para progresivamente afianzarlos y consolidarlos convenientemente. El desempeño gubernamental se ha sostenido absurdamente en políticas sexenales, interrumpiendo proyectos para iniciar nuevos, estableciendo lo que ya puede considerarse como paradigma: “Todo lo anterior estuvo mal hecho, pero ahora el cambio sí va en serio”. Señuelo electoral que a lo largo del tiempo había venido funcionando sin contratiempos, pero que para el sexenio de Peña Nieto, se consideraba había alcanzado el límite de la credibilidad, pues la sociedad mexicana empezaba a manifestar con firmeza su hartazgo.

Pero esta animadversión no fue suficiente para romper la inercia, pues reapareció en la escena política el candidato tozudo, que logró capturar con argucia, no sólo las expresiones de protesta, sino también los resentimientos acumulados por las condiciones persistentes de inequidad e injusticia, creando con ello un nuevo rostro, una figura totémica protectora, paternal, reivindicadora de las más nobles causas sociales. Una alforja cargada de promesas centradas en el combate a la corrupción, una indumentaria de honestidad y generosidad dadivosa para con los más pobres.

Por desgracia, el balance de tres años de gobierno, sólo suma abundancia de palabras, imperturbable centralismo, desmantelamiento de instituciones, señalamiento de culpables, mediocridad en el ejercicio de la administración pública, linchamientos mediáticos, argumentos ideológicos endebles. Malos resultados oficiales en salud, educación, economía y seguridad, paradójicamente en detrimento de los más pobres, además de alentar cupularmente la confrontación y la división de la sociedad. Sin embargo, la presidencia mantiene aún altos índices de aprobación, sostenidos fundamentalmente por la distribución de recursos económicos a través de programas asistenciales, muy alejados de objetivos estratégicos de desarrollo social, sin procesos confiables de evaluación y completamente ajenos a un sistema razonable de sustentabilidad, pero, eso sí, directamente ligados a fines electoreros.

En el lapso del gobierno actual, la distribución de la mayor parte de los cargos de responsabilidad, tanto de dirección como de operatividad, han sido designados en forma insensata bajo el principio del valor de la honestidad por encima de la importancia de la capacidad, lo que para fines concretos, se resume en el mérito de la lealtad zalamera sobre la trascendencia del perfil idóneo y la experiencia para el desempeño laboral, sin tomar en consideración que los sistemas operativos deben funcionar correctamente, con medidas enérgicas y eficaces para vigilar y detectar oportunamente, cualquier vestigio de corrupción, pues aun los colaboradores revestidos de santa honestidad, flaquean al sentir las tentaciones que ofrece un sistema blandengue. De esta forma, la realidad exige criterios diametralmente opuestos. No es con colaboradores leales y honestos, aunque sean tontos, como se resuelven los problemas de corrupción; la eficacia funcional se sustenta en colaboradores talentosos, laborando bajo medidas preventivas ejercidas con firmeza, aplicando las sanciones y medidas correctivas a las desviaciones normativas, conforme a derecho y sin ningún rasgo de impunidad. Es decir diseñar y operar procesos a prueba de corruptos. Esa sería la verdadera transformación con respecto a la corrupción endémica que hasta hoy ahoga al país.

Desde luego que la iniciativa de un proceso realmente transformador en este sentido, debe surgir por necesidad de un liderazgo que reúna virtudes  en el arte de gobernar, libre de compromisos que conlleven conflictos de interés, integridad moral y ética, visión de desarrollo social con equidad y justicia, capacidad de convocatoria, demostrada aptitud en planeación estratégica y trabajo en equipo, concepción clara de un proyecto pertinente, deseable y consensuado de nación. Es evidente que este perfil difícilmente se presenta entre quienes sólo han tenido experiencia en la alharaca de manifestaciones acarreadas y toma de pozos petroleros. Hablamos de un liderazgo encarnado que, lamentablemente, hoy resulta poco probable de encontrar, aun iluminando los espacios nacionales con la lámpara de Diógenes.

Nada es perfecto, pero lo ideal sería promover entre la sociedad mexicana la reflexión del voto, ser más exigentes, obligar a los candidatos a dejar de lado las promesas demagógicas, populistas e imponerles la condición imprescindible de presentar un proyecto de nación que convenza a la población de su pertinencia social en salud, educación, cultura, seguridad, economía, ciencia y tecnología. Un presidente no trabaja solo, en todos los casos de éxito hay un equipo funcional de trabajo y una sociedad convencida que realiza convenientemente sus funciones individuales y sectoriales, a sabiendas de que el objetivo fundamental del quehacer gubernamental, está enfocado al bienestar común.

El gobierno actual se precia de ser de izquierda, pero identificado con la corriente del socialismo del siglo XXI resulta contradictorio y en realidad parece más actuar como los regímenes de finales del siglo XIX y principios del XX, con un centralismo que raya en lo obsesivo y el brote de un culto a la personalidad que lo acerca al fascismo, al punto de ahora pretender celebrar el natalicio del presidente como día festivo nacional.

El destacado político Jesús Reyes Heroles, ideólogo del PRI, acuñó la famosa frase “En política, la forma es fondo”, muy utilizada por el mandatario. Bajo este contexto, resulta muy ilustrativa la forma como el gobierno manejó el episodio de la resolución del Parlamento Europeo del 10 de marzo del 2022, aprobada con 607 votos a favor, 2 en contra y 73 abstenciones, que manifestó que “México es desde hace mucho tiempo el lugar más peligroso y mortífero para los periodistas fuera de una zona oficial de guerra” y solicitó a las autoridades mexicanas brindar mayor seguridad a periodistas y defensores de los derechos humanos. Cabe señalar que el análisis situacional europeo no se sacó de la manga del saco, se basó en los datos oficiales sobre los homicidios en lo que va del presente sexenio y que suman la muerte de 47 periodistas y 68 activistas de derechos humanos. 

La respuesta presidencial no se hizo esperar y en una nota elaborada con muy poco tacto diplomático, según se reveló en la misma mañanera, fue el mismo presidente y el vocero de gobierno, quienes respondieron directamente al parlamento europeo en tono visceral, lamentando que se sumaran como borregos, a los opositores locales de la transformación nacional. A la resolución la tildaron de panfleto y a los parlamentarios los acusaron sin pudor de maniáticos injerencistas, que aún piensan que México es tierra de conquista. Resulta preocupante la actitud impulsiva presidencial, en un caso que requería indudablemente de una pausa y solicitar la presencia de la cancillería, para responder serena y firmemente con argumentos sólidos. Es importante apuntar además que, revisando los antecedentes, se tiene el caso de una resolución similar, emitida el 23 de octubre del 2014, siendo presidente el priista Enrique Peña Nieto, en la que el parlamento europeo fijó su postura sobre la escalada de violencia y violación de los derechos humanos, en el contexto del caso de la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, hecho que en ese momento fue aplaudido por el ahora presidente de la nación, calificándola de oportuna y de ninguna manera injerencista.

Como siempre, la nefasta sombra política opacó el problema real de violencia en el país y la importancia de revisar las estrategias para resolverlo pertinentemente.

Sin embargo, la forma no terminó aquí y es otra frase memorable, ahora del mismo mandatario: “Un presidente lo sabe todo, incluidos los actos de corrupción”, la que hace patente la inclinación facciosa natural del presente gobierno, expresada a continuación en un manifiesto impulsivo, pero revelador, en el cual los senadores del partido oficial aclamaron la respuesta presidencial al parlamento europeo. Esta joya dice: “El presidente Andrés Manuel López Obrador encarna a la nación, a la patria y al pueblo; los opositores al presidente, por consiguiente, buscan detener los avances para darle al pueblo de México un futuro más digno. Las senadoras y senadores de Morena, estaremos apoyando de manera incondicional al Presidente de la República, quien simboliza los ideales de la nación, de la patria, del pueblo, de la independencia, de la soberanía, de los intereses y del bienestar nacional, por ende, los que se oponen al Presidente de México no son más que un puñado de mercenarios que al ver sus privilegios mancillados, luchan con todo su poder económico para que prevalezca el viejo régimen en el que podrían hacer sus negocios sucios en la obscuridad, Son ¡unos traidores a la nación, a la patria y al pueblo!”

En términos facciosos, el oficialismo se priva de pensar que no es oposición a la transformación del país hacia mejores condiciones, sino solamente, que existen desacuerdos sobre varios de los caminos que este gobierno está tomando para hacerlo. Un presidente lo sabe todo, por tanto, el presidente tenía que estar enterado de esta carta de apoyo incondicional, que constituye clara intención de un culto fascistoide a la personalidad, como también lo es esa sospechosa vehemencia por impulsar a toda costa un proceso que falsamente se denomina Revocación de Mandato, utilizando mañosamente un instrumento democrático con fines claramente demagógicos.

El poder reside en el pueblo, se dice en el argot político. Pero no es así cuando el gobierno se asume como el pueblo y utiliza para ello la fuerza del estado.