Histomagia

LUZ DIVINA

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La historia que hoy contaré es una historia tétrica que incluye letras, brujas y preguntas que no deben hacerse. Muchas personas que se niegan a sí mismas la pérdida o partida de un ser querido tratan de seguir en comunicación con los seres muertos es por lo que compran ouijas para seguir teniendo contacto.

Juan siempre quiso quedarse en esta vida, amaba la vida, pero un fatal accidente lo llevó al más allá. Muy a su pesar su mamá María, decidió irse de esa ciudad y vino a vivir a Guanajuato. En el callejón de Cantaritos encontró una de las casas más cómodas para ella sola, era de esas casas cuatas, es decir, ambas casas eras igualitas, nuevas, remozadas, y en un lugar tranquilo, generalmente no veía a nadie, pensó que eran pocos vecinos, qué más podía pedir. Su vida, desde ese terrible accidente, ha sido muy triste, sin su amado hijo, empezar de nuevo en esta ciudad fue un bálsamo conociendo gente nueva en su trabajo, lugares, amistades. Así conoció a Ana, mujer joven de unos treinta y tantos años, su vecina que vivía en la casa contigua, en la casa cuata, ella era una buena mujer quien quiso siempre tener la compañía de una hermana, fue huérfana a muy temprana edad, al menos eso es lo que le contó a su nueva amiga. Para lograr tener ingresos, Ana se dedicó a leer las cartas del tarot, a hacer hechizos de brujería blanca, a hacer limpias, y a leer la ouija. María era abierta de mente, y sin problema respetó y escuchó amablemente a su vecina.

Una noche, ya platicando ahí en pleno callejón, María le preguntó si pudieran conectarse con Juan. Ana le dijo que sí, pero que debía tener cuidado, invocar a los muertos no es mostrarles respeto, ni mucho menos amor, debemos dejarlos partir, ya no están con nosotros. María desencantada, y entendiendo el amor que le profesaba a Juan, dejó en paz el tema y mejor subieron a casa de Ana a tomar un café.

Siguieron su plática y Ana le invitó un pedazo de pay, ella aceptó gustosa, el antojo de algo dulce sería satisfecho por fin, pensó. Cuando Ana abrió el refrigerador María alcanzó a ver perfectamente una tabla ouija cuyas letras se movían de lugar, como contentas. Sin pensarlo, le preguntó a su amiga que por qué tenía la ouija ahí. Ana sonrió y le platicó que la ouija es como un ser vivo, la tabla come y bebe y debe tenérsele respeto, la mayoría de las personas no lo saben, por eso la fatalidad les sigue luego de consultarlas y arrumbarlas en un rincón. Se le debe de agradecer cada consulta con agua, fruta, comida y un pay. María miró de inmediato su postre, y dejó caer la cuchara con el primer bocado al plato. Ana tenía la mirada puesta en su amiga, pero la mirada no era la de siempre, ahora era macabra, sus ojos sombríos se tornaron ahora más oscuros, comió la cucharada de pay de postre que se le había caído a María, y sonriendo le dijo que no se asustara, que la ouija a veces la poseía, pero que no era un espíritu malo. Sin ni siquiera pestañear, sólo atinó a decir que no se preocupara que mejor ya se iría a dormir, ya era tarde y era necesario descansar. Ana le dijo que exactamente, que ya era necesario que descansara para que se uniera a su amado hijo Juan.

Al escuchar estas palabras. María quiso correr a la puerta, pero una mano huesuda, la tomó del brazo quemándole la piel, volteó y vio el rostro de un ser horrendo, Ana ya no era Ana, era un ser repulsivo hambriento pues quiso comer el brazo de María, quien atinó a zafarse a tiempo, tomó el plato con el pay, y lo echó a la enorme boca de ese ser maldito que quería robarle la vida y su alma. Llorando y con la expresión de terror en su rostro, logró abrir la puerta, pero una fuerza extraña le impedía salir de la casa. Escuchó una carcajada, y sólo pidió que si era su momento su amado hijo lo recibiera en el otro mundo. Y fue entonces que vio a Juan envuelto en halo de luz, lo abrazó, cerró los ojos y se dejó caer en sus brazos. En ese momento, el ser maligno encarnado en Ana cegado por la luz del cielo, cayó de espaldas, y se disipó, quedando solo el cuerpo de Ana tendido en el piso de la cocina. María abrió sus ojos y llena de amor agradeció a Juan que apareciera y la protegiera con su luz. Juan sólo sonrió, y se dispersó en una lluvia de gotitas de luz divina. María volteó a ver a Ana, seguía tirada en el piso, su rostro era demacrado, su pelo era totalmente blanco, era una anciana, la casa estaba derrumbada, y lo que era el refri era un cántaro grande, de la que sobresalía una tabla ouija, muy antigua, con su madera corroída por el tiempo. No lo podía creer, salió corriendo de esa casa. Al siguiente día, salió temprano de su casa, volteó a la casa de Ana y solo vio ruinas, donde había estado una casa igualita a la de ella: nueva y recién remodelada, fue cuando se dio cuenta: Ana nunca había estado aquí en este mundo, era un espíritu maligno que quería alimentar de su miedo a su tabla ouija.

Dicen los que saben que la ouija sí es un medio de comunicación, pero el asunto es que muchas de las veces no sabemos con quién nos comunicamos, la ouija se alimenta de energía del dolor y miedo de la gente que no quiere aceptar que sus seres amados partieron de esta vida. La ouija no es un juego de mesa, es un juego macabro para conectar con seres de bajo astral, es por eso que quienes la alimentan con comida, la refrescan y la consagran su vida a ella pueden vivir las vidas con las almas que escogen para poder seguir frescas y lozanas. ¿Quieres conocer el Callejón de Cantaritos?, ven, lee y anda Guanajuato.