El espacio de Escipion

Nacionalismo, proteccionismos y estatismos…

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Vaya que al presidente de México le gusta tenernos siempre en la polémica, por una u otra razón. Ahora, envuelto en la bandera nacional, ha puesto al país a debatir sobre el nacionalismo, so pretexto del panel de consultas para desahogar las quejas de los gobiernos de Estados Unidos y Canadá por presuntas violaciones al tratado comercial tripartita (el T-MEC) en materia energética, y nos convoca a los mexicanos a defender a la patria y a escuchar su mensaje en la emblemática fecha del 16 de septiembre en la ceremonia del “Grito” y, seguramente, en un Zócalo a reventar.

Y para luego es tarde, porque ha colocado sobre la mesa un dilema poco debatible: ¿Estamos con él y los nacionalistas que defenderán la soberanía del país o nos colocamos del lado de “los conservadores” que, una vez más, traicionarán a la patria al manifestarse por ceder a las presiones de los Estados Unidos y Canadá?

El presidente en su papel de caudillo es capaz de conducirnos al sendero que se le antoje porque tiene a la patria seducida. Rafael F. Muñoz escribió un fascinante análisis sobre otro personaje que reunía características similares: Santa Anna, el dictador resplandeciente, describiéndolo: “Santa Anna es algo así como la quintaesencia del caudillo. Una adalid que puede cambiar de causa sin perder la lealtad de sus compañeros; que se contradice, sufre derrotas, huye, se esconde, capitula… mas jamás  pierde esa fuerza interior, medular, que le permite, al parecer sin esfuerzo, como consecuencia de un acto de naturaleza, encabezar siempre la situación”. 

La capacidad de AMLO para imponer su narrativa y su habilidad para colocar los temas en la agenda política, le permiten construir sus escenarios, colocar su reparto y hasta preparar los desenlaces posibles para que él los capitalice a su modo. Es un político tabasqueño cien por ciento formado por los grandes operadores políticos de su tierra natal. De ahí que, en estas semanas, el mandatario mexicano nos ha dado “las pruebas” de que hay un plan imperialista contra su gobierno, como lo son las acusaciones contra la presunta injerencia de empresas estadounidenses detrás de los amparos contra el Tren Maya, el plan imperialista para apoderarse de las últimas riquezas de la nación y la supuesta mano de la CIA detrás de Mexicanos Contra la  Corrupción y la Impunidad así como de LatinUs para seguir desestabilizando su administración a golpe de reportajes sobre las denuncias de corrupción en sus programas y obras estrella. 

Toda una estrategia de propaganda y una finalidad política que le permitirá afianzar su liderazgo y su narrativa de nacionalista revolucionario en un Zócalo atiborrado de personas que clamarán como él, envolverse en la bandera nacional y dar la vida si es posible para evitar una nueva invasión. Claro, esto es válido, pero no para enviar mensajes de sensatez a los ciudadanos y mucho menos evitar dejarle incendiada la casa cuando su dedito señale a la “corcholata” elegida.

Primero, habrá de precisar que desde la firma del otrora TLCAN, los socios comerciales de América del Norte han recurrido a esta figura de consulta al menos otras cuatro veces y en su mayoría han terminado en negociaciones entre las partes a través de modalidades de conciliación. Ya lo publicó Jorge Zepeda, quien además de analista es cercano al Canciller: los especialistas en negociaciones comerciales de los tres países han logrado en 28 años conciliar posiciones sin envolver a sus gobiernos en conflictos y estridencias. 

Y segundo, de 1994, cuando se afianzó el tratado norteamericano, al 2022, sólo fue la administración Donald Trump la que presionó y amenazó con sanciones económicas contra nuestro país a México por su inconformidad con los asuntos fiscales, la falta de garantías de la competencia energética, los temas migratorios y la política laboral aplicadas que, según el entonces presidente estadounidense, le estaban poniendo en riesgo su seguridad fronteriza y le estaban saliendo demasiado caras a su economía  y desventajosa para los sindicatos de su país.

Con las consabidas reacciones del entonces naciente gobierno de la llamada Cuarta Transformación —y que según prometió Andrés Manuel López Obrador dar detalles en un libro al concluir su gestión—, a la luz de los hechos, muchos de esos pequeños detalles sí fueron aceptados y hasta desfavorables para México (migración, por ejemplo) y algunas situaciones, como la del actual debate de política energética, se renegociaron por las presiones de Trump en la transformación del TLCAN en T-MEC que tanto aplaudieron los del equipo negociador del gobierno mexicano.  

Más allá de la especulación, y a sabiendas de que se prepararán distintas modalidades de conciliación de intereses, entre México, Estados Unidos y Canadá parece respirarse una vuelta al nacionalismo, al proteccionismo y al estatismo, lo cual no es un asunto nuevo para nosotros ni para el mundo, como ya se observa también en Europa.

Ha ocurrido lo mismo con gobiernos de izquierda que de derecha, como fue el caso de Grecia, cuando en 2012 la mayoría casi absoluta de la coalición de izquierdas Syriza, avivó las confrontaciones y las tensiones dentro de la Unión Europea, luego en 2016, vinieron los triunfos del Brenxit, la consulta en el Reino Unido que anticipó la llegada de Boris Johnson y en los Estados Unidos, con un estilo similar, Donald Trump abanderó la victoria con sus mensajes proteccionistas a los productores estadounidenses. 

A diferencia de estos políticos, Andrés Manuel López Obrador ha reconocido el valor de los compromisos económicos internacionales adoptados y firmados por él, tanto en el T-MEC como en el Tratado Transpacífico. Nada más alejado del proteccionismo o la ola neo estatista que acompañó a otros países que sí lo hicieron, a pesar de ser muy liberales, pero no armaron tanto ruido con sus banderas nacionales, ni mucho menos se dejaron atrapar por escenarios catastrofistas.  

CORCHOLATERO: A mediados de la década de 1980, siendo dirigente estatal del PRI,  Andrés Manuel López Obrador viajó a Cuba para conocer cómo funcionaba su sistema y su partido. Dicen que fue a invitación de Graco Ramírez y que el ahora presidente quedó fascinado, por lo que quiso implementar un sistema similar de disciplina, lealtad y participación popular tipo cubano en el priismo tabasqueño. Claro, los alcaldes y diputados priistas fueron a quejarse con Enrique González Pedrero acusando la ocurrencia de AMLO por imponer dicho modelo en el partido. Ahora como presidente de México y líder indiscutible del partido que él fundó, MORENA, sorprendió a muchos que se convocara a todos los ciudadanos a afiliarse al partido en el poder y convertirse en consejeros distritales, los cuales a su vez, serán la base de la pirámide del partido para elegir a los próximos candidatos. Como el famoso padrón electoral sigue desaparecido, la fórmula cubana para que cualquiera sea consejero ha sido aprovechada grotescamente por las tribus morenistas y, peor aún, por oportunistas que nunca han sido ni simpatizado por este partido como lo ha señalado correctamente Julio Hernández en La Jornada. Así, este fin de semana y de mes, los congresistas elegirán a los próximos consejeros nacionales que serán los que marquen las pautas y métodos de selección de candidatos, incluyendo la presidencial.  Para el anecdotario: “El sistema político cubano es monopartidista y se distingue porque el partido no es sujeto activo del proceso electoral; no postula los candidatos. Las organizaciones que integran la Comisión de Candidaturas se conforman en sujetos electorales, de tal manera de permitir la participación activa de todos los sectores populares aunando la pluralidad de intereses y fortaleciendo el papel de la sociedad civil, en la reproducción del consenso y por ello son las llamadas por ley a proponer los precandidatos, en ausencia de partidos electorales” (CEPA: “Cuba, sistema político–electoral, 2012).

Contacto: feleon_2000@yahoo.com