Histomagia

Almas infinitas

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Salir por las noches en esta ciudad es realmente una experiencia única, pareciera que los seres escondidos en los cruces de calles y callejones te encuentran en donde menos te lo esperas. Son el pan de cada día, de cada noche, de cada madrugada. Los vemos o a veces ellos quieren que no todos los veamos.

Alejandro, mi hijo, me narró la Histomagia que le contó uno de los taxistas más antiguos que trabajan por las madrugadas que este Guanajuato de sombras y almas en pena que pasean por todos los lugares, incluso los más recónditos y alejados de las luces del centro de la ciudad. Él le dijo que, aunque muchas personas piensan que hablar de fantasmas y aparecidos ya es un lugar común tanto que las historias que se cuentan no existen, esto no es así, le dice que si supieran que aquí esas historias son tan recurrentes… yo me atrevería a decir que son infinitas: tal cual son esos espíritus de almas muertas que se conjuntan con las almas vivas que somos nosotros y la inmensidad de turistas y estudiantes que son la población flotante que nos visitan de vez en vez y de cuando en cuando.

Pues bien, antier que tomó Alex el taxi ya muy noche para regresar a casa acá en zona sur, traía su guitarra junto a él en el asiento trasero del carro. Comenzaron a platicar sobre el clima, los usuarios, los turistas y demás tópicos de esta ciudad cosmopolita, de lo externo, de lo que se ve, de lo que quieren ver -le dijo- porque de lo que no quieren ver y que ven de eso nadie habla, se quedan ya con las leyendas típicas de Guanajuato y no dan cabida a las historias que muchos vivimos ahora, en la actualidad, en pleno 2023. Alejandro me dice que, mientras el Don hablaba, él vio por el retrovisor la cara del taxista, y sí: ya estaba ajada por el tiempo, las arrugas dan fe de una vida nocturna por el cansancio y la mirada puesta en la lejanía le dieron la idea de cuántas cosas y espectros no habrán visto esos ojos cafés en esas frías madrugadas con ventiscas heladas de la sierra…cuántas…Dios mío, desde ese pasado hasta la fecha. «Sí, esta ciudad es misteriosa, mágica, donde los aparecidos siguen aquí, aquí con nosotros», pensó Alex.

El Don siguió su relato, iban ya por las curvas peligrosas, donde las sombras de los árboles y el movimiento de las ramas cantan una canción tan antigua como los tiempos pasados de la ciudad, ese canto que no escuchamos, pero que se siente cada noche aquí, en el corazón; Alejandro cerró la ventanilla, el frío azul los acompañaba. Escuchaba como de vez en vez la voz del taxista tenía cierto temblor, no es para menos, por lo que iba contando, él vio de cerca un fantasma.

El Don le dijo que allá por la panorámica cerca de la prepa oficial y Guijas, una madrugada, ya casi para amanecer, un muchacho vestido de mariachi con su guitarrón, le hizo la parada, lo vio salir de un solar, de un terreno, en plena curva, lo vio de espaldas, de lejos, y cuando se acercó le vio clarito, clarito, su traje negro reluciente con la poca luz de las farolas de la calle, casi casi el traje era de levita, elegante era porque cuando se acercó vio la abotonadura de plata, y el moño negro, con una planchada camisa blanca, eso sí, con el sombrero bajo hasta cubrir su mirada, como que no quería que le vieran el rostro. El mariachi se subió a la parte trasera del carro con su instrumento y su sombrero puesto, el Don vio en el retrovisor que ese mariachi se acomodó el sombrero para no verlo, en un movimiento rápido el taxista alcanzó a ver sus ojerosos ojos, una mirada triste…y sólo atinó a decir: “¿A dónde lo llevo joven?” y sólo le dijo: “A la Compañía”, el Don entendió perfecto que al Templo de la Compañía de Jesús. De inmediato se apresuró a bajar por la Alameda. El silencio permitía escuchar la respiración del mariachi y afuera la armonía de las hojas que buscaban soltarse y ser una con la tierra, como tal vez ese ser que llevaba ahí nunca lo pudo hacer, porque a estas alturas -cuenta el taxista- el frío en el auto se hizo casi insoportable y en ese instante (¡Bendito Dios!) ya iban por San José. Detuvo el auto, el mariachi le dio un billete de cien pesos, de esos que traen a Nezahualcóyotl, el Don se distrajo un instante buscando el cambio para darle y ya con las monedas en la mano levantó la vista, y sólo vio la portezuela del carro abierta, y del mariachi ni sus luces. No pudo irse hacia la Calle del Sol, ni pudo subirse para la Alameda, ni mucho menos caminar por la calle hacia el Templo o hacia el Santa Fe ahí en el Truco, las calles se veían completamente vacías acompañadas por el viento frío que pasea libremente por los callejones, calles y plazas de Guanajuato.  Ni un alma estaba, viva o muerta, pensó. Fue así que el taxista confirmó entonces que había subido a un aparecido. Con el miedo aún, en su cuerpo,  se bajó del carro y cerró la puerta, se subió a su auto y se fue de ahí a toda prisa. Rezó por esa alma, por su eterno descanso, “es lo menos que podía hacer”, dijo.

Alejandro me dice que cuando llegaron aquí a la casa, se quedaron un momento en silencio, le pagué, me dice Alex, pero con un billete de los nuevos de esos de Sor Juana, me dio mi cambio, así en silencio, le agradecí y me bajaba del carro cuando el Don le dijo, ya en tono más relajado, que sus rezos no fueron de mucha ayuda porque una de esas veces que entre compañeros platican sus experiencias, hace poco, otro chofer contó del mariachi de allá de la panorámica, y exactamente le pasó igualito a él.

Yo le digo que tal vez le contó esa Histomagia porque se acordó del mariachi al ver su guitarra y el uniforme de la estudiantina que ahora porta con orgullo, como músico que es. “Igual y sí, mamá -me dice- igual y sí”.

Pienso que las almas de aparecidos y fantasmas que viven con nosotros se pasan su muerte pensando que volverán a la vida en algún momento de su penar, porque quedarse aquí, después de muertos, significa que están no aceptan que la muerte ya llegó por ellos. Creo que en el caso del mariachi de la panorámica es tanto el amor a su labor, a su trabajo, que repite eternamente ese subir en un taxi para llegar a tiempo y tocar y cantar para su público, pero el asunto es que ahora muerto no logra terminar, no logra cantar ni tocar para nadie, por eso es que se aparece y toma su taxi, como normalmente, alguien que trae prisa lo hace.

Solo espero que en algún momento pueda ya su alma descansar y comprenda, que su lugar ya no es aquí, pero como dijo el Don, la mística de esta ciudad es infinita por esas almas en pena que ahora son las leyendas que representan a este lugar, infinitas son como aquí y de aquí. ¿Quieres conocer el lugar donde se parece el mariachi? Ven, lee y anda Guanajuato.