El Laberinto

Los días chatos

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A veces es despertar y sin razón aparente (o a veces con ella), en vez de ser un espantoso insecto panza arriba, muy kafkiano, me siento un perrito braquicéfalo luchando por respirar y con los ojos torcidos, cual cuchillo que se dobla en el intento de cortar hasta el alimento más suave, similar a un lápiz sin punta, que solo masacra el papel para dejar unos trazos amorfos y regordetes. Así existen días en que se está, como todos estos ejemplos, chato.

marí

Chato como gato persa, pero sin lo malvado ni lo sexy o delicado, solo bastante limitado en  las posibilidad de meter las narices en ningún lado simplemente por estar demasiado respingado, sin alcance o confianza de intentar nada, esa certeza cegadora y probablemente falsa, de ser irrelevante para todos, de no merecer ayuda, cariño o compasión, haciendo los problemas propios pequeños y a verse aniquilado ante tales minucias aumenta la sensación de ser reemplazable, inútil o estar fuera de lugar. 

Esa terrible obligación de caminar sin ganas, como un zombie buscando el alimento quien sabe para que, tal vez solo para seguir caminando, de tener que seguir con las obligaciones o las necesidades, el mundo es indiferente a la chatez, salvo que de algún modo le afecten sus efectos.

Se responsabiliza al individuo de su  ánimo como si no existieran condiciones afuera que le dan leña para arder: la falta de oportunidades, la injusticia, la irresponsabilidad no son cosas imaginarias, pero estamos obligados a estar bien con ellas, no a cambiarlas que eso es buscar problemas, simplemente a voltear la cara y no verlas, a triunfar a pesar de ellas, lo que sea que el triunfo signifique.

La misión en la vida de ser un engrane es la que me hace pensar en mí como un cuchillo o un lápiz, una cosa con una función que justifica su existencia y la salva de parar en el cesto de la basura, la certeza de ser esclava de mis necesidades, me orilla a visualizarse como un insecto y aquí no menciono al perro chato o al gato persa, por que al ser de raza tienen la vida resuelta y se dedican a la contemplación, aunque también pueda picarlos el aburrimiento o irónicamente la humanización, sólo como un bicho buscando la comida y huyendo de la muerte en un ambiente que le mira con asco.

Pero tiene su lado bueno también lo chato, dejando de lado el darles trabajo a los psicólogos; las tijeras con esta característica hacen un poco más difícil la cuestión de accidentarnos, todo lo que tiene un contacto favorable con nuestro cuerpo es achatado para amoldarse al mismo, al igual que  los dedos que acarician y todo esto se resume a una sola cosa: lo chato suaviza el contacto entre humanos, por lo tanto puede que sólo se trate de anunciarnos el momento ideal para ser abrazados y para tomarse un respiro y pensar que de lo que nos pone así podemos mejorar.