Histomagia

Perla

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Viajar siempre es una experiencia que logra relajar al más reacio, pues cambiar de aires, de paisaje y de compañía, hace que la vida se vea de otra manera, pues los otros nos muestran sus formas de sentir, de pensar y nos dan tips para salir adelante en la vida cotidiana que muchas veces se envuelve de malas vibras, de los no tan buenos deseos que algunas personas con energía decrépita dominante tienen en su propio ser y lo emanan hacia todas las cosas, personas y animales que los rodean.

Guanajuato es una ciudad cerrada, un claustro que geográficamente la cañada obligó a construir de tal manera que, como dijera Jorge Ibargüengoitia: “la ciudad se nos viene encima”, en otras palabras: arropa todo lo que existe aquí, lo que llega, lo que se muere y sin saber se queda para siempre.

Cuando estaba estudiando en la universidad, mi amiga Yolanda me contó una histomagia que hasta la fecha me hace reflexionar sobre cuántas realidades tiene una misma persona. Ella dice que esto le pasó a su amiga, ella lo sostiene, pero yo tengo mis dudas.

Ella me contó: “Mi amiga Perla me ha dicho que ayer por la madrugada regresó de su viaje, venía feliz de haber descansado de todo hasta de sí misma, de esa -dice- que soy cuando estoy encerrada, además sé que le gusta manejar por lo que en verdad venía feliz de estar viendo otros paisajes, otra profundidad en los mismos, conocer otras vidas, otras cosas… aquí todo está como lo dejó y como lo han dejado los antiguos habitantes de la Colonia, por ello, cuando nada cambia, ni siquiera una piedra del camino ni de su hogar, se extrañó de ver, a lo lejos,  su casa con todas las luces encendidas, pareciera que alguien la estaría esperando, ¿pero quién? su familia no vive aquí, no tiene novio ni exnovio que le quieran jugar alguna broma… ¿qué pasa? Aparcó a pocos metros de su puerta de entrada para poder acercarse lentamente a una de sus ventanas y ver quién se había aprovechado de su ausencia y ocupó su casa…a estas alturas ya estaba verdaderamente enojada, sigilosamente se apoyó en el viejo muro de piedra, se asomó  y vio a una señora sentada en su sala, estaba callada y tejía una prenda con hilo rojo sangre, Perla dice que se quedó observándola un buen momento, no quería perderse ningún rasgo de ese rostro usurpador que le había venido a quitar la tranquilidad tan ansiada que había conseguido en su viaje, no, ahora no se retiraría…observó que la mujer no quitaba la vista de encima de su tejer, ella seguía como autómata sin parar, de pronto se quedó inmóvil, volteó directamente a la ventana donde estaba Perla quien se ocultó aún más entre los arbustos…esa señora ahora buscaba con la mirada al intruso en ¿su ventana? No, no, Perla en ese momento se retiró a gatas y al poco rato se puso en pie y decidió marcar y solicitar la ayuda de la policía, en eso estaba cuando de la nada salió uno de sus vecinos, un anciano que siempre la saludaba por la mañanas, Perla brincó del susto que le dio cuando le dijo que qué bueno que había dejado encargada su casa con un alma tan buena como la de su tía… ¿mi tía? pensó, ¿cuál tía?, no tengo a nadie aquí… Perla bajó su teléfono lentamente mientras le preguntaba al anciano sobre la misteriosa mujer que ella no conocía, pero al parecer el abuelo sí, pues hablaba maravillas de ella de lo buena que era con él, que le había invitado a comer, de que lo procuraba por las noches llevándole café con leche y pastel…era un dechado de virtudes la mujer. Perla, sin perder de vista su objetivo de saber desde cuándo estaba “la tía” en su propiedad le preguntó a bocajarro y el abuelo le dijo claramente que desde ese día que ella se fue, que la señora estaba cerca de ella, y que le dijo adiós desde la puerta de la casa, entró y cerró. Desde esa noche, todas las luces se quedan prendidas, la casa no está sola.

Perla no daba crédito, cuando ella salió en su auto a sus vacaciones no dejó a nadie a cargo, la casa se quedó sola, sí con un timer en la luz de la entrada y la puerta trasera, pero nada más. Asustada le dio las gracias al abuelo y entonces decidió ir, ella sola a enfrentar a la mujer. Regresó a su auto, subió y como si no supiera nada de nada llegó y se estacionó fuera de la casa. Al instante las luces se apagaron, ella bajó a las prisas, metió la llave a la puerta, la abrió y sintió cómo una ráfaga de aire frío le tocó el rostro como acariciándolo, prendió la luz de la sala y ahí estaba su casa, sola como la había dejado, no estaba nadie, la recorrió toda y cada vez encendía las luces buscando a la intrusa, pero no encontró a nadie, las luces estaban todas encendidas al grado que en un momento la casa estaba como cuando llegó: iluminada y con una sola mujer dentro: ella. Dándose cuenta de la sincronía, se sentó en su sillón, y tomó en sus manos el tejido que debía terminar esa noche, para comenzar otro de nuevo mañana, concentrada en el tejido sintió cómo alguien estaba mirándola desde la ventana. Volteó y se sonrío. Sí esta vez terminó el tejido rojo, mañana, mañana será el verde como lo ha hecho desde hace más de cien años en esa casa del Paseo de la Presa tan antigua como ella, supo que la intrusa era ella y que jamás dejaría su casa, pues los viajes no existen en su realidad, lo que existe es su eterna compañía del abuelo ese vecino a quien procura cada noche dándole la merienda, porque ellos son los que quedan, los que se quedaron en esta cañada, en esta geografía de piedras y túneles que nos llevan siempre a un paseo por la historia colonial de esta ciudad”.

Dicen los que saben que a veces creemos que hacemos cosas, que trabajamos, cocinamos, viajamos, pero en realidad es nuestra ensoñación la que nos permite viajar a otras realidades tal como me lo contó mi amiga de escuela. ¿Te gustaría conocer la casa de piedra? Ven, lee y anda Guanajuato.