Llevo días pensando en este tema desde que, como parte de un proceso de contratación, me enviaron a una prueba de confianza, instruida extraoficialmente para responder de un modo tan inocente que era inverosímil y con los tatuajes cubiertos o tal vez desde que participé en un estudio de mercado donde me dieron un guión con las respuestas esperadas, como si alguna de ambas cosas sirvieran para algo al hacerlas así. Pronto habrá otro hipócrita con trabajo y otro champú “novedoso” empolvándose en los supermercados.

Antes de comenzar a escribir, dediqué un par de horas a tareas completamente intrascendentes y para nada urgentes, cuando le puse el título omití, por si acaso, la grosería aunque supongo que todos estábamos pensando en ella sin decirla, porque aquí nadie se salva: profesamos la cuestionable religión de hacernos pendejos.
He dado dos pasos ya para irla sacudiendo, dejar de procrastinar, afrontar de frente la incomodidad y llamar las cosas por su nombre.
Nos hacemos desde niños, calentando la banca de la escuela, con trampas en los exámenes, haciendo las planas en escalerita, cuando nos pedía lavarnos los dientes y finalmente sólo usábamos una gota de pasta para oler a menta, cuando descubrimos la identidad del ratón o de los reyes magos pero callamos para seguir recibiendo regalos, para evitar castigos por las travesuras o para no entregar tareas.
De adultos, también calentamos asientos haciendo horas nalga, pero desarrollamos otros sofisticados modos de esta práctica, los camiones que “hacen base” a una cuadra de donde es su salida para llenarse más, pasar medio turno laboral en el baño, tomarse tres horas de comida y regresar para alistar la salida, mantener una caja eternamente cerrada en las tiendas de conveniencia, falseamos informes, números y resultados, como las pruebas de confianza o los estudios de mercado y hasta aquí parecieran simples problemas con la autoridad y ya sueno a patrón enojado por que hacerse pendejos genera pérdidas, pero ellos también se hacen cuando se pregunta por las utilidades, los aumentos o las cotizaciones.
En la cuestiones personales, en teoría de relaciones horizontales donde no hay dinero ni sanciones de por medio, también evitamos las conversaciones incómodas, el decir que no directamente, el involucrarnos en lo que creemos que no es nuestro asunto, como cuando escuchamos que la vecina está pidiendo ayuda o nos hacemos los dormidos para no ceder el asiento.
Y hasta podemos llegar a ser como el Tio Lolo, que se hace pendejo solo, creyendo que de verdad somos las víctimas de todo o que somos mucho mejores de lo que somos haciendo algo y entonces estamos la vida haciendo lo que no nos gusta o no nos sale pensando que si.
Involucra a la corrupción, si y como tal cuesta vidas pues tal vez alguna posición vital como operar el metro o ver por la seguridad del resto, puede estar ocupada por alguien que ejerce el hacerse pendejo de manera profesional, pero va mucho más allá, es el epítome del egoísmo, de la comodidad a costa de los demás, de la indiferencia.
Pensaba yo que era un mal nacional, pero el gran filósofo Homero… Simpson lo dice en un episodio: “Si no te gusta tu trabajo no haces huelga, simplemente vas todos los días y haces todo de mala gana”, creo que todos perdemos en esto, pero no nos hagamos pendejos, es muy difícil que cambie.