El Laberinto

El tatuaje

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Treinta años tenía cumplidos cuando comencé a pensar en probar los dolores voluntarios de las agujas sobre mi piel amarillenta (no se asusten la heroína no es común en mi ciudad y además en el título ya me aventé un spoiler), con la premisa de que si de todos modos tendría marcas en la piel,  éstas, por lo menos, podría elegirlas al gusto…o casi, confiando en el buen oficio del tatuador.

Una vez aceptado el dolor, aunque sea por adelantado e imaginado, cuestión que resolví pensando que de todos modos sentía dolor al tropezarme o al recibir un arañazo de un gato, venía la segunda cuestión espinosa sobre el contenido del tatuaje, algo que valiera la pena tener encima, tal vez por el resto de mi vida, algo que no se puede cambiar como el color del cabello o el corte de los pantalones. Casi todo va a doler en algún momento, nos toca elegir por lo que vale la pena sentirlo y aguantar, y en la medida de lo posible evitar, el que no queremos.

Me decidí por una parte de la portada del primer disco que escuché de la que, hasta la fecha, es mi banda favorita y cuando por fin quedó estampado en mi hombro vinieron los cuestionamientos de los demás: ¿y qué tal que después sacan un disco horrible?, ¿si de pronto dejan de gustarte?, ¿si el líder del proyecto hace algo atroz, que te cale?, ¿si pierdes alguna oportunidad laboral o social hermosa por tenerlo? Y mientras me untaba la pomada para cicatrizar, al mirarlo en el espejo, cuando me picaba por los calores de un otoño tropical y antes de un sismo que hizo que me olvidara hasta de que lo tenía, llegaron estas conclusiones que van más allá de llevar o no un tatuaje y que tratan de la relación con los demás y con nuestra propia historia.

Para el momento en que  lo hice la banda en cuestión me había gustado durante quince años, dándome hermosos momentos: me acompañó en mis alegrías, enojos, tristezas, cumpleaños, reuniones, trayectos a la escuela, hizo que conociera muchos amigos, moldeó para mi un modo completo de concebir la música y todo esto, al igual que la tinta, no podía quitarse tan fácilmente pues ya era parte de mi ser.

No importaba el disco malo o la acción reprobable hipotética ante un cúmulo de realidades, si un día dejaran de  gustarme, cosa que aún no sucede, no seguiría adelante con lo nuevo o esperaría mejores discos y ya, no puedo controlar cómo se van a comportar los otros, ni siquiera con los que trato diario y lo que hagan después no cambia lo que pasó, sólo determina lo que pasará en adelante, vivir con miedo al compromiso o a demostrar cariño o afinidad es mera tibieza y renegar del pasado a través del presente es hipocresía o victimismo.

Sobre las dificultades laborales o sociales que podría perderme, no importa que tan deslumbrantes parezcan desde afuera, estoy convencida de que no quiero estar en lugares o con personas para las que algo que no les afecta en nada pueda llegar a ser tan importante o con quienes tenga que ocultar mi pasado, cicatrices o presente.

Llevemos pues lo vivido como se lleva un tatuaje: por elección, sin miedo al dolor, con respeto -mas no ceguera- al pasado, y fieles a nuestra esencia. Feliz 2024.