Histomagia

TU PORVENIR

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Llegar por primera vez a la ciudad de Guanajuato es una aventura que nos mantiene alertas a lo que pueda suceder en cada calle, casa, casona, callejón, plaza, museo, o es cierto, en cualquier espacio que haya sido tocado por la magia del tiempo que bendice o maldice a cada persona que habita aquí, sea nativo o llegue desesperanzado, bajando de un camión en una antigua Central de autobuses que siempre, a su manera, dio la bienvenida a cada uno de los que ahora poblamos esta mística ciudad.

Desde que llegas, ya sea como estudiante o como turista, el encanto del lugar hace que quieras conocer cada vez más esos túneles mágicos que recorren las entrañas de este Guanajuato asentado en la ruinas del otro Guanajuato que tiene sus propios muertitos y espantos que salen a la hora que sea a seguir conservando la energía que los mantiene en su muerte con vida, paseando por cada lugar extraño desde callejones sin salida y de casas que alguna vez fueron callejones, ahí se aparecen no sólo fantasmas, sino escalinatas de casas antiguas que se niegan a dejar su lugar en esta tierra de la que fueron sacadas y a la que pertenecen.

Muchos de los antiguos edificios han sido remodelados para dar paso a tiendas, hoteles, hostales, museos, galerías de arte, cafés, bares, negocios diversos, tiendas departamentales, en aras de la gentrificación que esta ciudad ha sufrido desde hace mucho tiempo y poder mantener un 10 en el top ten de las ciudades turísticas más importantes del mundo. Y así es, Guanajuato es patrimonio Cultural de la Humanidad.

Me cuenta mi amigo Joel que cuando él llegó a Guanajuato a estudiar la carrera de Contador, la ciudad era muy diferente. Había menos personas en las calles, se podía salir sin miedo por las noches y madrugadas, podías salir a cenar a las altas horas de la noche en “La Pasadita” o “El Figón” ubicados ahí por la calle Cantarranas, la seguridad estaba casi al 100 y todo fluía como debe ser en una ciudad tan antigua como ésta. Pues bien, me cuenta que cuando viajó ya para quedarse a estudiar en la ciudad, todo le fue extraño. Cuando subió al autobús en Irapuato, él era el único pasajero, lo atribuyó a que prácticamente era el ultimo viaje que salía de la ciudad, se sentó en los asientos del medio, a un lado de una de las ventanas para poder respirar el aire y no quedarse con el horrible olor a vainilla pasada que casi todos esos autobuses tenían: por un lado, agradeció la soledad, pues iba a poder cerrar y abrir la ventana a su antojo. Cuando el chofer se subió y arrancó el autobús, lo miró fijamente por el espejo retrovisor y le dijo: “No se preocupe joven, nunca estamos solos” hizo una pausa, sonrió de manera extraña y le dijo: “No estamos solos porque usted me acompaña y yo lo acompaño”, después de esto, se centró en su labor y no le habló para nada en todo el trayecto, de hecho, cuando llegó a la central de autobuses, una de esas noches frías y airosas típicas de Guanajuato, el chofer bajó de inmediato del bus dejando las puertas abiertas, Joel, al bajar del camión, dio gracias a Dios, bajó con su maleta y portafolios, cuando entre los autobuses vio pasar a varias mujeres con faldas largas de manta, cargando cántaros en sus hombros, yendo calle abajo, cubiertas sus cabezas con rebozos de puntos, esos grises antiguos, con ellos cubrían sus bocas, y sólo dejaban a la vista sus grandes ojos apacibles mostrando que la tranquilidad era parte de este lugar, al verlas pasar, quiso tomar una fotografía de esa estampa, volteó un momento para sacar su cámara, no tardó ni medio minuto y cuando volteó, ellas ya no estaban. Sorprendido se acercó al boletero del Flecha amarilla, línea de camiones suburbanos, y le preguntó por las mujeres que hace un instante habían cruzado por ese pasillo amplio hacia la salida de los autobuses, el boletero lo miró extrañado y le dijo: “Aquí no ha pasado nadie”, sonrió tal y como lo había hecho el chofer, como diciendo no sabes a dónde llegaste. Joel se estremeció tanto por la situación como por el frío que ya a esas horas calaba hasta los huesos, tomó sus cosas, y se adentró a la sala de espera para salir a la calle principal de Guanajuato, pasó por el puentecito que da a la calle subterránea, le extrañó no ver absolutamente a nadie, “Ni un alma”, pensó, pero más tardó en decirse eso, cuando de la nada, ve pasar de regreso y ahora sí junto a él, al grupo de mujeres con rebozo y cántaros, sin embargo, esta vez, sus ropas eran las mismas, pero andrajosas, sus cántaros estaban rotos, fragmentados, algunas lloraban y los llevaban en sus manos lamentándose no poder llevar el agua de la toma que estaba frente a la central, cerca de lo que hoy son las oficinas del agua potable. Joel se quedó inmóvil al verlas acercarse, pasaron a un lado de él, quedando mi amigo en contrapaso, el caminar de ellas era apresurado y al pasar dejaron un olor a muerto que hizo que mi amigo cerrara los ojos, sólo esperando que se fueran y pasaran pronto, en ese momento sintió cómo una de ellas le susurró al oído: “Aquí, aquí no viene nadie, por venir aquí te vas a quedar para siempre, ese es tu porvenir”. Joel Abrió sus ojos grandes y se vio solo en ese lugar, volteó a ver el edificio de la central, ahí donde ahora está una tienda departamental, y vio que no tenía las luces encendidas, la oscuridad y el silencio, reinaban en el ambiente. Mi amigo suspiró fuerte y profundo, y en ese instante supo que, sin él querer ni creer, esta ciudad, le había dado la bienvenida. Apresuró su paso, y al pasar por el mercado, escuchaba pasos que lo seguían, subió rápidamente al callejón de Santa Elena, metió la llave a esa grande puerta amarilla, se apresuró, pues clarito vio de reojo que una sombra quería tocarlo, abrió, entró con rapidez, dejando a los fantasmas fuera de la casa. Respiró aliviado y sin pensar en nada más se fue a dormir.

Es fecha que Joel vive aquí, de hecho, es mi contador y amigo, él dice que sí, que este lugar es mágico, tenebroso con espectros y fantasmas, que sabe que él algún día estará en este lugar dándole la bienvenida a alguien más.

Los que saben dicen que cada ciudad fue formándose en base a sus propios muertos quienes son los que forjan las historias que corren cada noche y que las traen los vientos para contarlas en los sueños y pesadillas que aquí, aquí son vívidas, pues te invitan a quedarte para siempre. El viejo edificio que ahora alberga esa tienda y en el pasado fue la central de autobuses, fue la Hacienda Purísima de Flores, donde sus fantasmas y aparecidos deambulan hasta el día de hoy. ¿Quieres conocerlo? Ven, lee y anda Guanajuato.