El Laberinto

Cambiamos

Compartir

De verdad que lo intenté, después de muchos años empecé a leer una novela de un sujeto al que nadie quiere y que yo solía disfrutar bastante, aguanté dos capítulos que me pesaron más que un garrafón lleno por la fuerte carga de todo lo que para mí está mal en el mundo y al final tuve que reconocer mientras ejecutaba el acto liberador de botarlo con violencia, que todos tenían razón.

Me dio por recordar a esa yo del pasado que disfrutaba de esas lecturas y me acordé que es la misma aversión de mí que intentó hacer un un arroz chino que vio en la televisión con un resultado tan aberrante, anaranjado y viscoso que podrá cobrar vida y asesinar a mis amigos que habían venido a recogerme para ir a bailar. Recuerdo esa noche: cómo estaba vestida, qué estaba escuchando antes de que llegaran y hasta de la tina de cervezas que no nos ganamos por bailar tan sin química el perreo del viejito, en ese lugar lleno de focos morados y jovencillos de inicio de los dos miles. 

¿He cambiado tanto? El arroz me queda de maravilla actualmente y hace tanto que no veo la televisión que no sé usarla, ya ni conozco a nadie de los que aparecen en la pantalla; esos amigos con los que salí en aquella ocasión y a los que veía cada semana y todas las vacaciones, son un par de honorables señores casados con los que debo cuadrar agendas y a los que, aunque el cariño sigue intacto, hace algunos años que no veo; abandoné los pantalones gigantes, principalmente porque era un suplicio lavarlos de lo pisados que estaban y los escotes profundos porque ya no tengo nada qué enseñar y ahora prefiero los vestidos cuando no tenía ni uno en el ropero porque me daban vergüenza mis piernas «popotescas»; la banda que estaba escuchando ya no existe y el bar tampoco.

Tal vez lo único que prevalece es que me sigue gustando ver a mis amigos, escuchar música, que no le tengo miedo al ridículo y que haría muchas cosas aún por una tina de cervezas.

La cuestión aquí es, algunos cambios sólo fueron cuestión de tiempo y no hubo una intención específica para lograrlos, otros fueron conscientes y costaron trabajo como el aprender a cocinar o modificar mi estilo de vestir y otras cosas fuera de mi control sólo sucedieron y tocó aprender a vivir con ello.

Supongo que cambiar está bien siempre y cuando lo que elegimos vaya encaminado a ser menos cretinos que antes y dejar de leer a sujetos tan «inmamables». Grata sorpresa, pienso mientras saco el polvo del libro aventado y lo pongo en el fondo del estante, lejos de mi vista.