¡Qué incómodas son las esperas! pienso mientras miro de nuevo en dirección al túnel vacío, a los números en el reloj y a la gente que se acumula en el andén, o cuando ya me aprendí el orden de los cabellos de la nuca acalorada de alguna señora en la fila de las tortillas, tal vez parada junto al microondas atenta al mágico pitidito electrónico anunciando que presuntamente la temperatura de lo que anduvo girando en su interior es la deseada o que por lo menos se cumplió el tiempo pulsado.
Me imagino al pobre Argos, el perro de Odiseo, usando sus cinco sentidos, o los que le fueran quedando con la edad, para auscultar su entorno buscando alguna señal que le indicara el regreso de su dueño, veinte años de espera tuvo que soportar el fiel can, aunque el señor Gardel dijera hace ya casi un siglo que no son nada, fueron los suficientes para marchitarle la frente y blanquearle la sien.
Es un fastidio revisar el correo esperando una respuesta a la última ofensiva de curriculums enviados, aunque esta sea un llano y violento no (pero de eso ya hablamos en otro laberinto) estar al pendiente y no poderse alejar lo suficiente del domicilio por haber pedido algún producto por paquetería, contar los días para un evento importante o necesario para poder construir a su alrededor, porque muchas veces los hechos tienen que apilarse para llegar a la altura deseada, para ver a través de la muralla. Esperamos a la naturaleza, a las máquinas y a las personas, muchas veces a una combinación de las tres, lo cual le suma tiempo y complejidad.
He de decir que en un mundo de cosas instantáneas, sopitas de tres minutos, internet de alta velocidad y divorcios exprés aprender a esperar es entonces una de las habilidades más necesarias para adultos funcionales, como señal de empatía para no agobiar al resto y también como un modo de autocuidado para no sufrir o peor aún, paralizarnos esperando, pero tendría que venir acompañada de criterio para saber que esperar de cada cosa y seguir adelante.
Lo cierto es que después de cada espera viene la recompensa, aunque esta solo consista en el fin de la incertidumbre que con ello, como mi pequeña sobrina preguntándome todos los días si ya era viernes seis para poder ir a una fiesta a la que la habían invitado.
Pero nuestra existencia misma proviene de una espera, una de largos nueve meses cada vez mas abultados y pataleados