Desde el Faro

LA DULZURA DEL CONTRABAJO

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Antes de ver y escuchar a Mikyung Sung el espectador puede pensar que el contrabajo se inventó para ser tocado por músicos entrenados en el levantamiento de pesas, porque todo en este instrumento es enorme, pero cuando la solista lo toca, dicha idea se desvanece. Su figura es menuda, parece ser frágil, sin embargo, es fuerte, y sobre todo, la música que hace brotar de las cuerdas graves, se mete poco a poco en todo el cuerpo.

En el escenario del Teatro Principal, acompañada de la Orquesta Sinfónica de la Universidad de Guanajuato, Mikyung abraza al gigante, lo aprisiona, se funde a él, y entonces, contrabajo e intérprete son uno solo, a veces lo estrecha tanto como a un amante, y a veces parece rechazarlo, pero en todo momento demuestra que dicho gigante también es dulzura.

Con esa voz grave que lo caracteriza, y con esas manos que lo acarician, el contrabajo parece ser el mejor instrumento para interpretar la Fantasía sobre Carmen, escrita por Frank Proto, donde se despliega toda la pasión cruda, alegre y celosa de la gitana cigarrera de Sevilla.

En el preludio, con un suspenso inicial creado por los alientos, el gigante se abre paso hecho un torbellino, y de su caja de resonancia brota un “solo” que atrapa y deja perplejo al auditorio. Es el presagio del placer. Vuelve a entrar la orquesta, ahora con cierto aire al tablao español con el tema de La Aragonesa, y en la parte central se escucha algo de jazz, con toque de guitarra flamenca. Luego, vienen el Nocturno y la Canción del Toreador, donde se escuchan el arpa y la orquesta completa, pero el gigante vuelve a imponerse y en el clímax del aria de Escamillo, una parte del público aplaude, Mikyung parece distraerse, solo sonríe, voltea a ver al director, José Luis Castilllo, y continúa la obra con la Danza Bohemia.

Termina el concierto y llueven más aplausos de un público impresionado por la dulzura del instrumento y por la presencia de la solista, quien, descalza y con un vestido muy discreto, realza aún más su grandeza y sensibilidad.

Luego, la OSUG interpreta la Segunda Sinfonía, de Jean Sibelius, y al concluir, los músicos buscan tomarse la foto con Mikyung. Ahí desfilan no tan solo los contrabajos, también violines, violas, chelos y percusiones.