El Laberinto

Poltergeist

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Me ha dado por escuchar historias paranormales mientras estoy haciendo actividades repetitivas de adulto funcional, como lavar y doblar la ropa, limpiar la cocina, tender la cama o intentar estiramientos para espaldas perennemente contracturadas que me provocan crujidos similares al del chicharrón al quebrarse. Existen varias categorías, entre las que podemos contar: contactos extraterrestres, misterios sin resolver, posesiones demoníacas y un largo etcétera, pero he de confesar que prefiero las de poltergeist.

¿Qué es lo que me atrae de dicha categoría? La primera respuesta sería que empata maravillosamente con los chasquidos que me salen con los ejercicios, pero eso sería muy simplón de mi parte y además, me dejaría sin una respuesta para cuando la escucho llevando a cabo otras tareas, para las cuales tendría que elegir un ruido de fondo distinto. En primera instancia, me hacen soñar con una casa propia lo cual transportaría la cuestión, dadas las circunstancias, a un terreno aún más fantasioso que el de aceptar la existencia de entidades atormentadas aparte de las que ya andamos deambulando por el mundo habitando, todavía,  nuestros cuerpos.

Se trata más bien de lo curiosamente ambiguas que son las narrativas de estas manifestaciones de espíritus socarrones, primero está el impersonal, es decir desprovista de sujetos que lleven a cabo las acciones, “cosas que se mueven o descomponen solas” muertes sin culpables, seres innombrables, sucesos presuntamente inexplicables, idéntico a ver las noticias pero sin hacer corajes, quizás porque no me afectan.

En segundo lugar está aquel pasado perseguidor, esa mala acción que marcó un sitio para siempre, aquello de que lo malo siempre viene de los moradores anteriores, pero quienes lo sufren son los actuales, tan similar al discurso de cualquier político o cualquier oficina y que va relacionado con el bello deporte  de echar culpas, más cuando los culpables no pueden defenderse.

Ya por último me entusiasma pensar que aquello de las temperaturas fluctuantes, los sonidos molestos y las presencias indeseables no es un fenómeno exclusivo del transporte público o de las viviendas populares, sino algo que te puede ocurrir en tu vetusta y recién adquirida mansión embrujada, porque al parecer ni a los fantasmas les gustan los multifamiliares.  

Lo único que sí me asusta de este tipo de historias es pensar ¿cómo estarán las cosas en el otro plano para que quieran regresarse? O peor aún… ¿es posible quedarse atrapado en contra de su voluntad? Eso explicaría por qué están tan enojados en las historias.