El Laberinto

Guerra de comida

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Me sucedió en un buffet mexicano en San Francisco, mi culpa por aferrarme a lo conocido en vez de probar las delicias que esa ciudad y país ofrecía, donde sentí en carne propia lo que era una bofetada sin ser tocada, un insulto a toda la construcción de aquello que tenía por cierto y tangible.

Sobre la barra metálica, dentro de una bandeja rectangular, descansaba aquella espantosa aberración conformada por  una concha rígida y crujiente, como una tostada doblada, con carne molida adentro, bañada  de un pesadillesco y líquido queso, amarillo como los bordes de las banquetas. La persona que atendía la barra, procedente de algún lugar de Centroamérica, me preguntó que cuantos tacos quería y mi yo de dieciséis beligerantes años le respondió: ¡Esa porquería no es un taco! Aún tuvo la osadía de afirmar que sí lo era y yo, aún más molesta, le respondí que no, que yo siendo mexicana nunca había visto algo así. La estupefacción de su rostro me demostró que no sólo tenía una idea equivocada de cómo lucían los tacos, sino también los habitantes del país. Es la única vez que he salido de un lugar así con hambre.

Mucho tiempo me tomó procesar porque algo tan simple me había provocado tanto enojo, no era solo el rugido de tripas o que me hubieran tratado de mentir así en la cara, ambas cosas son suficientes para enfurecer a cualquiera, pero la cosa era mucho más profunda que eso pues se trataba de un tema completo de identidad.

En realidad somos lo que comemos, no solo en cuestiones de  nutrición, es lo que nos dan en nuestros hogares, lo que se prepara para las fiestas, lo que consume en la calle, lo que presumimos cuando alguien visita nuestro lugar de origen y de las cosas que más extrañamos cuando estamos lejos por mucho tiempo. Es entonces que las recetas e incluso los nombres de los ingredientes se vuelven una cuestión fundamental, una batalla que todos hemos estado dispuestos a librar en algún momento de nuestras vidas, una guerra de comida entendida no como el sacrilegio de desperdiciarla como proyectil, si no de defender la manera en que entendemos el mundo.

Y pensando en esta anécdota es que evito entrar en discusiones sobre si el nombre correcto es palta o aguacate, que podría desencadenar un conflicto violento entre México y Perú o si las quesadillas deben llevar forzosamente queso, cuestión por la que podrían golpearte en cualquier local de comida fuera de la CDMX. A donde fueres come lo que vieres y si no es para introducir otro bocado, trata de mantener la boca cerrada.

*Nota de suma importancia*.- Se le llama quesadilla a la preparación que incluye masa cruda rellena con algún guiso o ingrediente que se cuecen juntos en un abrazo de calor o en un baño de aceite y taco cuando una tortilla ya cocida se rellena, no son lo mismo, no se preparan igual y tiene  sabores completamente diferentes. El queso no hace ninguna diferencia en este caso, por lo que las quesadillas, pueden o no llevar queso (tenía como opciones decirlo en algún lado o explotar).