Si faltara a los eventos más importantes de mi familia o amigos, si perdiera mi salud, si estuviera siempre cansada o abandonara todo lo que me gusta por estar de fiesta o ser adicta a los videojuegos o por simplemente no poderme levantar, todos diría que soy una persona disfuncional, que tengo un problema, que estoy mal. Pero tenemos completamente normalizado que esto suceda cuando la causa es el trabajo, peor aún, nos parece admirable.

Hace unas semanas escuchaba a una jefa, afortunadamente no la mía, quejándose de que su empleado no hacía lo suficiente para llegar al objetivo y se ponía como ejemplo a sí misma: “es que yo estoy acostumbrada a trabajar de sol a sol, sin comer, aunque el clima sea extremo y la colonia peligrosa” y pienso yo si vale la pena reventarse, mal pasarse y exponerse por un trabajo, por el que sea.
Y es que seguro que hay labores imprescindibles: el abastecimiento, los servicios, la educación, la salud y un largo etcétera, pero siendo sinceros hay por lo menos dos tristes verdades aquí: la mayoría no nos dedicamos a eso y los que sí son los que más descansados deberían estar para poder trabajar adecuadamente. Nadie debería estar manejando un camión, operando a corazón abierto o atendiendo un salón lleno de niños inquietos totalmente fatigado y sin embargo, sucede todo el tiempo, el cansancio es cosa seria, gastas mucho para ya no cansarte en cosas como caminar o cocinar, quita la memoria, desmotiva, pone de malas, baja las defensas. Es más que ni ganas ni tiempo quedan para poder disfrutar los frutos de nuestro esfuerzo y nos dedicamos solamente a consumir y distraernos, sin más.
Me pregunto si se habrán dado cuenta de que en el trabajo somos reemplazables, que las cosas no se van a detener el día que toda esa falta de consideración consigo mismos les pase factura, si no los esperan en casa o que de tanto trabajar también allá son prescindibles y probablemente molestos.
Tomarse el empleo como la única identidad, ponerse la camiseta hasta que se vuelva nuestra segunda piel, ignorar todo aquello que no produzca, vivir para trabajar en pocas palabras, es un peligro real respaldado por toda una cultura de la utilidad, de la producción, del mérito y el esfuerzo.
No me malentiendan con esto ni piensen que lo más saludable sería no hacer nada, porque también es verdad que sin entradas de dinero el tiempo libre no sirve de mucho si uno está atado de manos por la escasez y con la cabeza llena de problemas y aquel otro mito de “que te mantenga el gobierno” no es viable. Necesitaríamos dignificar el ocio, descansar sin culpa, conciliar la vida laboral con la personal y dejar de ver feo al que sale de la oficina a su hora, para empezar.