El retrato de Dorian Gray

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¿Realización de un ideal estético o de su contradicción?

Yunuen Alvarado Rodríguez

…tan sólo un dios-artista, completamente amoral y desprovisto de escrúpulos que tanto en el construir como en el destruir, en el bien como en el mal, lo que quiere es darse cuenta de su placer y su soberanía idénticos, un dios-artista que, creando mundos, se desembaraza de la necesidad implicada en la plenitud y sobreplenitud, del sufrimiento de la antítesis en él acumuladas.

Friedrich Nietzsche

La novela, El retrato de Dorian Gray, de Oscar Wilde, está dividida en 20 capítulos, precedidos por un Prefacio. Éste, lejos de ser una descripción de la obra, es un manifiesto de la estética decadente y asceta, pues el autor declara abierta y explícitamente la necesidad de concebir al arte como “completamente inútil”, propone al artista como simple creador de cosas bellas, sin intención alguna de demostrar absolutamente nada.

Allí señala también que toda interpretación del arte realizada con intenciones de profundizar en su “significado”, es necesariamente autobiográfica e implica un riesgo para el que lo intenta: “Todo arte es a la vez superficie y símbolo. Los que buscan bajo la superficie lo hacen a su propio riesgo. Los que intentan descifrar el símbolo lo hacen también a su propio riesgo” (pp. 90 y 91). Es importante tener en cuenta que este manifiesto precede a una de las obras más polémicas y controvertidas de la creación literaria de Wilde, aunque no por eso se debe reducir a una simple apología de su novela.

¿Cómo es que la manifestación estética del “arte por el arte”, que hace Wilde en el Prefacio y en otros de sus textos, funciona al interior de la novela? Hace falta responder a ese interrogante y además explicar la relación que existe entre ambos textos y finalmente concluir si este ideal artístico, opuesto a la estética moralizante de John Ruskin, se cumple o no en la construcción y desarrollo de El retrato de Dorian Gray.

La estética moralizante de Ruskin es importante para el desarrollo del argumento del presente trabajo, porque se trata de la postura contraria a la estética decadente. Para Ruskin, así como para muchos otros moralistas del arte, éste debe contener, en cada una de sus manifestaciones, una propuesta que influya positivamente en el espectador, que lo enriquezca  en un sentido tanto individual como social. Dentro de esta línea, las propuestas artísticas deben entonces apegarse también a normas sociales, mientras que los artistas que se inclinan a la propuesta de “el arte por el arte” discrepan completamente de estas propuestas e incluso creen que atentan contra la estética.

Partimos del punto de vista de que Dorian Gray, el protagonista de la historia, es un hombre joven y dotado de una belleza extraordinaria; esto le permite sin dificultad alguna ser “el objeto perfecto para el arte”. Luego Basil Hallward, pintor, lo invita a su estudio a posar como modelo. En una sesión de modelaje aparece un tercer personaje, Lord Henry Wotton, quien representa la mayor influencia para el protagonista y para la evolución que tendrá conforme la secuencia de la novela avanza.

Dos manifestaciones del arte toman un rol importantísimo dentro de la vida del protagonista, un cuadro y un libro. El cuadro por supuesto es el retrato de Dorian, que Basil le obsequia en cuanto termina de pintarlo. Al presenciarlo, Dorian se asombra con la singular belleza que ve en él, manifestando celos hacia la perpetuidad del cuadro: “¡Qué triste es! —Murmuraba Dorian con los ojos fijos todavía en su retrato— ¡Qué triste! Me volveré viejo, horrible, espantoso. Pero este retrato permanecerá siempre joven. No será nunca más viejo que en este día de junio… ¡Si ocurriera al contrario, si fuera yo siempre joven, y este retrato envejeciese! ¡Por eso, por eso lo daría todo! ¡Sí, no hay nada en el mundo que no diera yo! ¡Por ello daría hasta mi alma!” (p. 107).

Esta reacción es inducida por un antecedente inmediato que corre a cargo de Lord Henry Wotton, quien a través de aparentemente simples palabras, siembra el germen de la “conciencia crítica” en el protagonista de la historia. Hasta antes del primer contacto con él, Dorian era portador de inocencia y se dedicaba a la filantropía; sin embargo, luego de una breve charla en el jardín del pintor, donde Lord Henry le hace ver la importancia absoluta de su belleza para el mundo en el que vive, su perspectiva comienza a cambiar.

Dorian, al mirar el retrato, no contempla la belleza del arte en sí mismo, sino la suya propia, la belleza humana y efímera. Se ha dejado influir por lo que mira en una obra, por lo tanto su actitud coincide a la perfección con la actitud del crítico del arte que describe Wilde en el Prefacio de la novela: “La más elevada, así como la más baja de las formas de crítica, son una manera de autobiografía”. (…) Es al espectador y no a la vida a quien refleja realmente el arte” (p. 90).

Como diría Wilde, Dorian decide tomar el riesgo de interpretar el símbolo, de indagar más allá de la superficie de la obra, por tanto se enfrenta a un reconocimiento propio, es decir, utiliza a la obra como un espejo. Esto es un error de principio para la estética de “el arte por el arte” que predica el autor, ya que para él, el arte sólo existe para ser contemplado y no debe tener absolutamente ninguna utilidad.

El riesgo asumido con la actitud crítica de Dorian y explicitado por vez primera en el estudio de Basil, le condicionará hacia una transformación continua que se ve gradualmente acrecentada conforme la novela se va desarrollando. Pero mientras la trama tiene lugar, las transformaciones que el protagonista va experimentando no se reflejan en su rostro o en su cuerpo, sino en el retrato; la inversión deseada por el personaje principal se logra.

Parte de la transformación espiritual de Dorian se debe, como ya se mencionó, a la influencia de las palabras de Lord Henry Wotton, quien es el primer motor del despertar del personaje principal a la realidad superficial. Dorian se deja seducir sin resistencia, asume perfectamente bien todas las palabras que escucha, por lo tanto, está dejando entrar a su visión de vida la visión de otro, es decir se deja influenciar por la calidad de las palabras.

John Ruskin, en su conferencia titulada Sésamo, reflexiona sobre la palabra que quizá pueda ayudar a clarificar un poco cómo es que éstas tienen tal efecto en la percepción de otro: “Unas cuantas palabras bien escogidas y distintas serán mejor que mil que no lo sean, donde cada una actúe equívocamente en la función de otra. Sí y las palabras si no se las vigila, harán a veces una obra mortal. […] hay palabras enmascaradas, digo, que nadie entiende, pero que todos usan y la mayor parte de las gentes, pelearán por ellas, vivirán por ellas e incluso morirán por ellas, imaginándose que significan esto o lo otro…” (p.162).

Pero no sólo es la palabra hablada, sino también la escrita, lo que ocasiona la transformación del personaje principal. El libro toma una participación directa y esencial como influencia auxiliar del discurso de Lord Henry.

En el décimo capítulo de la novela, luego de que Dorian ha estado charlando en casa de Lord Henry sobre el suicidio de Sibyl Vane, quien fue una actriz y prometida de Gray, éste regresa a su casa y encuentra una carta y un libro enviados por Lord Henry. La carta notificaba la muerte de la actriz mediante una nota periodística. El libro era de pastas amarillas y de una estructura muy peculiar que de inmediato atrajo la completa atención de Dorian: “Era un libro venenoso. (…) La simple cadencia de las frases, la sutil monotonía de su música, tan llena de complejos estribillos y de movimientos tan sabiamente repetidos, produjo en el ánimo del joven, mientras recorría capítulo tras capítulo, una especie de ensueño, un ensueño enfermizo que le dejaba inconsciente del atardecer y de la invasión rastrera de las sombras” (p. 171).

La descripción de esta obra literaria coincide con las características de A contrapelo, novela francesa de J. K. Huysmans, que representó la máxima expresión del decadentismo francés; actualmente considerada por los críticos como la Biblia de los decadentes, esto, por cómo logra construir y llevar al extremo un estilo de vida completamente artificial. Ese libro será el manual instructivo de vida de Gray, quien aspirará poco a poco a convertir su vida lo más similar posible a la del protagonista francés de su “libro amarillo”.

Curiosamente la intromisión de dicho texto funciona tal y como Ruskin aspiraría a que un libro funcionara: “Pero un libro se escribe no para multiplicar la voz meramente, ni para transportarla, sino para perpetuarla. El autor tiene algo que decir, que ve que es útil. Hasta donde llegan sus noticias sabe que nadie lo ha dicho aún; hasta donde alcanzan sus conocimientos sabe que nadie puede decirlo. Está obligado a exponerlo clara y armoniosamente, si se puede; en todo caso claramente” (p. 141).

Lo que sería cuestionable de la cita anterior, es precisamente ese carácter de utilidad que Ruskin pretende encontrar en los libros; Dorian definitivamente lo hace, sigue o intenta seguir el desarrollo de ésta, como se mencionó antes, a manera de un manual, por tanto el papel del libro en la novela coincide con esa estética que Ruskin predica. Pero la estética que Wilde defendería no tendría nada que ver con esta función, e incluso en el ya citado Prefacio a la novela tiene una breve y clara contradicción frente a este carácter utilitario de la literatura: “Un libro no es en modo alguno, moral o inmoral. Los libros están bien o mal escritos. Esto es todo” (p. 90).

Dorian, después de varios años de influencia del libro y de detrimento del retrato, atribuirá ese terrible resultado al pintor Basil Hallward, pues un día luego de mucho tiempo de no verlo, el pintor lo esperaba en su casa, mas al no verlo llegar se disponía a retirarse, pero el protagonista hace aparición en ese momento y el pintor lo reconoce, así que prácticamente lo obliga a hacerlo pasar a su casa. Lo interroga sobre rumores que ha escuchado de él y Dorian le ofrece ver su alma.

Lo guía hasta la entrada del cuarto donde guarda el retrato y antes de entrar le dice: “—Es usted el único hombre del mundo que tiene derecho a saber todo cuanto a mí se refiere. Ha ocupado usted más sitio en mi vida de lo que piensa” (p. 190). Dorian se ha decidido a mostrarle el retrato sin importarle las consecuencias. Cuando el pintor se enfrenta a la monstruosa pintura, simplemente se horroriza: “Sí, aquél era el propio Dorian. Pero ¿quién hizo aquello? Parecióle reconocer su propias pinceladas y el marco que él mismo había dibujado. (…) En el ángulo izquierdo estaba su propio nombre, trazado en largas letras de brillante bermellón. Él no hizo aquello nunca. Sin embargo, era su propio cuadro” (p. 1919).

Es probable que en estas líneas Wilde nos haga un guiño respecto al resultado de la crítica artística, pues mediante una interpretación la más bella obra de arte se convirtió en algo terrible.

Dorian acaba por condenar al artista a muerte, matándolo él mismo, pues no puede perdonarle lo que a través de su arte lo llevó a hacer con su vida. “Se abalanzó sobre él y le hundió el cuchillo en la carótida de tras de la oreja, aplastando la cabeza sobre la mesa y descargando golpes repetidos” (p. 193).

Finalmente Gray, luego de muchos años, se da cuenta de que el asesinato de Basil no lo alivió para nada, no significó nada para él más que un momento de locura frenética. Lo que realmente ayudaría sería destruir el retrato, la única prueba de todas las atrocidades que cometió: “Como había matado al pintor mataría la obra del pintor y todo lo que significaba. Mataría al pasado y cuando hubiese muerto sería libre. Mataría aquella monstruosa alma viva y sin sus horrendas advertencias recobraría el sosiego. Cogió el cuchillo y apuñaló el retrato” (p. 234).

La inversión de papeles se termina con la muerte de ese personaje quien desde el principio realizó una interpretación autobiográfica de una obra de arte. Su muerte como intento de destrucción del cuadro no consigue arrebatarle la belleza original a la obra, su belleza humana termina cuando termina su vida, mientras que el cuadro permanecerá bello por siempre.

El arte bien puede ser interpretado, criticado y visto desde un punto de vista moral, sin embargo esto no es lo óptimo. Pues la única y verdadera finalidad del arte es ser bello, al artista no le interesa lo vicioso o virtuoso que su objeto de arte sea, una vez que se ha plasmado en una obra, su función es no tener función, sólo permanecer.

En la perspectiva del artista: “Todo arte es completamente inútil” (p. 91).

Bibliografía:

Nietzsche, Friedrich, El origen de la Tragedia, Porrúa, México, 2001, 121 pp.

Ruskin, John, Sésamo y Lirios, Colección Austral, Buenos Aires, 1950, 162 pp.

Wilde, Oscar, Obras Completas, comp. Julio Gómez de la Serna, Aguilar, México, 1991, 1320 pp. // “El retrato de Dorian Gray”, pp. 89-235.  // “El Crítico Artista”, pp. 913-966. // “El renacimiento Inglés del arte”, pp. 1031-1050.

Fotografías tomadas del sitio commons.wikimedia.org.