Jorge Olmos Fuentes
Al andar por el centro de la Guanajuato, los pasos acabaron llevándonos a la escalinata de la Universidad estatal, a un costado de la cual se levanta, señorial, el edificio del Museo del Pueblo de Guanajuato. Esquina llena de reminiscencias virreinales, pues la casona (del siglo XVII) en la que fue instalado este Museo perteneció a los marqueses de Rayas. Uno de ellos, el segundo precisamente, José Manuel de Sardaneta y Llorente, figurará por 1821 como miembro de la Soberana Junta Provisional Gubernativa y como uno de los signatarios del Acta de Independencia de México.
Posteriormente, ya en el siglo XX, el artista plástico José Chávez Morado, y su esposa, la pintora Olga Costa, donarían un conjunto de obras suyas para conformar este recinto cultural bajo el patrocinio del Gobierno del Estado (1979). A este respecto importa recordar que la trayectoria artística de Chávez Morado lo presenta como un intelectual crítico, militante de la causa popular, estudioso del devenir histórico de México. Su obra, entre las más significativas del México contemporáneo, atestigua crecidamente esta postura. En este caso particular con El estípite fracturado, tríptico mural de su autoría realizado en las paredes de la capilla barroca del Museo, donde plasmó simbólicamente el término del antiguo régimen (virreinal) y el comienzo de la revolución de independencia.
Detenerse en tales antecedentes resulta pertinente para hablar de la exposición que actualmente ofrece a sus visitantes el Museo del Pueblo de Guanajuato. “Huellas de don Miguel Hidalgo y Costilla” casa perfectamente con el itinerario histórico de la casona, de sus moradores (cuando menos de los indicados párrafos atrás), y por ello proporciona un contexto inmejorable para enfocar la mirada en uno de los hombres más notables del siglo XIX, nacido en Guanajuato el siglo anterior, quien podría ser nuestro ícono de la libertad. En las salas que suelen acoger la exposición permanente de la galería se ha colocado para su exhibición pública medio centenar de piezas emblemáticas que fueron exhibidas en 1910 con motivo del Centenario de la Independencia de México: diversos objetos que pertenecieron al cura Miguel Hidalgo o que tuvieron alguna relación con él.
La muestra, organizada por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH-Conaculta), y traída a Guanajuato por medio del Gobierno del Estado a través del Instituto Estatal de la Cultura, refiere como su intención primordial ofrecer testimonio tangible de la faceta humana del Padre de la Patria. De acuerdo con el curador de la muestra, el historiador Salvador Rueda Smithers, uno de los objetivos de esta exposición consiste en mostrar que “la historia no es épica” sino producto de personajes cuya dimensión humana suele perderse a favor de las convenciones iconográficas. De ahí la intención de recuperarla.
No obstante, son pocos los objetos del iniciador de la Independencia de México, tanto es así que sólo se le han atribuido los que se reúnen en esta exposición, misma que ofrece (como hace cien años) su perspectiva sobre el perfil humano del prócer. En ese sentido el conjunto no tiene desperdicio, si bien no deja de causar extrañeza su escasa cantidad, sobre todo porque a medida que se recorre la instalación va diluyéndose el impacto del hombre, transformado ya en símbolo, en ícono liberal, en referencia política.
Las piezas sobresalientes de la exposición dedicada al cura de Dolores son, al comienzo del recorrido, los ornamentos que usaba para la administración de los sacramentos, la pila en que fue bautizado, el confesonario de la parroquia desde donde llamó a la insurrección, así como muebles de la casa de Dolores. Abigarrada serie que preserva en su confección el sabor de su época, girones de la cosmovisión imperante en ese entonces, y en buena medida el paso y el peso de un hombre que acabó convertido en el eje de la transformación revolucionaria del país. Esta es quizá la parte neurálgica de la exposición, si se miran estos objetos como prendas, enseres y muebles de uso cotidiano del Padre de la Patria. A través de ellos verdaderamente se humaniza el personaje histórico.
Después comienza el trayecto que lleva a la entronización del personaje como símbolo de la Libertad. Siete retratos brindan de entrada la oportunidad de repasar la imagen que nos fue legada. Esas pinturas, de autor anónimo muchas y otras de autor conocido, aportan posibilidades de comprensión sin entregar una certidumbre inalterada. Con todo y eso, el conjunto parece decantarse por un tipo de imagen del héroe de Dolores, la que lo pinta con suma delgadez, cabello cano y corto en torno a la mollera calva, y labios por demás afinados. Pero es que además tales cuadros impactan la sensibilidad de modo inesperado pero grato, pues son evidencias de una época a la que sólo pudimos acceder antes por medio de los libros escolares.
También se cuentan un estandarte (del Regimiento de la Muerte) que los seguidores de Hidalgo enarbolaron luego de su fusilamiento, un par de cañones insurgentes empleados en la causa que había encabezado el nativo de Corralejo, cinco medallas alusivas al personaje, dos estatuillas por demás encantadoras, armas de la época y tambores (se entiende que de guerra). Piezas todas estas que reseñan cómo empezó el hombre a adquirir la condición de emblema, y luego de símbolo. Tal conjunto rivaliza desde luego con otra serie, mínima si se quiere, pero de alto impacto, en la que se describe: una medalla de plata con la imagen de la Virgen de Guadalupe —donada en 1915 por su nieta: doña María Guadalupe Hidalgo y Costilla, quien la recibió en herencia (es decir, esta pieza no estuvo en la colección de hace cien años)—, un relicario con la Virgen de los Dolores (patrona del curato que Hidalgo encabezó entre 1803 y 1810), el escapulario guadalupano (regalo de unas monjas queretanas el día de su santo en 1807) y que le fue confiscado por la Inquisición antes de ser fusilado.
Finalmente, el espectador se encuentra con objetos de hace cien años, en los que Hidalgo forma parte ya, sin duda alguna, del panteón de la Patria. Se reconocen pues un par de fistoles con su retrato, medallas conmemorativas, y un curioso “tapiz” patriótico, por llamarlo de algún modo, en el que figuran, de abajo hacia arriba, Morelos, Hidalgo y Guerrero como la base; Francisco I. Madero, al centro, entre banderas nacionales, encima de cuya cabeza descuella, como la cima de este ciframiento, Benito Juárez. Una pieza bastante atractiva, precisamente, por la conjunción de elementos, a manera de genealogía de la libertad mexicana, cuyo foco era el Sr. Madero. Último destino de Hidalgo, colocado ya entre otros campeones de la Patria.
Antes de dejar el recinto, conviene acercarse a la decena de fotografías que aprehendió varios momentos del traslado de la pila bautismal de Hidalgo, de Abasolo (conocida otrora como Cuitzeo de los Naranjos) a la ciudad de México, al entonces Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnografía, en el centro de la Ciudad de México. Esta ceremonia, que tuvo verificativo el 2 de septiembre de 1910, marcó el inicio de la fiesta popular para celebrar la gesta que dio origen al país. La colección sobresale, entre otros varias de sus cualidades, porque en una de ellas figura retratada la nieta de Miguel Hidalgo, ya mayor de edad; porque aprehende la algarabía popular en torno al cura de Dolores hace cien años y, obviamente, por la índole testimonial de cada fotografía, como piezas de una gran crónica.
Vistas así las cosas, a este andante del centro de Guanajuato le quedó una sensación placentera ante las cosas antiguas (directamente relacionadas con el Bicentenario), pero también la naciente pregunta por la forma idónea en que nos corresponde consumar la conmemoración. ¿Cuál será la novedad que aportaremos para que dentro de cien años sea recordada, y tal vez vuelta a publicar, en torno a tan importante asunto? La exposición bien vale la pena de una visita, paciente y detallada, que el Museo de sitio además también gratifica. Y aunque era obligatoria la presencia de esta colección en Guanajuato, hizo bien el Instituto de Cultura del estado en canalizarla, justamente, a este Museo, también de estirpe libertaria.