Migración

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LAS COSAS COMO SON (columna de asuntos terapéuticos)

Jorge Olmos Fuentes

Un hecho bastante frecuente en la consulta y de notable injerencia en innumerables casos está relacionado con el movimiento de la gente de un lugar a otro, de un pueblo a la ciudad, de una ciudad a otra más lejana, del país de origen a uno de residencia. Cuando menos entre nosotros, hay ejemplos por demás evidentes que permiten corroborar la afirmación. En Guanajuato, la minería ha atraído a trabajadores, proveedores, empresarios de vaya usted a saber cuántos países, estados, municipios, así como ingenieros guanajuatenses se trasladan a otras poblaciones en pos de un trabajo. La ciudad de México es un ejemplo inmejorable para mostrar la recurrencia de este movimiento, pues está compuesta por una variedad formidable de habitantes originarios de poblados, ciudades, estados y países. Asimismo hay que contar hechos históricos que han provocado estos desplazamientos. Recuérdese a manera de ejemplo la revolución de 1910, el reparto ejidal que abarcó a todo el país, la venida de los exiliados españoles, el arribo de gente de Sudamérica a causa de las dictaduras, la emigración de mexicanos a Estados Unidos, la llegada a México de centroamericanos. Y también cataclismos, como las inundaciones o el sismo de 1985, así como un larguísimo etcétera.

Toda esa gente en movimiento se desplaza motivada por el anhelo de mejorar las condiciones del vivir, por la certidumbre más inmediata de salvar la vida o de salvársela cuando menos a un puñado, por la intención de hallarse un trabajo, por el impulso de conseguir el amor eterno, por el afán de iniciar un negocio, por la confianza en escapar de un destino difícil, tal vez por la esperanza de vivir una segunda oportunidad o ya de plano una vida nueva. Prácticamente nadie, mucho menos en el Bajío, carece de algún pariente más o menos cercano que vivió en carne propia esa experiencia.

Lo relevante sin embargo estriba en que, al tiempo de tomar esa decisión inobjetable, se dejó atrás una historia de la que se formaba parte y en la que había posesiones (materiales e intangibles), personas con quienes se establecieron vínculos (cónyuge, hijos, padres, amigos, compañeros de trabajo), complicidades esclarecidas, fracasos corrosivos, destinos difíciles, y un sinfín de asuntos. ¿Cómo puede vivirse ante la exigencia de ambas lealtades: la que se deja y la que se anhela tomar? ¿Y cómo puede vivirse mirando a la persona amada dejándonos por un futuro contingente?

Lo cierto es que de este modo comienza a instalarse entre los miembros de la familia alguno o algunos de estos sentimientos, emociones y conductas: el retraimiento, la permanente espera, la ansiedad o el miedo (tanto por partir como por quedarse), la experiencia reiterada de dos opciones (cónyuge y querido o querida, un trabajo seguro y otro adverso, alternancia entre la alegría y la tristeza), un irse continuamente (entendido como nunca estar plenamente donde la persona se encuentre), tendencia al fracaso, desánimo y falta de fuerza para experimentar la plenitud, entre muchos otros síntomas.

A este respecto la consulta nos ha mostrado como hecho por demás importante mirar al país de origen, a la ciudad de donde se partió, y también a la nación de acogida, a la ciudad o poblado donde se reside. Cuando se han presentando casos de esta índole, es posible percibir el dolor entrañable de esa gran madre (por lo que pierde) y también el ánimo dispuesto de otra gran madre (ante lo que recibe), lista para acoger a hijos que no son suyos cuando se presentan con actitud respetuosa, agradecida y humilde. Representadas con mujeres, por lo regular esas entidades de origen y de llegada son benevolentes y generosas, a quienes se quedó atado el corazón de quien migra, o a quienes no pueden mirar quienes se quedaron en el sitio de origen.

Y puede decirse que aun para quienes hacen el viaje no resulta sencillo darse cuenta de que están enredados en esta implicación; muchos menos consiguen asociar en ocasiones conductas de los hijos con tales sucesos. Para eso está, precisamente, la consulta. Y no han sido pocas las veces en que, luego de presenciar el dolor de un país por la desgracia filial de sus habitantes, se acomoda a situaciones nuevas y confía en la entereza de la Vida misma, en su sabiduría en marcha. Así que si uno se encuentra en este supuesto, sería mejor que no dejase de mirarlo y tenerlo en consideración, ya que puede ser el factor decisivo de algún trastorno o dificultad, tanto personal como familiar, ante lo vivo y sus oportunidades.