Paz entre grupos

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LAS COSAS COMO SON (columna de asuntos terapéuticos)

Jorge Olmos Fuentes

Cuando ya no nos miramos como personas, sino como miembros de nuestro propio grupo, y vemos a los otros como miembros de su grupo, nos cegamos al individuo. Se ve únicamente a miembros de grupo. Cada uno de nosotros está unido a su grupo por la conciencia y, dentro de nuestro grupo, nos sentimos superiores a otros grupos. Esto mantiene a los grupos separados. La pregunta fundamental es entonces: ¿cómo podemos traer la paz entre grupos? Como individuos nos encontramos esencialmente impotentes ante el poder de lo colectivo, aun cuando nos mantenemos centrados y en resonancia con nuestros valores. ¿Qué caminos quedan abiertos para el individuo? Sólo esperar el momento correcto, hasta que lo destructivo se haya desgastado. Sin embargo, los individuos pueden preparar los caminos hacia la paz trabajando dentro de un círculo más pequeño y restringido. Entre tanto, esto significa tolerar el conflicto y hasta consentir lo inevitable. ¿Quiénes están más abiertos para la reconciliación? Las víctimas de ambas partes. Cuando los individuos de dos grupos adversarios pueden ver a las víctimas de los dos bandos, tiradas en medio, separándolos, y juntos lamentar su muerte, entonces desaparecen las etiquetas, las diferencias, y sólo queda GENTE. La lealtad que separa de los sentimientos hacia otros seres humanos se disuelve y entonces al mirarse unos a otros pueden respetarse. Y ese respeto reconcilia. La reconciliación sin embargo empieza en tu propia alma. Comienza con tus padres. En el alma te inclinas frente a tus padres e imaginas que detrás de ellos están sus padres, y así sucesivamente. Luego ves a miles de generaciones a través de las cuales la vida fluye hacia ti, pura e ilimitadamente. Siempre se mantiene completa en su abundancia, sin importar cómo eran o son los individuos que la reciben o que la pasan. Mirando a los padres de esta manera puedes, y en efecto debes, inclinarte profundamente ante ellos. Al mismo tiempo al inclinarnos frente a nuestros padres, nos estamos inclinando ante el secreto de la vida. De esta forma, como viene de nuestros padres, se convierte en un acto profunda y verdaderamente religioso. Este camino hacia la reconciliación en el alma continúa con el siguiente paso. Yo debo reconocer que cada persona es igual a mí en lo esencial. Igual en que a todos se nos requiere consentir a la vida, la cual nos es común a todos, y cada quien hacia sus propios padres. Para podernos mover más profundamente en la comprensión del alma, que abre la puerta hacia la reconciliación, tenemos que deshacernos de nuestra habitual diferenciación entre el bien y el mal. Tenemos que abandonar la imagen de Dios que adquirimos de antemano en función de los intereses de nuestro propio grupo, y que lo ve como enemigo del grupo contra el cual estamos combatiendo. Entonces tenemos que reconocer que a pesar de que, en primer término, ambos lados están comprometidos con deseos y acciones adversarias, ambos también son guiados por una fuerza que todo lo abarca, que es mayor, y ambos deben inclinarse ante su poder. Ambos son meramente herramientas de su poder, que sirve a otras metas. Por medio de esta visión y actitud puedes mirar los hechos catastróficos de tal forma que sirvan para la paz, progreso y reconciliación a largo plazo. Al hacerlo, no perdemos de vista a las víctimas y a sus familias, podemos compartir el duelo con ellos y llevar su sufrimiento con simpatía; al mismo tiempo mantenemos la visión de los atacantes como víctimas, que experimentaron lo mismo, conectados a algo diferente, y que también desde su punto de vista querían lograr algo bueno, pero usaron herramientas que llevaron a muchos inocentes a la muerte y de todo esto habrá consecuencias. Cuando esto es visto y reconocido, va más allá de nuestra habitual distinción entre el bien y el mal. Si dejas que ese evento funcione en este sentido, puedes ver que en lo global, terrible como fue, se ha traído un cambio para mejorar las almas de muchos. Por ejemplo nos ha conducido a reconocer que somos vulnerables a otros, cuyos reclamos han sido ignorados.

Para todo esto hace falta dejar atrás a la inocencia. “Un hombre está sentado y mira hacia el frente. De repente se mira a sí mismo en un pequeño círculo blanco. El círculo es muy pequeño y casi no puede moverse. Una sombra, como una flama negra, alrededor del círculo. Tres días después el círculo se abre y la gigantesca y sombría flama negra irrumpe y entra. El círculo se expande y la persona finalmente tiene espacio para estirarse. El círculo, sin embargo, es ahora gris.