Profesiones

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LAS COSAS COMO SON (columna de asuntos terapéuticos)

Jorge Olmos Fuentes

Con relativa frecuencia en la consulta se presentan, sino de modo directo, sí de manera tangencial, asuntos relacionados con la elección de una profesión. Tangencial porque no es ése el asunto urgente o inmediato que requiere solución o cuidado. Digamos que va emergiendo a la superficie, como si se tratase de una embarcación hundida que sale de nuevo a flote, conforme transcurre la sesión. Incluso el planteamiento de lo que se quisiera modificar puede no tener nada que ver con el ejercicio profesional.

Sin embargo al mirar con un poco más de atención queda claro, porque no puede ser de otra forma, que el síntoma de una persona, lo que la ha llevado a consultar, aunque se encuentre muy bien enfocado, en realidad forma una unidad dinámica, activa y corriente con todas las demás conductas, actitudes, pensamientos, emociones, maneras de tomar decisiones, sentimientos, tipos de respuestas, intensidad en las relaciones interpersonales, y demás cuestiones del vivir diario y a veces en apariencia rutinario.

Así por ejemplo, ha habido especialistas de la salud mental que al tratar de acomodar desórdenes en su vida conyugal, por ejemplo, se topan aun sin esperarlo con algún ancestro que padeció alguna enfermedad o desajuste, tipo esquizofrenia, pérdida de la realidad, depresión severa, y síntomas análogos. Curiosamente, los hechos referidos a su propia persona, el consultante los presenta por lo regular unidos a la visión que guarda de esos ancestros y de esas circunstancias, bien sea porque se ha asemejado a ellos; bien sea porque participa en aquella situación (como si pudiera hacerlo) tomando un papel como víctima o como victimario, bien sea porque se ha distanciado en grado extremo de tales asuntos, parientes y conductas (como si pudiera hacerlo).

Hubo en otra ocasión una profesional de la ginecología que estaba unida en su corazón a una ancestra quien había sido marcada en la familia con dedo acusador dado su gusto excesivo y carnal por los hombres. En una especie de sueño mágico, tal doctora parecía cuidar a su pariente en la atención que brindaba a otras mujeres siempre en el ámbito de lo sexual.

Cuando sucesos como los descritos llegan a suceder, uno alcanza en ocasiones a percibir que ocurrió una especie de cristalización en el interior de la persona. Como si una parte, emocional, sentimental, de los anhelos, se hubiera quedado niña, infantil, y desde allí estuviese dirigiendo las respuestas suministradas por la  persona adulta y profesional y casada y demás a su contexto. Digamos que ese niño, esa niña, triste o apesadumbrada, asustada o enojada, se dedica con absoluta inocencia a ayudar a su ancestro, a salvarlo de hechos específicos, a librarlo de la maledicencia, a no dejarlo sólo en su pesar o aislamiento o exclusión.  Por eso repite, a veces como una copia fiel, a veces como una extrapolación muy marcada, el destino de tal familiar.

Algo pasa entonces con la vida diaria que crea las combinaciones perfectas para que vuelva a tener lugar un hecho anterior, conocido en cada familia, dentro de contextos ciertamente distintos pero en extremo parecidos, y de formas para nada unidireccionales. Por eso cuesta trabajo identificarlos, y por eso se solicita una ayuda externa. Así, con otros protagonistas, en otras ciudades, en otro tiempo, con otra gente, se consuma una y otra vez el hecho atemorizante, hasta que la persona sucumbe, o hasta que decide hacer algo y la inocencia deja de operar como venía haciéndolo.

Y es que en nuestro trabajo terapéutico en efecto se procura retirar los velos de inocencia a fin de mirar lo que es, se procura frenar la persistente negativa a reconocer lo ocurrido e impulsar un actuar ajustado a las circunstancias como ocurren. Con esto se gana por ejemplo una claridad impensada para dar los siguientes pasos, se alcanza un bienestar inmediato, se conquista un espacio en el mundo, con toda la responsabilidad y con todas las posibilidades también, como no se lo había experimentado antes, y por supuesto se entra en posesión de decidir continuar por el derrotero profesional por el que se va, pero ahora con los ojos bien abiertos, o se determina cambiar de rumbo, con los ojos bien abiertos, a la búsqueda de la pretendida felicidad, de la dicha anhelada, pero ya sin el sentimiento ni las restricciones infantiles, sino con las facultades y la experiencia de un adulto. Y esto que recién describo no es poca cosa: hay quienes dejan la vida sin haber siquiera imaginado su existencia, mucho menos probado esa vivencia.