LAS COSAS COMO SON (columna de asuntos terapéuticos)
Jorge Olmos Fuentes
En esta ocasión me gustaría referirme a algo muy importante que se denomina “la actitud terapéutica”. En esta actitud hay algo que es de entrada aleccionador: nosotros no tenemos un alma que podamos controlar, más bien tomamos parte de una que nos dirige, junto con otros. El alma en este sentido no es buena ni mala.
¿Y qué puede hacerse con esa certidumbre? La respuesta es sencilla: conviene dejarse llevar por el movimiento del alma. Ya que el alma es lo más grande, la seguridad al acogerse a ella estriba en que no hay pérdida ni dudas, en que tiene perfectamente definido el diseño de lo que sucederá, en que tiene contemplada la realización del llamado “libre albedrío”.
Esa sería, pues, la actitud terapéutica básica, este reconocimiento de sumisión a lo más grande, a lo que no podemos controlar, a un macro-diseño del cual forma parte nuestra vida, como lo han hecho las vidas de todos cuantos han estado en el mundo.
Obviamente, hace falta confianza, y al mismo tiempo dejar a un lado conductas como la curiosidad, los prejuicios, el vano intento de conducir el propio destino, entre muchas otras, pues lo único que hacen es impedir la reunión con el movimiento del alma. No obstante, lo que sí podemos hacer es buscar los hechos de nuestra historia familiar que están condicionando nuestro afán de meter la nariz en todo, nuestra intención de salvar al mundo, nuestros esfuerzos de re-educar a la pareja, al gobernante, a los papás, al mundo, los hechos que nos impiden dejar de sentirnos tristes, sacudirnos el enojo perpetuo, superar la depresión o las adicciones.
Esto puede ser concorde con la actitud terapéutica. Digamos por ejemplo que nos preguntamos con franqueza “¿cuál es la queja?”, pero también con honestidad y sin temores de ninguna especie. En el caso de enfermos, suicidas o personas que viven en constante riesgo de perder la vida, sin duda pasó algo importante en su vida familiar, hechos externos a la propia persona quizá, como la temprana muerte de hermanos, como el desconocimiento de parejas anteriores que fueron muy importantes, como la realización de crímenes al interior de la familia, como exclusiones o apartamientos por cualquier motivo, adopciones o minusvalía. El hecho específico es el que se requiere, no hace falta saber más.
En ese sentido, la gran alma abrasa tanto a los vivos como a los muertos. En su seno no existen las diferencias que nosotros conocemos y defendemos. Y éste es el cometido de la consulta: conducir la mirada de quien consulta a esa macro-dimensión, a fin de generar la experiencia de la actitud terapéutica. El objetivo de aprendizaje, si hubiera alguno, sería pues confiar en la gran alma. Ésta tiende naturalmente a la reconciliación, al amor, a restaurar el flujo del amor donde éste se interrumpió. Los vivos no tienen otra opción que concluir sus vidas, y qué mejor si mueren con amor.
La experiencia muestra que los muertos que yacen al lado de aquellos que les quitaron la vida, que los hijos abortados que son tomados y reinsertados en la familia, por lo general promueven una conciliación profunda, e impregnan una gran fuerza de vida al sistema familiar. En la gran alma al final de todo sólo hay muertos, pero muertos que murieron bien. Muertos entre quienes las diferencias entre víctimas y perpetradores se han superado hasta encontrar la igualdad de condición, están pacíficas.
Puede decirse a manera de ejemplo que ni judíos ni nazis era libres, tanto el perpetrador como la víctima eran iguales. «Los malos» han sido usados para un macro-propósito, así como “los buenos”. Y verlos como «malos» o como “buenos” significa no estar conectados con la realidad profunda, la que genera los vínculos más determinantes. Esto es así porque hay poderes actuando detrás de quien está siendo usado, los poderes de la Gran Alma, los poderes que extinguieron antes la vida sobre el planeta o que produjeron las glaciaciones. Obviamente, este conocimiento no suprime ningún dolor, sin embargo aporta una buena dosis de comprensión, desde una actitud distinta, la actitud terapéutica que nos recuerda: en el reino de los muertos nadie lleva ventajas, cualquiera que haya sido su vida.