La pampa desolada de Rodó

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Benjamín Pacheco López

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Guanajuato, Gto. 21 de septiembre de 2010.- La vida como una desolada pampa a la que hay que hacer frente, y la voluntad como un espectro indiferente e inmutable que no se detendrá hasta lograr sus fines, son algunos de los aspectos visibles en el ensayo Motivos de Proteo de José Enrique Rodó.

José Enrique Rodó hacia 1908. (Foto: Biblioteca Nacional de Uruguay)

Por medio de una parábola en la que aparecen un viejo inmutable y tres niños flacos y miserables —retratados con simbolismo—, el escritor uruguayo esboza un mundo duro en el que es necesario entregarse totalmente para alcanzar las metas que a simple vista parecen imposibles. Y aunque se consigan aquellas metas titánicas, Rodó nos deja claro que ésa no es la parte final, pues inmediatamente hay que ponerse a trabajar —a pesar de las canas y que no probemos los frutos obtenidos con esfuerzo—  en el siguiente objetivo, mismo que traerá igual o mayores penas.

En esta alegoría, el escritor remarca la potencia del hombre para lograr lo que se proponga, condición que presenta al parecer por encima de las creencias: “no hay en la tierra ni en el cielo nada más grande que yo”, afirma en la explicación de la parábola. Rodó se comunica con un estilo híbrido y divide específicamente los distintos tonos de su discurso, pues va del lenguaje poético al análisis psicológico para esclarecer sus ideas al lector.

En la segunda parte del texto, el ensayista abarca la voluntad colectiva y ejemplifica por medio de los territorios expuestos en un mapa, la necesidad de contar con un espacio patrio para que una persona experimente la libertad. Refiere: “el candor doméstico aguarda la vuelta del trabajador en casas limpias como plata, y donde ríos morosos van diciendo, si no el himno, el salmo de la libertad”. Después, Rodó enuncia desde el punto de vista psicológico, al menos diez posibles personalidades que podría traer un pueblo, al extender la unidad consciente de un individuo al genio de un pueblo o “espíritu de una raza”, como lo nombra.

De esta forma, el ensayista presenta pueblos —como hay individuos— centrados, fanáticos, complejos, contradictorios, incoherentes, dependientes, estáticos, eufóricos, moldeables y progresistas, por citar algunos ejemplos. Posteriormente Rodó ahonda y señala la necesidad de que exista un “genio nacional”, entendido como un pueblo con “personalidad constante y firme”, y que de ser necesario cambie pero sin descaracterizarse. Así expone: “los pueblos que realmente viven cambian de amor, de pensamiento, de tarea; varían el ritmo de aquel culto; luchan con su pasado, para apartarse de él, no al modo como el humo fugaz… sino a la manera del árbol (que) se aparta de su raíz (para concebir) la idea de la fronda florida que ha de ser su obra y su cúspide”.

Por último, cierra el ensayo con un cuadro otoñal con el que refuerza su  filosofía de la vida basada en el desarrollo de un paisaje y la naturaleza, así como la voluntad de cambio del hombre dentro de las mismas. Así, José Enrique Rodó revela su sentencia: “quien no cambia de alma con los pasos del tiempo, es árbol agostado, campo baldío”.