Un “bibliófago” privilegiado: Adolfo Castañón

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Benjamín Pacheco López

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Una vida privilegiada en cuanto a lecturas, cercanía con ediciones selectas y autores de la estatura de Octavio Paz, así como un tiempo envidiable para poder leer, es el sabor que deja Adolfo Castañón en su ensayo Bibliotecas propias y ajenas. De estilo ameno, íntimo, en ocasiones muy humilde y sincero, y en otras orgulloso, además de que evita que el lector se sienta acribillado con listados de obras y creadores que dan la impresión de que no concluirán, son parte de la atmósfera que logra Castañón.

También comparte y revela detalles como las incursiones infantiles y juveniles a las llamadas librerías de viejo; la marcada influencia de su padre —a quien por cierto siempre lo enuncia con respeto— don Jesús Castañón Rodríguez; y una consecuente autoformación literaria que raya prácticamente en lo histórico y lo universal, al grado de influir en la conformación de bibliotecas a nivel nacional.

El escritor Adolfo Castañón (Foto: Especial)

Castañón parte de la biblioteca de su padre: gigante, inmensa, titánica, debido a sus 20 mil volúmenes que quedaron bajo resguardo del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM. Después, pasa por la que sería su iniciación en la conformación de una biblioteca personal acomodada en un sótano del hogar materno, sitio arreglado a su antojo y que también fue lugar de paso para tertulias con los amigos de la época.

El escritor refiere otras colecciones considerables de discos, pero en sentido secundario. Lo que importa son las letras y su acumulación. Hasta se podría comparar con una crianza o cosecha, y su posterior repartición al mundo. Impresiona el apego a los libros y la lectura por parte de Castañón, al grado que ni el luto le impidió salir a comprar ediciones al día siguiente en que falleciera su madre María Estela Morán Núñez.

El autor deja en claro que ha tenido una vida amalgamada a los libros: acude a donde los vendan, los recibe y los reparte por igual, los multiplica y se deshace de ellos, los mete a escondidas a los estantes de las librerías y a las bibliotecas de sus amigos. Es una metáfora viviente de un río de letras que no se detendrá hasta llegar al océano. Pero es cierto que es difícil seguirle el paso a Castañón, de ahí que puntualice que es una vida privilegiada. Tan sólo buscar los libros que cita en el ensayo podría llevarse tanto tiempo que dudo que alguien lo consiga.

A veces da envidia esa voracidad y tiempo para ser voraz, de ser “bibliófago” total. Pero también da gusto de que alguien pueda hacerlo y encima escriba sobre ello.