Demuestra dominio Jue Wang

Compartir

Benjamín Pacheco López

Guanajuato, Gto. 25 de octubre de 2010.- Jue Wang se adentró en la música, recorrió sus pasajes y cordilleras sonoras, para llevar al público a un viaje por la más pura tradición romántica e impresionista de la literatura pianística, durante su partición en la edición 38 del Festival Internacional Cervantino (FIC).

El concierto de piano se realizó en el Auditorio de Minas de la Universidad de Guanajuato (UG), donde el joven de 26 años demostró la serenidad y madurez necesarias para afrontar complicados fraseos musicales de Ravel, Schumann, Chopin y Chaikovski.

El pianista, prodigio desde los 10 años y galardonado con una serie de premios alrededor del mundo, sorprendió a los expertos reunidos en la sala por la ejecución de la SonatinaMiroirs de Ravel (1875-1937), al captar la esencia de la música occidental a pesar de su origen asiático.

Wang destacó por concentrarse en su tarea para entregar al público oleadas musicales con “Modére”, “Movement de menuet”, “Animé”, “Noctellus, en re bemol mayor”, “Olseaux tristes, en mi bemol menor”, “Une barque sur l´océan, en La mayor”, “Alborada del gracioso, en re menor” y “La vallée des cloches, en do sostenido menor”, del compositor citado.

Sin artificios, aspavientos, sereno de sí, con la música al desnudo, el pianista desplazó al silencio y envolvió con los distintos acordes a los presentes, al grado de que dio lástima que el auditorio apenas estuviera al cuarto de su capacidad.

Tras el intermedio, el nacido en Shangai en 1984 interpretó Intermezzo Op. 26 no. 4 de Schumann (1810-1856); Polonesa Heroica, en la bemol mayor, Op. 53Balada no. 4, en Fa menor, Op. 52, de Chopin (1810-1849); así como Polonesa de Eugene Onegin, de Chaikovski (1840-1893).

Wang se sienta al piano. Observa y mide las teclas. Se enfoca en su objetivo y sus manos descienden con precisión. Algunos asistentes aguantan la respiración, debido al cierto misticismo con que el pianista ejecuta escalas rapidísimas, trinos y amplios acordes que exigen abrir mucho las manos.

Después viene la fuerza y expresividad, la vibración que recorre el recinto y obliga a poner atención a lo que ocurre en el escenario, a los sonidos que emergen del piano en oleadas.

Wang tiene domada la pieza, la hace suya y decide qué y cómo debe sonar cada cosa, por complicada que parezca, sus dedos se desplazan con firmeza y de repente concluye. Llegan los aplausos y él, con serenidad, simplemente agradece.