Recrean tragedia de Moctezuma

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Benjamín Pacheco López

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Guanajuato, Gto. 19 de octubre de 2010.- Los últimos días de Moctezuma, confiado y enamorado, al grado de no darse cuenta que perderá su imperio a manos de extranjeros y traerá como consecuencia una nueva nación en búsqueda de identidad, son algunos aspectos de la ópera Montezuma.

"Montezuma" en el FIC (Foto: Especial)

El montaje, estrenado originalmente hace 255 años, formó parte de las puestas en escena críticas de la edición 38 del Festival Internacional Cervantino (FIC).

La unión violenta de dos culturas fue recreada en el Teatro Juárez, donde los asistentes apreciaron el trabajo de los directores Gabriel Garrido, en la música, y Claudio Valdés Kuri y su compañía, Teatro de Ciertos Habitantes.

Ellos actualizaron la tragedia en tres actos de Carl Heinrich Graun (1704-1759) sobre un libreto de Federico II, rey de Prusia (1712-1786), escrita originalmente en francés, traducida al italiano, y estrenada en la Ópera de Berlín, el 6 de enero de 1755.

A lo largo de 3 horas, más de 40 cantantes y músicos representaron la caída del imperio azteca a manos de un Hernán Cortés y Capitán Narvés, retratados como violadores y arrogantes, quienes sin contemplaciones toman todo lo que encuentran a su paso.

Debido a que la obra representa una apreciación europea sobre los acontecimientos de la América Colonial, en el pase de mano se le advierte al espectador que es «más ficción que realidad (y) más reflexión personal que historia».

La atmósfera se caracteriza por su doble discurso, entendido por el hecho de que el asistente escucha una historia —a cargo de cuatro contratenores, dos sopranos, dos tenores, dos bajos y una mezzosoprano— y ve otra, donde se percibe una crítica social e histórica fuerte.

Lo anterior, debido a que son utilizados objetos contemporáneos como envases de Coca-Cola, playeras, tenis, máscaras de luchadores, uniformes de secundaria y hasta un perro labrador, que se conjugan para narrar los últimos días de un pueblo indígena que derivó en una nación mestiza desorientada y resentida.

La escenografía, el vestuario y la iluminación son notables, pues la compañía adecuó el Teatro Juárez para colocar a una orquesta y una pasarela en la parte que corresponde a las butacas principales, además de un sencillo manejo de grandes bloques de madera para recrear una pirámide, escalinatas, los barrios y una prisión, así como efectos de amanecer, atardecer y noches de luna llena.

De esta forma aparecen en escena el amor y descuido de Montezuma y Eupaforice, su prometida, así como el desconfiado Pilpatoé, general del ejército azteca, quienes pasan de los sacrificios humanos a la conquista religiosa y cultural, en voz de cantantes que debido a su entrega, se ganaron en más de una ocasión acaloradas ovaciones del público.

La obra es un canto al dolor, a la derrota. Desde un pedestal, el emperador observa a la nueva nación mexicana —representada por estereotipos de adolescentes embarazadas, estudiantes de secundaria, la resignada ama de casa, transexuales, punketos y norteños adoradores de la cultura estadounidense— que gira a gran velocidad, para después aferrarse a una bandera y, en medio del caos, tratar de entender su verdadera identidad.