La inocencia

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LAS COSAS COMO SON (columna de asuntos terapéuticos)

Jorge Olmos Fuentes

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Guanajuato., Gto. 30 de noviembre de 2010.- No la inocencia infantil o de los santos, sino la que asumen con mucha más frecuencia de lo que se supone las personas en el transcurso de su vida. La inocencia es un recurso bastante apreciado en el juego de las relaciones, pues nos muestra como inmaculados, como tomados por un destino difícil, como cautivos de la voluntad de otro, como inexpertos para tomar ciertas decisiones, como sin responsabilidad en la marcha de los acontecimientos.

¿Y cómo funciona? Digamos de inmediato que es un movimiento inconsciente, una parte ciega de la propia personalidad, que nos lleva a involucrarnos en asuntos de los cuales no nos haremos responsables. Hay inocencia por ejemplo en la persona que después de años de matrimonio con alguien dice desconocer que su pareja era agresiva, la hay en quienes por ejemplo ocupan una posición dominante en sus familias y dicen a los demás con aire de perdonavidas que nadie como ellos para ayudar a su parentela a salir adelante, la hay en jóvenes y adultos que enjuician severamente a sus padres por algún hecho ocurrido hace décadas y que se sienten con razón para mantener su enojo, también entre quienes están convencidos de que el perdón es lo que ayuda a mejorar sus relaciones y se siente dispuestos a perdonar a sus padres en primer lugar, e igualmente en una persona que padece alguna enfermedad terminal con una sonrisa inamovible.

En todos los casos descritos lo que hay es una persona que no se da cuenta, o que no quiere darse cuenta, incluso que no puede darse cuenta, cómo están ocurriendo las cosas realmente. Podría pensarse que es una especie de velo protector a través del cual se mira el mundo, implantado en la persona como resultado de hechos específicos que sembraron en ella el miedo, el dolor o la rabia. En consecuencia, se adquiere una especie de licencia para incurrir en determinados actos sin sentir culpa o responsabilidad o carga de conciencia.

Quien así vive, intenta resolver en el tiempo presente de su vivir, y con otras personas, algo que sucedió en un tiempo pretérito, quizá de su propia vida, quizá de la vida de otras personas, parientes suyos, a quienes ni siquiera conoce. Y es que al alma de la familia no se le escapa nada ni nadie: personas, hechos, frases. Y la inocencia es la manera de hacer presentes, otra vez, como en una reiterada oportunidad que busca la solución, a personas que no se pueden nombrar, a hechos indecibles, a frases que deambulan perdidas en la familia en busca de su emisor.

La mayoría de las veces, la inocencia salta a la vista con doble subrayado cuando algún síntoma inhibe nuestra energía vital, cuando nos topamos con obstáculos insalvables. Y la mayor parte de las veces una persona externa es quien nos lo señala. Es decir: la inocencia es invisible para quien actúa bajo su influencia. Es preciso verla, primero, y después removerla porque la vida en plenitud requiere el concurso de todas las fuerzas de una persona, y la inocencia secuestra una parte de la mirada, de la voluntad, del vivir mismo, es como una energía empozada, una materia preciosa que no circula ni puede emplearse, que impide el riesgo, que evita la aventura de crecer, de asumir responsabilidades, de canalizar la experiencia a la consecución de objetivos.

Lo primero que uno debe revisar, pues, es todo aquello en lo que se siente seguro, todos aquellos actos que realiza con total soltura y autoridad, pues seguro allí está agazapada la inocencia. Frases como “En esta casa, los hombres o las mujeres hacen esto”, “Dios me manda el sufrimiento por algo”, “Pues esta pareja me tocó y qué le voy a hacer”, “Ni modo que quiera a mi papá después de lo que me hizo”, por citar algunas, son muestras donde se exhibe inmejorable la inocencia como recurso de vida. ¿Identifica usted alguna frase como estas u otras parecidas, que le hacen parecer inocente ante los otros? Reconocer las cosas como son es lo primero.