Candil de la Calle

Caravana por la la Paz y el Día de la Libertad de Prensa

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(Foto: Especial)

La Caravana por la Paz, la dignidad y el consuelo salió el sábado 4 de junio de Cuernavaca, y va. Avanza en su camino por los territorios del centro al norte de este país, ahora tan peligrosos en muchos de sus puntos, y suma solidaridad, afectos, algunos enconos. Y muchos, muchos testimonios de dolor, de pérdidas, de incertidumbre por el ser querido desaparecido, de coraje y rabia.

En cada una de las ciudades donde ha hecho un alto esta Caravana, se le recibe con dolor, con necesidad de consuelo, con indignación, con ganas de ser escuchado. Seguramente por eso también se le van sumando nombres porque originalmente sólo era por la paz y ahora lo es por la dignidad, lo es para el consuelo.

Distrito Federal, Morelia, San Luis Potosí, Zacatecas, Durango, son los sitios tocados ya al corte de lo que se escribe. Se reciben nombres, historias, abrazos. En algunas plazas se concentran más de mil gentes; en otras sólo unos cientos. En todas, la explicación, el pretexto, la inercia, el argumento de la ausencia o del silencio es uno: miedo.

Me sumé como reportera a la cobertura de la Caravana en San Luis Potosí y continué con ella hasta Zacatecas, de donde la vi partir hacia Durango. En San Luis el recibimiento fue prudente, casi reprimido. En Zacatecas, cientos de jóvenes fueron punta de lanza y caminaron más.

Este 7 de junio se conmemoró en México el Día de la Libertad de prensa (que no de la libertad de expresión, derecho universal cuya conmemoración internacional tiene lugar el 3 de mayo). A pesar de que el festejo tuvo su origen en una insana relación entre los directivos y dueños de los medios de comunicación y prensa y los gobiernos, apelo a la ocasión para explicar lo difícil que resulta, a estas alturas de la realidad nacional, que los periodistas seamos testigos y transmisores de acontecimientos como éste sin que duela o sin que se pueda evitar el nudo en la garganta. Sobre todo si, en los hechos, nosotros también somos víctimas.

Nuestro oficio ha cambiado de manera sustancial. Muchos de nosotros vivimos con la zozobra de retratar a un país donde la violencia se vuelve lugar común, vida cotidiana, y donde se desborda la abundancia de historias de hermanos, tíos, primos, hijas que han sido víctimas de algún delito, el que sea; de la corrupción, de la impunidad, y de que cualquier día seamos nosotros los que tengamos una historia propia por contar.

Hoy sabemos que en nuestro país, particularmente en la zona norte, hay localidades enteras donde ya no hay autoridades, ni siquiera policías, y los pobladores salen a defenderse y a enfrentar a sicarios o grupos que pretenden despojarlos de sus bienes y vidas. Que hay cientos de desaparecidos sobre cuyos casos no hay ni siquiera una averiguación o nadie investiga, indiferente la autoridad. Que surgen, van surgiendo, siguen apareciendo fosas, auténticos cementerios clandestinos con cientos de cuerpos de mexicanos y extranjeros, víctimas a las que poco a poco se les pone nombre, pero de cuyos victimarios se oculta todo.

Conozco compañeros, amigas, que han vivido situaciones extremas en la cobertura periodística en sus estados, ante la presencia indomable, ingobernable, impune del crimen organizado y el contubernio de policías y gobiernos de todos los niveles, que sospechosamente —o todo lo contrario— jamás han resuelto la mayor parte de los asesinatos y desapariciones de periodistas en México.

El último dato de las Relatorías especiales para la libertad de expresión de la ONU y de la Comisión Interamericana de Prensa habla de 66 periodistas asesinados entre 2000 y 2010 en el ejercicio de su profesión, y 12 desaparecidos actualmente. Otros tantos han sufrido ya alguna agresión que puede venir del ala delincuencial o de una élite política gobernante incómoda, y algunos reciben amenazas directas.

En esta Caravana por la Paz, la Justicia, la Dignidad y el Consuelo que llegará a Ciudad Juárez el 10 de junio, se habla de reconciliación, de paz, de no responder con mentadas de madre a los funcionarios, sino con un llamado a la ética, y a luchar por la recuperación de nuestro territorio, de nuestra casa.

Una caravana de las muchas que debería recorrer las calles de este país.

¿Es mucho pedir?

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Verónica Espinosa es periodista. Ha desarrollado una importante trayectoria en medios impresos y electrónicos de la región desde hace ya varios lustros. Actualmente es corresponsal del semanario Proceso en el estado. Con más de una década de emisiones radiofónicas a sus espaldas, Candil de la Calle, prestigiada columna de opinión, análisis y crítica política ahora llega cada miércoles a través de igeteo.mx por escrito, para descubrir la desnudez de la política y la observación acerada sobre la cosa pública.