En la Cultura de las Casas “cabía” la cultura del estado

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Jorge Olmos Fuentes

Guanajuato, Gto. 24 de julio de 2011.- En días como los nuestros, cuando resulta poco más o menos imposible condensar en un puñado de páginas el estado del arte de una disciplina como la literatura de Guanajuato, o cualquiera otra de sus manifestaciones, acaso resulte por demás pertinente mirar en retrospectiva y fijar la vista en un momento en que las cosas no eran así.

Primeros ejemplares de la revista "La cultura de las casas"

El foco de la atención está puesto en la revista La Cultura de las Casas. Revista de las Casas de la Cultura de Guanajuato, publicada de 1990 a 1991, según la dirección colectiva de un Consejo Editorial integrado por Carmen Vega de Gutiérrez, José Argueta Acevedo (coordinador los primeros cuatro números) y Federico Ramos Sánchez (coordinador de los número 5 a 8).  A esa lista se agregó el nombre de Lidia Cervantes Jáuregui, a partir del número 5.

La revista se definía como “Publicación bimensual de la Dirección General de Cultura de la Secretaría de Educación, Cultura y Recreación”. Es decir, la administración de la cultura del estado de Guanajuato era posible realizarla desde una sola oficina, cuyo director general era Jorge Labarthe Ríos, subordinada a una secretaría de estado. Y sí, estaban dándose los primeros pasos en lo tocante a administración cultural, oficialmente instalada, si bien ya se había avanzado algún trecho en cuanto al reconocimiento de su importancia, si se toma en cuenta que crear una Dirección de Cultura no es algo que tiene lugar de la noche a la mañana.

El par de años señalados como propios de la publicación de La cultura de las casas corresponde al tramo final de la gestión gubernamental de Rafael Corrales Ayala. Un lapso que dejó para el estado una buen número de realizaciones culturales, por ejemplo: la edificación del Auditorio del Estado, la creación de la Orquesta Filarmónica del Bajío, la creación del Consejo Editorial de Gobierno del Estado (que posteriormente sería La Rana), la instalación en Guanajuato del Museo Iconográfico del Quijote, el establecimiento del periódico El Nacional de Guanajuato, la expansión de la Casa de la Cultura como concepto de administración y promoción cultural municipal, el establecimiento de los Talleres Gráficos del Gobierno, y otra serie de hechos cuya impronta está por revisarse.

La revista vino a ser un instrumento de divulgación muy interesante, no de las políticas oficiales de la materia, sino de las inquietudes culturales del estado, como fueron las vertientes de la cultura popular, sobre todo musicales, y la artesanía; la pintura, ámbito del que integró una nómina indispensable (donde tuvieron cabida Chávez Morado, Olga Costa, Jazzamoart, Vito Ascencio, Kato, Jesús Montes y Alfredo Dugès); la promoción de la cultura local y las actividades de la Casa de la Cultura, incluida la historia de varias de esas instituciones; la expresión reiterada del concurso Una tradición de mi pueblo;  atisbos a la poesía de Juan Manuel Ramírez Palomares, Gerardo Sánchez, Benjamín Valdivia, Herminio Martínez y las realizaciones de los Talleres Literarios. Incluyó también colaboraciones de sesgo didáctico con relación al cine y a la música, cuestiones técnicas, argumentaciones relativas a la importancia de la Casa de la Cultura y con respecto al tipo de cultura y perspectiva de su manejo, y algunas vislumbres a la presencia en Guanajuato de personajes del arte como Gerhart Muench y Cesare Zavattini; uno que otro homenaje y voces individuales que aportaron sus puntos de vista.

Portadas de los tres últimos números de "La cultura de las casas"

Su criterio abierto y su intención de abarcar todos los confines de la entidad, a partir del eje nuclear de las Casa de la Cultura, fueron dos aspectos muy relevantes de la publicación. Posibles, claro está, dado el grado de desarrollo de la propia entidad, pues no se habían formado aún los grupos de interés e ideología cultural y artística que supusieran inclusiones y exclusiones de miembros. Digamos que lo importante entonces era informar, participar, ser tomado en cuenta, abrir campos de estudio y gozo estético, reconocer una historia. Constituir un basamento formal. Cosa que la revista desde luego consiguió, a pesar de que no fue elaborada con criterios de periodismo cultural específico, aunque el diseño editorial no alcanzó para elaborar un producto consistente en todas sus partes, y a pesar de que la impresión propiamente dicha apenas alcanzó el nivel de lo aceptable.

Era aquel un tiempo en que José Chávez Morado era una referencia y una presencia inevitable como autoridad cultural,  un tiempo en que las universidades no se habían percatado de la importancia del diseño gráfico editorial, ni las imprentas tenían experiencia suficiente para procesar libros y revistas. Tiempo de descentralización y búsqueda de valías locales. Los autores no conseguían mantener el ritmo y la calidad para publicar tres colaboraciones consecutivas. Benjamín Valdivia concitaba el interés general como el único estudioso del devenir literario de Guanajuato a través de los siglos. Juan Manuel Ramírez Palomares promovía con tenacidad el dinamismo literario guanajuatense. Fue un tiempo capitalizado por hombres y mujeres que ahora mismo ya no figuran el mapa sensible de Guanajuato.

Del modo que sea, y a reserva de penetrar en los intersticios de estas páginas, La cultura de las casas vino a ser un vehículo de información y a la vez un estímulo para la emergencia vivible y participativa de iniciativas de cultura y arte. Un esfuerzo fundacional, quizá el último en el que aún brillaba por sus luces el deseo de construir una realidad cultural, así nada más, sin demasiados adjetivos.