Luces en la sombra del paisaje; poesía de Juan José Araiza Arvizu

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Jorge Olmos Fuentes

En 2005, Ulyses Editor y la Dirección Municipal de Cultura publicaron en forma conjunta un libro de poemas: la poesía reunida y final de Juan José Araiza Arvizu. Un poeta guanajuatense por adopción que también contribuyó como animador literario de Guanajuato desde las páginas y la dirección de la revista Tertulia. Hemos querido recuperar en igeteo.mx la importancia de esa edición, dado que se trata de un antecesor en el cultivo de la creación poética de la entidad y en virtud de que la distribución de los productos editoriales es entre nosotros más un anhelo que una realidad. ESta es también una forma de justicia poética.

“La poesía nos aguarda a veces en el corazón del silencio, en objetos, seres y concordancias que inexplicablemente se nos vuelven símbolos y parecen condensar el misterio del mundo”, escribió en el siglo pasado un poeta. En esas palabras late una actitud, un modo de proceder, que pareciera también detentar el autor de los poemas reunidos en Estancias. Poemas reunidos (1936-1998). Es posible, además, acudir a los términos de ese enunciado en el intento de hacerse con una idea general sobre los poemas de Juan José Araiza Arvizu, los cuales muestran en todo caso una conexión esencial con la vida.

Si bien conoció la luz del mundo en Morelia, Mich. (1919), nació a la vida literaria en el Guanajuato de su familia. Tiempo después, la ciudad de México, como sucedió con frecuencia para demasiada gente bastante tiempo, proveyó a su vida poética y a su desenvolvimiento profesional de las oportunidades características de la capital del país en el lapso posterior inmediato a la conclusión de la Segunda Guerra. Asume, de este modo, la conducta adoptada a menudo por quienes aspiraban a labrarse un futuro promisorio: dejar la provincia para instalarse en el Distrito Federal. Pone el autor de Estancias el punto final a su obra en la misma población donde la había comenzado, a la cual tornó a principios de la década de los ochenta del siglo pasado. Ahí mismo discurren sus días en solaz juicioso y casi recoleto.

Portada del libro "Estancias", publicado en 2005.

Contemporáneo de Efraín Huerta, el enorme poeta nacido en Silao, el itinerario de Araiza Arvizu enfiló en la ciudad de México por un derrotero en el que la medicina, junto con la investigación antropológica, después docente, exigieron primacía, en detrimento, durante alguna época, de su hacer poético. Dicho derrotero, no obstante, lo llevó a desempeñarse como promotor entusiasta de varias publicaciones periódicas dedicadas a la difusión de la poesía, entre ellas Remanso de ensueños y Espiral, gratas, quijotescas y relevantes en la historia literaria nacional, la segunda sobre todo. Por igual, le permitió trabar contacto y departir con personajes notables de aquel periodo tan fértil para la creación artística.

También es coetáneo de poetas como Alberto Quintero Álvarez, José Cárdenas Peña, Emma Godoy, Paula Alcocer y Margarita Paz Paredes, poetas guanajuatenses todos, aún a la espera de la justicia editorial merced a la cual se restituya a cada uno su sitio en el horizonte literario de Guanajuato, como la generación sobresaliente que fue.

Autodefinida como otoñal, avejentada, anochecida, la voz de Araiza Arvizu delinea, con trazo verbal suave, la violencia de la soledad, la imposible realización del amor, la presencia inexorable de la ausencia y el inflexible pasar del tiempo. Es cierto que la mayoría de los textos no denota entre sí la trabazón lógica de lo premeditado, pero a cambio exhibe una serena penetración reflexiva y sentimental, a partir de observaciones consumadas en los yacimientos cotidianos, en el territorio de las afecciones interiores, personales e íntimas.

Sus poemas, intimistas según su propio decir, con su reducido número, son testimonio fidedigno de que recurrió al verso, como autor, cuando en estricto sentido le hizo falta. Ni abundancias artificiales ni arquitecturas compositivas pretenciosas tienen cabida en el conjunto. Más bien se percibe, en los moldes de cada poema, la victoria de constreñir el apremio de un arrebato lírico, la urgencia de plasmar una intuición, el anhelo de transcribir una agitación sensible.

La lectura paulatina de esta treintena de poemas deja ver la progresiva depuración en el enfoque de lo que el poeta intenta comunicar y la consecuente depuración de su decir. Asimismo, la frecuente alusión en sus textos, la inclusión reiterada, de referencias extraliterarias. La ciencia, la historia, el arte plástico fulguran (como sucesos acaecidos en presente, sin afanes protagónicos) a lomos de una destreza por demás patente. Es una destreza reconocible, por ejemplo, en el empleo de formas consagradas (el soneto, la décima o la saeta), en el encadenamiento de las frases versificadas al hilo de una musicalidad marcada sin embargo modesta, en la seguridad con que se echa mano del instrumental poético (sin perder nunca la sencillez) para expresar alegrías y sinsabores, soliloquios y ensimismamientos. Resultado siempre del trato franco sostenido por el poeta con el mundo, a cuyo influjo ha estado expuesto desde las décadas iniciales del siglo XX y hasta estos primeros años del XXI.

Qué efectos trajo consigo ese modo de obrar acaso lo ejemplifique este comentario de Margarita Paz Paredes respecto a Retablo al olvido. Ella observa con agrado que dicho libro, el primero de su autor, “esté tan lleno de íntimas ternuras y de inconfundible nostalgia de ausencias y de esperas por lo siempre huidizo, llámese amor, sueño o poesía”, y con reiteración descubre en la música de sus versos “el ritmo de un riachuelo en camino, pero sin prisa”, “la fluidez poética”, la revelación de “zonas de poesía auténtica y conmovida”. Atributos aplicables sin ninguna objeción al grueso de esta obra poética, a los cuales habría que yuxtaponer, aparte lo compacto del fraseo, el ritmo sobrio y la visión clara, la honestidad en el decir y la pulcritud en el cómo decirlo. Al final de cuentas, Araiza Arvizu resuelve en armonía verbal los conflictos de la emoción; una armonía intensa mas mesurada vistas la calidad y la modestia de sus prendas, cimentada en una consideración de la poesía como un algo discreto:

Te busco, soledad,

en el paisaje

donde habita en la sombra

mi poesía.

Atabales de sombra, grabado de Mariano Rechy (1948)

El total de textos reunido en Estancias aparece junto por primera vez, salvo por la sección Retablo al olvido, que fue previsto como libro autónomo y publicado en 1954, cuyas páginas condensan y elevan la experiencia previa del poeta. Después de este acontecimiento, viene un lapso de alrededor de treinta años al cabo del cual retoma brío el acto de escribir poemas, con las mismas minucia e irregularidad anteriores. En ese lapso, aparece solamente el “Tríptico del sentido amor”, un excelente poema compuesto en décimas octosílabas, fechado en 1967.

Araiza Arvizu escribirá a partir de 1986 lo que viene a ser la tercera parte de sus poemas. En esta porción se detectan no pocos indicios relativos a su regreso al terruño guanajuatense y al (re)establecimiento de contacto con la riqueza vital de ese sitio. Junto a ellos, cobra importancia (y trae consigo una densidad sentimental de relieve, que es llevada con una plenitud especial a los poemas) el hecho de que el poeta experimenta “la insoportable tristeza de los que ven cómo se les aparta “el gran rostro de la vida’”, para tomar prestada la expresión a M. Manent (cuando habla del libro Arbres de Josep Carner).

La edición de esta obra tiene ribetes de imperativo social, pues preserva del olvido una obra poética donde puede leerse, en este recuento personal, una parte de la historia compartida. Otro propósito primordial de publicar el libro, además, tiene que ver con la necesidad, ineludible siempre, de reconocer a quienes nos antecedieron en el afán de creación poética. Este hecho honra sobre todo al creador de los poemas, y a la vez deja a descubierto cuáles pueden ser sus aportaciones, cuál su faena abridora de caminos, a partir de dejar al descubierto la interesante curva de su evolución.

De modo natural, por ende, la sensibilidad actual intenta, de forma simultánea, establecer la valía de las cualidades literarias de estos poemas reunidos. Asimilarla a su visión constituiría uno de sus objetos, en el propósito de consolidar un patrimonio poético afincado en la propia entidad, en cuyo contenido se reconoce con agradecimiento el influjo decisivo de la capital del país, al tiempo que se intenta cimentar su trascendencia en las cualidades locales.

Se conjura así el influjo de la dispersión en que estuvieron inmersos en su origen estos poemas, tanto como se dota de continuidad cronológica al conjunto, gracias a la cual es posible percibir su materia común subyacente. Realizada en el trayecto de una vida entera, esa obra, a causa del hecho de su composición tanto como del de su publicación, forma parte ya de un patrimonio cultural, en el que una sociedad encuentra rasgos inherentes a la fisonomía de su identidad. Una identidad, por cierto, nunca ceñida a determinada localización geográfica, sino abierta, francamente dispuesta a develar otra parte de lo humano, naturalmente, en la persona del poeta. (03 de julio de 2011)

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Juan José Araiza Arvizu. Estancias. Poemas reunidos (1936-1998). 1a edición. Ulyses Editor-Dirección Municipal de Cultura de Guanajuato. Guanajuato, México. 2005. 114 pp.