Seguridad-valor, libertad-verdad

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LAS COSAS COMO SON *     *     *     Columna semanal

Jorge Olmos Fuentes

13 de agosto de 2011

Hay un fragmento de un relato que escribió Bert Helllinger, a mi juicio muy notable. La historia se titula “La fuerza del centro vacío” y el fragmento que me interesa compartir hoy dice así: “No depende del saber, si uno se para en el camino, y no quiere seguir adelante. Porque busca seguridad, donde se pide valor, y libertad, donde la verdad ya no le deja elección”. Lo relevante estriba en varias cosas.

La primera es esa confirmación relativa a no querer seguir adelante: no depende del saber. Allí se encuentra como oculto lo más grande, la presencia de una voluntad mayor, comparada con la propia, cuyo efecto es impulsarnos hacia lo porvenir o impedirnos dar el paso. Lo más grande lo ha mostrado Hellinger en su actuación y es en principio una lealtad transgeneracional. Es decir, es una especie de permiso dado por la familia, y vivido en el interior de la persona como posibilidad o negación para tomar todo cuanto el mundo ofrece.

Obviaré señalar que esa lealtad no pasa por lo racional, y afirmaré que se vive como una imposición, como una inevitable tendencia, como una decisión imposible de esquivar. De alguna forma se experimenta como una vivencia realizada con los ojos cerrados, como un mandato. Por eso Hellinger apunta con seguridad “no depende del saber si uno no quiere seguir adelante”. Pero hemos de decir que es entonces el amor, dirigido en una dirección inhabitual, hacia una persona excluida u olvidada, lo que determina nuestra voluntad de no querer seguir adelante. Curioso y extraño que sea el amor y no el saber lo determinante en esa decisión.

La siguiente parte de la cita textual se refiere a que uno busca seguridad donde se pide valor, y libertad donde la verdad ya no le deja elección. Si retomamos aquello de no seguir adelante debido a algo mayor que la voluntad, deberemos mirar entonces un primer efecto: se anhela la seguridad porque es desconocido, extraño, contrahecho, aquello que querríamos evitar o quisiéramos no vivir. Como el amor está dirigido en otra dirección, y como estamos ante lo inevitable y no deseado, buscamos el auxilio, el sitio seguro. Pero no lo hay, pues llegamos demasiado lejos en nuestro anhelo y lealtad. Lo único que ahora podría ayudar de algún modo es el valor, pero suele suceder que es lo que menos tenemos cuando nos encontramos en la imposibilidad de ir adelante. Buscamos seguridad, cuando se requiere tener valor.

En este sentido, la pregunta inmediata sería por la razón que nos impide tener ese valor y sucumbir ante lo más grande. Una respuesta tiene que ver con nuestra relación con papá y mamá, dado que de allí proviene nuestra visión del mundo y de la vida y nuestro modo de operar allí. Así que de esa relación vendrá una confirmación para instalarnos en el miedo o la inseguridad, y descartar el valor y la confianza ante el desafío representado por ese ir adelante.

El segundo efecto es apelar a la libertad, cuando la elección ya la estableció la verdad. Es decir, quisiéramos tener oportunidad de elegir lo que vivimos, pues de seguro haríamos buenas elecciones, por ejemplo eludiríamos lo inevitable, lo no deseado, o aminoraríamos el impacto con que se presentan las cosas. Pero no es así como funciona habitualmente la realidad: ella es tal como es, ella rige, y nosotros, que somos parte de la realidad, tenemos que amoldarnos a ese procedimiento.

Salta a la vista, pues, que hay una resistencia a las cosas como son en nombre de la libertad, de la verdad individual. En este sentido, mirar lo más grande nos permite darnos cuenta de que nuestro margen de libertad es en verdad reducido, y que a la preciada individualidad la mueven hilos invisibles casi en toda su totalidad. Somos personas que pertenecen a la realidad tal como es. Resistirse a esta verdad, no asentir a este movimiento, nos conducirá a ser paladines de la libertad, pero sin reconocer la magnitud de la verdad. Y al final de cuentas, con más y con menos libertad individual, habremos de sucumbir a la verdad de la muerte. Prueba irrefutable de lo más grande.

Así que, a manera de posibilidad, Bert Hellinger nos recomienda buscar el centro, el propio centro y allí permanecer recogidos, a la espera “como uno que extiende las velas ante el viento”, por “si acaso le alcanza una palabra eficaz”, una respuesta válida, a la vez ligera y efectiva, pues es que corresponde. Por eso dice que “el centro se distingue por su levedad”.