Efectos de la buena conciencia

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LAS COSAS COMO SON

Jorge Olmos Fuentes

03 de septiembre de 2011

En el trabajo regular con personas que buscan ayuda para solucionar algún aspecto de su vida —individual, de pareja, empresarial— con mucha frecuencia se presenta un factor que no favorece mucho, en quien espera que algo cambie, tomar lo nuevo, la opción que se presenta, el camino diferente. Se trata de la indolencia, que es una forma de insensibilidad, también de esa especie de superioridad natural que alguien asume por haber vivido ya bastante o porque entiende que superó ya lo impensable, y aun hace falta hacerle un espacio en este conjunto a la ingenuidad, que es un mirar sin fuerza adonde está lo crucial de los hechos.

¿Cuándo se las mira actuar? A poco de andar a un lado de quien consulta, el cual, después de poner sobre la mesa, con toda su claridad posible, pasa a colocarse en ese espacio de seguridad. Indolencia, soberbia e ingenuidad son en realidad escudos de protección, formas de decir: “primero muéstrame qué tan confiable eres”, o bien “no te será fácil hacerme caer” y aún “protegeré incluso a costa de mi ridiculez a esa persona, frase o hecho, que tanto me influye”. Con cualquiera de ellas a la vista es en verdad difícil intentar siquiera dar un paso, sea para atrás en busca del sitio donde se embrolló el amor, sea para adelante a fin de tantear qué se avizora en lo porvenir; lo cual nos indica que la persona está a gusto viviendo como lo hace y acaso quiera permanecer allí.

No por nada se dice que es más fácil seguir padeciendo que tomar la solución, aunque esté a la vista. Se establece pues un movimiento dual, en el que la persona busca una solución para su circunstancia, movida por su necesidad y su voluntad, pero al mismo tiempo, impulsada por su buena conciencia, impide la emergencia de esa solución protegiendo a su familia de la exposición pública, los hechos ocurridos puertas adentro. En muchos de los casos esas actitudes son inconscientes, y a la persona le parecen inherentes a su personalidad. Y en algunas ocasiones para la persona es claro lo que y por qué lo hace.

¿Y qué queda entonces para la persona que facilita, en este caso una consulta? Respetar a la persona que ha solicitado el servicio. Respetarla porque uno, aunque sea el más aguerrido y solidario de los facilitadores, sólo llega a donde el que consulta quiere que se llegue. Y si su movimiento sólo comprende uno o dos centímetros, ese es su límite, y nadie tiene derecho a forzarlo, a ampliarlo a la fuerza. Hay quienes carecen de límites y tampoco pueden conseguir mucho a su favor, e igualmente son respetables. Así pues se deja a la persona en la pertenencia de su buena conciencia, de las leyes que rigen en su familia y por ende en su corazón.

La buena conciencia es algo que se vive desde el interior de cada persona, viene a ser un código que indica con total determinación qué es bueno hacer y qué es malo hacer, qué se puede develar y qué debe mantenerse etiquetado como confidencia familiar, a qué se puede aspirar y dónde se marca el destino para los de esa familia, en qué momento se vuelve confiable una persona y cuándo es mejor alejarse de ella, cómo han de relatarse los hechos e incluso cómo se recibe o se toma lo que otros ofrecen.

La buena conciencia entonces por sí sola es de una gran magnitud en la vida de una persona, constituye el depósito natural de una familia para que sus miembros sepan cómo mirar el mundo y la vida y también cómo actuar en uno y en otro ámbito. La buena conciencia representa la seguridad, como se ve, de seguir perteneciendo a la familia. Por ese motivo, cualquier intento que pueda poner en riesgo esa pertenencia será visto con malos ojos, o no se le dará importancia, o se procurará desviar la atención o aminorar sus efectos. Y debe aclararse que no hay una sola buena conciencia, sino que cada familia compone la suya propia.

Por eso hay asuntos que en una familia son de buena conciencia y en otras no tienen esa consideración. Por eso nos agrupamos sólo con otros con los que incluso sin saberlo hay afinidad en esta buena conciencia. Así se vive la seguridad, la certidumbre, lo confortable. Pero si se quiere solucionar algo en la vida, o cambiarlo, o que sea diferente, hace falta la mala conciencia, ese sentimiento de poner en riesgo la pertenencia, esa culpa interior que sobreviene cuando se desplaza el lindero.

Entonces puede ocurrir que se gane alguna experiencia nueva, que se aproxime la persona su propia plenitud, mirando, sí, con algo de intranquilidad a los suyos. Sin embargo con ese sentimiento, estará además aportando a la conciencia de su familia una posibilidad para los que vienen: la de mirar ese nuevo límite alcanzado, que acaso llegue a ser mirado con buena conciencia. Y este hecho no está de ninguna manera falto de provecho ni carece de mérito.