El punto y su conciencia

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HORIZONTERIO

Paloma Robles Lacayo

01 de septiembre 2011

Una tarde se sentó en el infinito a contemplar su obra. Primero él, luego la línea, el plano, el contorno, el volumen… Y en el centro del universo, el punto. De donde todo viene y hacia donde todo va. El punto, que está consciente de ello, se regocija. Sólo que, de pronto, se mira, pues no se sabe cómo, prosperó en su empeño de salirse de sí. Ya ahí, en esta rara e incómoda posición en la que quizá no habría imaginado situarse jamás, fuera y de frente, percibe el derribo de la concepción propia, largamente construida en la historia, de todo, porque, eso piensa él, nada lo antecede. Y se pregunta por su destino, su propósito, por el sentido de su existencia individual. Es cierto, pareciera indispensable para la conformación de la materia, y en tanto más entes de su especie resulten convocados, más grandioso será el resultado. Pero solo, no comunica cosa alguna ni para sus adentros. No expresa intenciones, no da indicio de su dirección. Avanza hacia ninguna parte, se queda ahí, donde estuvo desde el principio. Mejor dicho, no hay posibilidad de moverlo. Si al menos fuera una línea, tendría dos alternativas, como dos ventanas, una en cada extremo, podría elegir. E incluso, si llegara a la lograda y soberbia condición de flecha, todo sería claro, y podría concentrarse completamente, convertirse en el objeto del desplazamiento en un siempre inequívoco viaje, pues la orientación habría estado presente desde el surgimiento. Pero no. Es un punto, que a todo lo constituye y nada puede ser en el aislamiento. Ni siquiera tiene forma. Acepta que es esférico, y debe de tener razón, porque hasta para los bordes de las masas amorfas se requiere de puntos para integrarlas, y no cuenta con la certeza de estar contenido de lo que es él mismo, y antes bien, e incluso con las naturales molestias de esta declaración, se supone vacío. No le pertenece lo mejor de él. La plenitud de su vida se alcanza en la condición de la compañía. En su ausencia, está condenado a ver hacia todas partes, y tal vez alimentar las infructuosas esperanzas de cambiar de lugar. Es evidente que, sin alguien a quien llevar o seguir, su inmovilidad es definitiva, y no podrá encontrarse. No puede afirmarse que sea cristalino, puesto que apenas se distingue, antes bien, es reservado, nada muestra, porque en efecto, nada hay en su interior, acaso sus aspiraciones y su potencial, y los proyectos de congregación, que le permitan ser.

Al fin despertó de sus largas reflexiones, su atención iba nuevamente hacia afuera. Por postrera ocasión paseó su mirada, le ofreció reverencias a las estrellas, agradeció la fragancia de las flores, oyó gorjeos cautivadores, y decidió soplar fuerte, hasta quitar la ceniza que lo cubría. Así, entonces se le ocurrió, él debía de tener luz, y canto, y perfume, y si alumbraba, y si derramaba su brío y su frescura, llegarían los otros muchos puntos que esperaba. De cualquier manera, con la ilusión del encuentro o sin ella, continuará donde está, así que decidió esperar.

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Paloma Robles Lacayo se define como La mujer del tiempo, La duquesa del Beso, Un imperio de mujeres junto al mar, Alguien indefinible. Contacto en: [email protected]