La espada infinita

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HORIZONTERIO

Paloma Robles Lacayo

29 de septiembre de 2011

Con dos caras, idénticas y por lo tanto confundibles, indisolubles pues una irremediablemente complementa y se corresponde con la otra, la espada es una reluciente extensión del brazo de la guerra, al que se une sólo por dos propósitos: punzar o golpear, que a su vez derivan de la presencia de uno o varios adversarios con recíprocas pretensiones.

El borde de la espada, en el concreto encuentro del reverso sus caras, es afilada con tal esmero, que ambas se adelgazan hasta difuminarse, se entregan a sí mismas y por eso se vuelve infinita cada una en la otra, como la fusión de dos espaldas. Lo que queda al centro, apenas un definido lago de resplandor, es como un fatídico espejo en el que sólo se mira lo que está perdido. La faz del subyugado por la derrota en la víspera de su muerte, o la del victorioso que le arrebató a la fortuna su posibilidad de ganar, porque el primero habrá de perder la vida, y el segundo, y ya desde antes, la vacilación y la templanza, si es que llegó a conquistar al oponente.

La espada es una escudriñadora. Primero parte, abre, aparentemente nada le está prohibido. Por supuesto, salvo aquello que sea de su misma naturaleza, del mineral frío y brillante del que está hecha, frente a lo que nada podrá hacer. Capaz de entrar a la intimidad de su principal objetivo, el contrincante, sin duda le será difícil soportar que, acaso precisamente por la agudeza de su contorno, haya tantos secretos y razones que se deslicen, y fugen, al mismo universo del que ella viene, y al que tampoco, y menos aún por haberse dispersado, podrá consultar. Cuánta firmeza requerirá para continuar con la frustración de saber que, pese a su vocación de cortar, habrá puentes demasiado elevados a los que no accederá su afán quebrantador, como los que amalgaman los motivos para participar en un combate, en el que, para colmo, ha perdido alguien a quien ella misma habrá de matar. Qué doloroso será para la espada atravesar el cuerpo, sin conocer los sentimientos que entraña. Ella se rompe más con la pregunta que con el impacto.

Y pareciera que es ella la que requiere protección. En un curioso matrimonio, el hombre y la espada se cuidan mutuamente, hasta que se disuelve la importancia de cada uno. Él la atesora, se apropia de ella, la porta siempre, la enarbola cuando acontece la tempestad, en señal de advertencia y orgullo. Pero la espada, atenta por su inevitable alcance visual, al no contener vacíos, al estar desprovista de huecos susceptibles de colmar, no puede albergar ni retribuir el afecto, y entonces su fidelidad, no a su dueño sino al propio servicio que rinde, será el beneficio de su posesión, independientemente de los medios para lograrla, incluso el hurto. Por tanto, desde el punto de vista de la traición, no es posible de la espada a su original propietario, por no radicar en ésta la oportunidad de la decisión, sino será de él a sí mismo, por no impedir que le arrebaten al destino de su cuidado, fuente de su preservación.

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Paloma Robles Lacayo se define como La mujer del tiempo, La duquesa del Beso, Un imperio de mujeres junto al mar, Alguien indefinible. Contacto en: fuegoeingenio@yahoo.com.mx.