LAS COSAS COMO SON
Jorge Olmos Fuentes
26 de septiembre de 2011
Muchas de las ocasiones, frente a la oportunidad de asumir una función directiva, o de ascender laboralmente, las personas suelen rechazar la opción. Entre los argumentos preferidos se cuenta la falta de preparación, el miedo a no saber dirigir, la no pertenencia al grupo de privilegiados, y otros más. En contraste, algunas personas no se tientan el corazón para conseguir hacerse con el puesto directivo, para saltarse lugares en la fila, con el argumento de que ellos sí son indicados para el puesto, de que su hambre es genuina, o de que son en verdad unos triunfadores. Obviamente, algo pasa en una organización donde se presentan estos hechos, pues no ha establecido los mecanismos adecuados para formar cuadros directivos ni para efectuar relevos provechosos, tanto para la empresa o institución como para la persona involucrada, y aún para los demás colaboradores, los clientes y los proveedores y el proyecto más amplio.
Como en nuestro caso procuramos sintonizar con la dinámica oculta de los asuntos de las personas, podemos preguntarnos por lo que habrá en el fondo de una negativa o de una ambición. Ambas cuestiones conducen desde luego, como posibilidad, a la pregunta por lo que hay detrás de un líder, de un gerente, de un directivo. Más bien, por lo que hay dentro, en su alma, en su mundo interior, en su espíritu: ¿qué está mirando, qué ataduras impiden su movimiento asertivo o su asunción equilibrada? Algunos casos de empresas familiares nos han mostrado hechos muy específicos.
El primero de ellos consiste en no sentirse a la altura del padre fundador, en percibirse como carente de aquella fuerza emprendedora, de su visión e impulso. Cosa natural, por cierto, pues las condiciones de vida del hijo son a todas luces diferentes; sin embargo, puestos en la circunstancia, esta diferenciación no se mira, la atención se concentra en lo que no se tiene. Otro asunto que no siempre está tan a la vista tiene que ver con la manera en que la empresa está en el mundo, con los objetivos ocultos de la misma.
Lo más frecuente es que esa empresa venga a reemplazar a la madre, o a ser la esposa sustituta del padre, de tal suerte que sus objetivos no son puramente empresariales. Se le atribuyen funciones de dadora, de protectora, y en consecuencia se le lastra con un peso difícil de llevar. Cuando esto ocurre no hay hijo que pueda triunfar en el intento. Aún sin saberlo racionalmente el movimiento de repliegue tiene lugar en la persona; sencillo: no intentará manejar a su mamá, a la dadora, ya que en verdad no tiene la fuerza requerida para ello por obvias razones. Y será difícil para otro cualquiera quedarse con ese puesto, pues no se trata solo de un cargo sino de un cometido más de fondo, y hay quienes intuyen qué hay en el cargo ofrecido, e instintivamente rehúyen.
Ya en el ámbito de la propia persona, hemos visto qué clase de vínculos permanecen y llegan a hacerse ataduras. Uno de ellos tiene que ver con la historia de la propia persona, con sus objetivos cumplidos o con sus propósitos impuestos. Para decirlo con pocas palabras: ¿está libre esa persona de asuntos pendientes con algún hermano, con su pareja, con deudas ancestrales a las que quiere responder? Un hermano anterior que murió siendo pequeño o que padece alguna minusvalía, los proyectos interrumpidos o no realizados con la esposa o con el esposo, el trato injusto dado por el papá o el abuelo a sus hermanos o parientes para quedarse con la propiedad, el despido injustificado de algún empleado y aun la muerte de alguien dentro de la propia empresa, son algunas de esas cuestiones espinosas que parecen no tener influencia en la decisión para asumir un cargo o para ambicionar tenerlo. Sin embargo, son decisivas pues establecen el tamaño de una carga, la magnitud de una responsabilidad.
Es cierto que puede haber falta de habilidades directivas, formación inapropiada para el desempeño de un cargo, no obstante, antes de todo hay fuerzas invisibles para los ojos, pero no para el corazón, que llevan a optar por una o por otra opción, por intentar ascender o por permanecer entre la tropa, por hacer esfuerzos para cambiar el mundo o para mantenerse resignado sean como sean las cosas, para hacerse cargo de deudas contraídas por otros en el afán de pagarlas o para terminar de destruir lo que desde un principio se cimentó en bases endebles o injustas. Y aun falta en todo esto conocer qué siente la empresa o la organización cuando mira a una persona para dirigirla. Cosa que podemos hacer con terapia sistémica. En resumen: no se trata nada de más de ser más astuto o poco valiente, algo más grande influye y participa, determina las decisiones.