CANDIL DE LA CALLE
Verónica Espinosa
3 de octubre de 2011
La escena fue melodramática.
Rubí Laura López Silva, quien formal y constitucionalmente despacha como Presidenta Municipal de Celaya, hacía esfuerzos notables —que no suficientes— para leer el mensaje que le prepararon para entregar su segundo informe. El informe del segundo año de la administración que encabeza.
El estado que guarda la administración. Si hubiera hablado del estado que guardan las cosas en Celaya, probablemente habría optado por enmudecer.
Los regidores de las fracciones de oposición solicitaban el uso de la voz para poner de manifiesto su postura (obviamente en desacuerdo con el lindo Celaya que estaba pintando la Alcaldesa, esposa de otro inefable ex alcalde, José Rivera Carranza, quien actualmente cobra como “Director de Caminos y Puentes de Cuota” en la nómina estatal).
Pero como ya la aplanadora panista había acordado que no se permitiría hablar a los regidores (algo que, permítaseme recurrir de nuevo a la memoria periodística de los años ochenta, el panismo tanto criticó y rechazó cuando fue oposición), pues los de oposición hacían lo que en su tiempo hicieron también aquéllos, los del PAN: alzaron la voz, reclamaron su derecho a manifestar su postura, y ante el invitado de honor llamado Juan Manuel Oliva, se plantaron con sus pancartas.
Y córrele, que entran en acción guaruras y Director de Seguridad Pública para taclear a uno de los regidores (independiente) y obligarlos por la fuerza a callar.
¿Por qué nada más iban a hacer eso los priístas de antaño? Hay que ser parejos.
Por supuesto, tanto la “Alcaldesa” López Silva como el gobernador Oliva emplearon una excusa estilo PRI: es que había un orden acordado, se trató de una falta de respeto, bla, bla, bla.
Pobre Celaya.
Por coincidencia (aunque los políticos dicen que en estos asuntos las coincidencias no existen) esta ciudad dejó de sobresalir por su pujanza y diversificación industrial y comercial, nudo de las comunicaciones hacia diversos puntos del país, Puerta de Oro del Bajío, para abanderar otras causas, unas más trágicas, menos dignas: las de la inseguridad y la violencia.
Los celayenses ya no sienten lo duro, sino lo tupido.
La coincidencia se concretó con el arribo de los gobiernos emanados del PAN.
No es cosa de asumir campañas perversas o denostar de a gratis. Los hechos están para ser enunciados y para exhibir la fotografía de un municipio que durante los últimos diez, quince años, ha encabezado casi de forma permanente las estadísticas por denuncias de delitos, principalmente del orden común como el robo en todas sus modalidades y formas (de autos, casas-habitación, a transeúntes, asalto a negocios, etcétera), con algunas excepciones en las que, ojo, ha sido superada por Irapuato o la capital del estado.
La proliferación de los llamados “giros negros” trajo sus consecuencias, por supuesto, y abonó al escenario de los negocios ilícitos que surgen siempre al amparo de este tipo de establecimientos de diversión, espectáculos o de cualquier otro nombre menos elegante con el que se le quiera llamar a las empresas “satélite” que se multiplican con antros, cantinas, bares y clubes para hombres.
(Porque claro, como acotación, los gobiernos tienen su moral oficial y ni modo que anden dando permisos a diestra y siniestra a clubes para mujeres, faltaba más.
Ya se ve que en México los derechos también los dictan las autoridades religiosas.
Volviendo al tema. No hay autoridad municipal más alejada que la Alcaldesa Rubí Laura López Silva de los celayenses (y eso ya es mucho decir). Y éstos de la tranquilidad y la paz en que cumplían con aportarle su parte de prosperidad al estado. Eso se acabó hace tiempo por toda una serie de circunstancias que abarcan la situación geográfica, la migración interna, la riqueza industrial y empresarial, un mercado de consumo, una red de comunicaciones…y malos, pésimos gobiernos.
Pobre Celaya.