Carta para el abrazador

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HORIZONTERIO

Paloma Robles Lacayo

17 de noviembre de 2011

No me lo has pedido y no lo esperas. Tampoco dije que lo haría, ni lo preví. Y me encuentro ahora felizmente concentrada en el pensamiento de ti. Será porque te lo mereces.

Te conocí. Vuelvo a sentirlo, me hallé verdaderamente grande en tus ojos, absoluta para abarcarlos. No había pretextos, nos estábamos viendo, y a pesar de eso, o tal vez por eso, casi chocamos. Me pareciste inmenso, con tu piel de apetitoso chocolate, con tu mirada serena, resuelta, firme sobre mí. Desde ese momento, ya no tuve paz.

Perfectamente sabía que no podrías irte sin que te interceptara, al menos para lograr pistas, saber lo que nos ocurrió. Pero no hizo falta, tú arribaste a mi puerto, ya no nos soltamos. Convenimos sin mayor dificultad en el asunto dancístico que nos ocupaba, llegaron voces de lejanas tierras y momentos, y con igual plenitud, nos entregamos a su cadencia, a la que ofrecimos, como en acto ritual, nuestro sincronizado movimiento.

Mi avidez de ti creció vertiginosamente con el tiempo.

Todo nos valió para querernos. No se diga para abrazarnos, lo que cada vez se volvió más peligroso. Ya desde el primero, comprendí tu intensidad. Fue necesario convocar los caparazones de mis párpados para reservar lo que me trascendía. Y tenía que hacerlo, a manera de reverencia, además. Yo era una jarra que tú llenabas. De pronto, no sé ni cómo tomaste mis manos, que hiciste que se convertían en alas, volaban. Me deslumbró el alcance de mis emociones. Por supuesto, debo decir también que trataste de besarme como en unas cinco ocasiones. Yo no entendía la razón de tus intentos, pero progresivamente fue siendo más difícil resistirme. Bien, salí airosa.

No experimenté el sabor de tus labios. A pesar de ello, nos convertimos en una fabulosa embarcación que navegaba por la lúcida noche de mis recuerdos, indebidamente finita. Necesitaba prolongarla, busqué las armonías que se escondían debajo de los árboles del imperioso jardín próximo, de las bancas, de las calles. Fuimos eso, cazadores de músicas impensables. Lo declaraste magníficamente: juntos estábamos completos. Y no podría andar mejor una mujer completa, sino de tu brazo, como hice entonces. Los caminos eran suficientes para las conversaciones y escasos para las intenciones.

Casi abruptamente nos despedimos. Duré semanas recordando esos sucesos. Cuántos instantes posteriores se vieron alumbrados por ese recuerdo…

Ya te lo he dicho todo. No hay en realidad nuevas confesiones para ti. Acaso debes saber que, en cada visita a esta remembranza, mis sentimientos se avivan con más fuerza y nitidez, visitas que no habré de suspender. De este hecho, no importa tu consentimiento, sólo tu conocimiento.

Pero tú… Siempre eres nuevo. Te encuentro ahora, en benditos instantes. Por cierto, con afortunada frecuencia. Estás en algún lugar al que he debido concurrir. Nos saludamos el mayor número posible de veces, saludos indisolubles de los abrazos, que en tantos y tan agradables apuros me ponen. ¿Cómo detengo los suspiros? ¿Qué hago para que no te des cuenta de lo que siento?

*

Paloma Robles Lacayo se define como La mujer del tiempo, La duquesa del Beso, Un imperio de mujeres junto al mar, Alguien indefinible. Contacto en: fuegoeingenio@yahoo.com.mx.