En el trabajo habitual con las personas ocupa un sitio muy especial la imagen interior. Tanto es así que la consulta adquiere sentido, y muestra las posibilidades de su dirección, gracias a la imagen que nos ofrece la persona con respecto a lo que quiere solucionar. En este caso no se trata de una imagen formulada al gusto o para salir del paso, aun si tenemos ese propósito. Siempre es algo crucial, con bastante esencia.
El primer paso tiene lugar cuando la persona responde qué le gustaría resolver o que fuera diferente, pues de inmediato aporta información familiar: en el planteamiento ya están casi a la vista los miembros de la familia con los cuales se halla embrollada, incluso si se trata de las cuestiones más abstractas. El segundo paso, entonces, consiste en mostrar cómo se relacionan esas personas entre sí, y especialmente dónde está colocada, con respecto a las otras, la persona consultante.
Bien sea que se lo haga a través de personas o de figuras que las representan, la persona acomoda a unas con relación a otras, y en este acomodo tiene mucho que ver hacia dónde o a quién mira cada gente involucrada, la posición de su cuerpo, su intención de movimiento, lo que siente cada una y su propia fuerza. Lo decisivo es el acomodo, ya que de él se deriva el síntoma en consulta, la adversidad detectada, la reiterada tendencia a repetir actos fallidos o perjudiciales, por señalar algunos ejemplos.
Cómo la persona tiene acomodados en su interior a sus papás, a su pareja, a algún hijo, a otro pariente, a algún compañero de trabajo, eso mismo produce ciertos resultados. Lo que se hace de este modo es volver manifiesto, en lo exterior, lo que está actuando calladamente, en lo interior. De ahí la utilidad de acomodar personas o figuras en relación unas con otras. Juntas dejan al descubierto el trasfondo del síntoma consultado.
Puede ser que papá está mirando en una dirección dándole la espalda a mamá, mientras el hijo se coloca al lado de la madre. Puede ser que una hija mirando de frente a su mamá, sienta verdadero miedo de la misma. Tal vez los dos padres están juntos y el hijo o la hija está lejos de los dos, mirando en otra dirección, solo o sola completamente. Quizá el esposo, sin fuerza, está cayéndose hacia atrás, frente a su mujer y ella no puede detenerlo por más que se esfuerza. En fin, son infinitas las posibilidades de acomodo de las relaciones de los miembros de una familia implicados en algún asunto.
Y de la misma forma son muy amplias las posibilidades de generar síntomas. Digamos que la imagen interior nos muestra cómo vive la persona sus relaciones con algunos de sus seres queridos en el momento preciso en que se interrumpió el flujo del amor. Es una especie de fotografía, relativa a un hecho muy particular que ocurrió, del cual es resultado un acomodo, y en el cual se manifiesta, por señalar algo, impotencia, enojo, tristeza, furia, ganas de morir, desaliento, una solidaridad profunda, empatía, ánimo de no dejar sola a alguna persona querida en su desventura.
Lo curioso del asunto, y esto es tranquilizador de alguna forma, es que a lo largo de la vida una alimenta esas imágenes interiores, porque no se tiene solo una. Basta recordar qué tipo de escenas nos conmueven, cuáles nos resultan insoportables, por ejemplo en una película, en un libro, en la música. En este sentido, no elegimos sino lo que sintoniza, lo que armoniza con nuestras imágenes interiores, cuya suma nos ofrece una idea clara de lo que es la vida y el mundo y un modo preciso de actuar en ellos.
Por ese motivo no es difícil encontrar a veces en la consulta a personas que buscan a Dios, y Dios tiene la forma de su mamá o de su papá; personas dedicadas, sistemáticas con el esfuerzo, cuyo anhelo es salvar al abuelo que murió por un descuido; gente viajera en verdad, que rinde así un homenaje a algún ancestro suyo que vino de otro país, continente, y aun de otra ciudad o pueblo; personas atrevidas, temerarias, quienes desearían reunirse con algún hermano que no pudo nacer antes de ellas.
Todo eso está en la imagen interior: se sienten distantes de mamá o papá, sin su atención; o bien frente al abuelo diciéndole “yo te salvo”; o con la maleta en la mano delante del ancestro como mostrándole “soy igual a ti, pertenezco a la misma familia que tú”; o situadas detrás del hermana quien dicen “yo también me muero” o “no merezco vivir”. Las imágenes interiores son el trasfondo de nuestra vida diaria, de nuestras decisiones, visiones, anhelos, conductas, y demás. Y no son cosa extraña; es que nos detenemos poco a mirarlas: en ellas radica la esencia de reconocer las cosas como son. Y diariamente adquirimos imágenes interiores nuevas.