Las llaves del volcán del corazón

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HORIZONTERIO

Paloma Robles Lacayo

03 de noviembre de 2011

De las llaves depende todo. Tienen un poder ilimitado sobre el curso de las cosas. Deciden su ocurrencia y orden.

Están hechas de mar. Sí, porque en él se inspiró su sinusoidal perfil, en las olas del mar. Contorno que le sirve de balcón al viento. Por sus huecos se pasea y habla el infinito. Del fuego vienen también, que funde el metal arrancado de la entraña de la roca, de la Tierra. Son obra, tangibles y contundentes, y son palabra, diáfana e irrevocable.

Se ubican por doquier. Cada una se origina exclusivamente para una cerradura, que resulta su razón de ser. Una pareja tan única como fiel. Sin embargo, en ocasiones no se encuentran, el escenario oculta su contraparte. Inmarcesibles, solamente se conciben unidas. Se refrendan mutuamente su labor. La cerradura calla, se dedica a esperar. La llave se consagra a proclamarse, para eso tiene voz, a extrañar, a acariciar su consorte una vez enfrente, a tocar su intimidad y, con su encanto infalible, a penetrarla. Hay cerraduras que, ya cansadas de consentir, pierden su fortaleza, se abren permanentemente, se mueren.

También las cerraduras son ubicuas. No siempre son accesibles. Ni tampoco, evidentes. Sólo ellas saben lo que reservan. Son la faz de la muralla, que ya se miró para avanzar hacia el encierro. Guardan aves. Escudos en sí mismas, son inermes. Cavado en su corazón está el camino de la llave. Lleno de silencio, de vacío, mientras aguardan. También son un espejo inflexible al que convergen los desatinos. Apostadas para salvaguardar secretos, dan la cara al mundo. Lo desafían. Sólo sus llaves las hacen virar. Guardias inexorables. El encuentro de gloria, el instante de satisfacción, la dicha, el suspiro, y el gozo entero, les cuesta cuanto son. Radicales, sin medida se entregan, así como lo que tienen detrás. Pierden la dimensión de su esencia. Su propósito muda: atestiguar partidas. Con suerte, serán sólo saludos. La sombra de la separación la acompaña. Tiemblan, tiemblan, no están acostumbradas a abrirse, ni a despedir. A pesar de ello, no podrían rechazar a las llaves, las sueñan.

Las llaves descansan en sus cerraduras, habitaciones serenas cual tumbas, pero se van. Su naturaleza es morirse, mas su sino, es clamar. Extraviadas como el olvido junto a la presencia de lo mismo, en la tempestad del tiempo saben apropiarse de la ocasión para su retiro. Morirse es conceder que tienen lo que querían, y luego desaparecer, para que al fin la vida transcurra en sus vuelos, y para llegar cada vez a donde sonreirían. La cerradura es, pues, un monasterio que vuelve audible el canto de la llave.

Las cerraduras son un asidero de certeza. En realidad, sellan temores en sombríos castillos, dentro del corazón. El caballero armado extravía la llave. Como en una enajenación, tapó sus llantos con las puertas, las decoró con candados. Después, emprendió la guerra para hallar estrellas. Al par, soles y fusiles aparecían detrás de cada enfrentamiento. Un siglo le ha valido para aprender a reconocer las llaves, y ahora se abre a sí mismo, se libera. Enciende sus volcanes, y presencia su propio resplandor. Cuántas llaves faltarán aún, a cuántas cerraduras vencer para volar mejor… La vida se ha vuelto una isla en la que su espada le revela el interior de todo, y él es capaz de ver las puertas, las cerraduras y las llaves a escalas progresivamente más abundantes del universo que ha decidido explorar: él mismo.

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Paloma Robles Lacayo se define como La mujer del tiempo, La duquesa del Beso, Un imperio de mujeres junto al mar, Alguien indefinible. Contacto en: fuegoeingenio@yahoo.com.mx.