La gran estaca clavada

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HORIZONTERIO

Paloma Robles Lacayo

29 de diciembre de 2011

Busca el infinito hacia afuera y hacia dentro. Con su irremediable dureza, a la vez penetra y se alza, como si crecer fuera alejarse de su punto de partida. Se hunde en las dimensiones que le fueron dadas, la tierra y el viento. Obedece a dos avideces el árbol de la fuerza: altura y profundidad. Parece que logra más en el primero, aunque no llegue a conquistar la saciedad de ninguno de sus dos afanes.

Avanza cauteloso hacia el núcleo terrestre y hacia el cielo. Quizá cuando descubre que no logrará llegar a donde pretende, se conforma, se expande, sin más ambición que los lados, como para liberar la tensión del anhelo insatisfecho. Se deshace. Tronco y raíz se vuelven extremos de una rectitud que se disgrega, en varias direcciones, sendas inciertas, que se niega a sí misma, se cansa.

Por supuesto, él mismo es una frustración que dura y pesa. Prefiere el frío, aunque no tolera la sed. Muestra sus preferencias. Será porque no le gusta necesitar, será porque también ha renunciado a requerir lo que deseaba, alcanzar la cumbre y tocar el centro. Incluso puede extenderse sobre terrenos herméticos, al menos esta suerte de revelaciones le fue dada, la gracia de andar por caminos indescifrables y trascenderlos… Al menos esto. Desde luego, la raíz se introduce profundamente para alimentar una madera que, injustamente, no permite ser invadida. Tan firme se presenta el madero frente al agua (tan bebida por los rizomas), que se colocan en el fondo del barco, para que se dediquen a resistir a los imperios que circulan por ambientes acuosos, a ejercer la función de contener, de separar con desdeño lo contenido de la escurridiza protagonista de ese escenario tan suyo, que en otras circunstancias, tanto vivificó.

El roble empezó a dormir cuando dejó de soñar. Es de notar que, si pudo reprimirse, si sepultó las ambiciones que lo tenían despierto, entonces verdaderamente es capaz de soportar cualquier cosa. El hombre, que ya se dio cuenta de esto, lo aprovechó. Maravillado como está con la dureza del corazón de este arbóreo ejemplar, ha querido colocarlo debajo de él, en señal de su propio dominio, a lo que subyace la ostentación tácita de su fragilidad, y han sido rieles, duelas y naves los humillantes destinos que la más conquistadora de las especies ofreció al roble.

Pero hoy se desdibuja la grandeza de lo que otrora se veneró. El árbol sagrado de los celtas, el roble, que reverenciaban por ser el canal por el que descendían las bendiciones del firmamento hasta su hogar, las energías de lo alto, y les parecía tan propio de la divinidad, que sólo de él surgían las ráfagas de fuego que consumían los cuerpos de los reyes, ocurrida su muerte. Simbolizaba la puerta, el poder y la fuerza de Hércules, la resistencia y el triunfo.

Que nunca pierda el roble su carácter ni su significación. Que siga siendo principio de construcción del espíritu y del mando. Que la puerta para acceder a donde se liba la eternidad, permanezca abierta. Que el roble siempre asuma su posibilidad de alumbrar.

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Paloma Robles Lacayo se define como La mujer del tiempo, La duquesa del Beso, Un imperio de mujeres junto al mar, Alguien indefinible. Contacto en: fuegoeingenio@yahoo.com.mx.