
En estos últimos días del año, saco cachivaches de los rincones más insospechados de la casa y me decido, a veces con verdadero pesar, a entregarlos al camión de la basura o a llevarlos a los sitios donde deben ser depositados, por ejemplo, los viejos monitores de las primeras computadoras de escritorio que hubo en el hogar y que son, a estas alturas, verdaderos artículos de museo.
Como las campañas.
Nuestros candidatos, cuando son candidatos y después cuando se convierten en servidores públicos y gobiernan —a nuestras órdenes, se supone— apuestan casi en lo general a la desmemoria popular. Podemos recordar una ingrata experiencia con un trámite, con un hotel donde nos atendieron mal, con un médico que nos dio un diagnóstico incorrecto o el tratamiento inadecuado, y al que nunca volvemos. Es más, si podemos, hacemos correr la voz de que es pésimo y a ese ya ni acudir.
Pero si un regidor, un alcalde, un diputado, un senador, hace campaña y se presenta en nuestro domicilio, nos pide el voto, se compromete a trabajar por los ciudadanos para que no se aprueben nuevos impuestos, para que el presupuesto incluya recursos para dignificar nuestra colonia, nuestra calle, nuestra ciudad; dice que será honesto, que no se corromperá y que castigará ejemplarmente a aquellos colaboradores suyos que sí lo hagan o que no trabajen, le creemos y le damos el voto.
¿Cuántas veces nos han decepcionado, y cuántas otras hacen una nueva campaña, ofrecen lo mismo… y volvemos a votar por lo mismo?
Y luego nos sentimos engañados. Defraudados. Burlados por el servidor público en cuestión; pero si nosotros, sus votantes, el dimos la oportunidad de volver a engatusarnos.
Hay que puntualizar en las excepciones, pero son tan pocas…
El 2012 apunta a ser un año paradigmático, la oportunidad de renovación del ser humano en muchos sentidos por las señales que sobre él dejaron nuestros ancestros, pero también por los escenarios político-electorales que tenemos en puerta, principalmente con la elección de quién será el próximo presidente de este país.
Un México dolido, triste, que no vive la violencia en todo su territorio pero que sí la padece en una buena parte de él de manera terrible y cruenta, espera un nuevo gobierno en todos los sentidos. El actual se ha negado sistemáticamente a escuchar a todas las voces, las de los expertos que una y otra vez le echan en cara lo inadecuado, ineficaz e insufrible de su estrategia para enfrentar a la delincuencia (particularmente la del narcotráfico) y la de cientos, miles de ciudadanos que hablan a nombre de ellos, de sus familias y de sus víctimas, muertos y desaparecidos, con un Ya Basta que sale desde el fondo de su dolor.
Algunos candidatos (y una candidata) anuncian la prolongación de la guerra en este país nuestro. Otros no anuncian nada, hasta ahora navegan por las orillas del tema y no tenemos en claro qué harán si ganan, si les damos nuestro voto, si les toca, en estos momentos, la rifa del tigre que es gobernar al México que dejará Calderón en el 2012.
¿Y nosotros, los que aquí vivimos y podemos decidir, qué cachivaches vamos a tirar? ¿Qué vamos a hacer para dejar en claro lo que sí queremos y lo que ya no?
El descanso del fin de año es un receso para pensarlo, y muy bien. Haré lo propio, y por aquí nos encontramos en el 2012.
Paz.