HORIZONTERIO
Paloma Robles Lacayo
16 de diciembre de 2011
Como un mosaico, hecho con cortes únicos y variopintos, las galaxias se integran de esa misma riqueza, aunque el origen de los diversos componentes sea común: los primeros elementos y su deseo de unirse. Porque todo surge así, del hidrógeno y helio, que van poblándose de sí mismos hasta volverse otros, más complejos, y acaso más felices. Así pues, ocasionalmente renuncian a las bondades de la individualidad para conquistar las ventajas de la solidez que parece dar la colectividad.
Desde luego, también hay incertidumbre, vaguedad, y por lo tanto dispersión, en las figuras del gas, que no es sino un albornoz que atrapa y defiende al vacío, y el polvo, de andar veleidoso, y entonces, impredecible. Eso es una nebulosa, el sector de convivencia de ambos. La nebulosa es la expresión de la armonía entre la individualidad y la pluralidad, pues el gas está compuesto de hidrógeno y helio, mientras que el polvo es la conjugación de estas sustancias con pares de sí mismas. Además, son perfectos nidos de estrellas, las cuales se declaran formalmente constituidas cuando hay tantas fricciones en el eje del enjambre de materia interestelar como para trascender la soledad del hidrógeno, mediante fusiones tan emotivas como resplandecientes. Después de la decadencia de un sol, éste regresa a la opacidad de la que vino, y se disipa en el firmamento, para alumbrar la posibilidad de más nacimientos estelares.
Los astros andan en parvadas generacionales. Para el caso de los jóvenes, se llaman cúmulos abiertos, y se ordenan como uvas en racimo. Paulatinamente se separan, como haciendo su propio mundo, y hasta imponen su órbita en torno a la galaxia a la cual pertenecen. Mientras, los viejos siguen muy juntos y coinciden en cúmulos globulares que se perciben así, como esferas de miríadas de estrellas maduras, con gran atracción entre ellas, con mucha necesidad de cercanía dada la afinidad, y que, en conjunto, tanto se alejan del centro de su galaxia (al que circundan desde un halo exterior), como de su juventud.
Si arbitrariamente se asociaran en parejas los objetos, exclusivamente los que cumplen la condición de brillar, las estrellas, y se consideraran extremos de alas imaginarias, se tendría una referencia universal de lo que puede llegar a ser la envergadura. Y es que tal vez los cuerpos celestes no sufran desplazamientos significativos, pero no lo necesitan, pues naturalmente se encuentran en el lugar al que aspiran los seres animados que pretendan volar, el espacio sideral.
Finalmente, el corazón. El agujero negro, la cavidad del más profundo misterio, el seno de lo increado. Alrededor de él gira la galaxia entera. Está hecho de la muerte de fulgores, y de silencio, pero su fuerza es tan grande que no puede eludirla ni la luz.
Los secretos de una galaxia pueden conocerse gracias a un telescopio, que la desentraña, que logra escucharla mediante el desafío a la distancia, para saber lo que tiene por decir, para descubrir lo que estaba oculto, sepultado en millones de años luz. Para conocer a la galaxia, entonces, se requiere de una nueva manera de mirar, educada bajo la mesura de un instrumento.
Nosotros estamos hechos de galaxias. Todo, en nuestra vida, orbita, como en el interior de nuestros pensamientos, rondando los soles de los que nos hemos apropiado.