Los tacones de la ninfa descalza

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HORIZONTERIO

Paloma Robles Lacayo

12 de enero de 2012

Sobre ellos se apoyaba el mundo, que es una mujer. A veces robustos, otras tantas, esbeltos, catapultas hacia el infinito. A su paso tiembla el universo entero, cual rama sobre la que se posa el ave. Agudos alfileres dibujan, como bastón de mando sobre la arena, petroglifos que encierran la verdad del tiempo. Torres que sostienen soles. Campanarios de sonrientes voces. Inasibles raíces que pasean sobre las desconcertadas superficies. De ellos pende la Tierra en el escenario del cielo.

La mujer… los coloca debajo de sí misma para conseguir su elevación. Se entrega a la cumbre siempre nueva entre las alturas. Y sin embargo, usa tacones para venerar el suelo. Se ofrece en sacrificio ritual para que su presencia… deleite. Cree en la belleza del esmero. Sacraliza aquello de lo que se preserva: el piso. Su andar se vuelve reverencia. La satisfacción de la elegancia eclipsa los asomos del agobio: perder el equilibrio, turba. Se vuelve un haz fulgurante que atraviesa el horizonte pleno.

Los tacones son monumentos al donaire, espejos que magnifican la dimensión de la gracia. Pese a ello, avanzan acompañados del vacío necesario para que existan. Un halo inhabitado los alberga. Nada los alcanza. Pilares de una guarida inaccesible en la que se reserva la vida. Inflexibles columnas que retienen secretos, atrapan suspiros. Pirámides invertidas que hacen brotar deseos. Su canto es vigoroso e inquietante, como de sirenas.

Pese a que están unidos, acaso integrados, al conjunto que los acapara, son claramente diferentes, identificables. Como un estallido, un mínimo contacto les causa un regocijo expansivo en el que se encuentran con la piel. En este acercamiento esencial, en esta complicidad gozosa, andan sobre la misma línea de luz, pierna y tacón, por pares. Prometedoras plataformas, auguran el depósito de esculturas celestes.

Inquisidores, desdeñan la tierra que los acoge, que les permite entrar en su seno, la que se dispone a recibirlos en sus entrañas. Contrariamente, los tacones prefieren los territorios inviolables, aunque no los puedan penetrar. Tal parece que no es ése su propósito. En la primera, podrían sembrar lunas, estelas, ciclos. En los segundos, apenas y pueden hablar. Aunque imaginarias, y por lo tanto efímeras, se inclinan por las obras logradas en los segundos. A la primera naturalmente cautivan con su asistencia. No faltan más esfuerzos ni movimientos que el arribo. Todo está dado y al mismo desprecian por una concurrencia tan aparente como fugaz con los otros.

Qué afán de endiosar seres que no les ofrecen la eternidad… Y sólo por la intención de no perturbar. ¿Qué detiene a los tacones? ¿Quién los acusará? Habría que incitarlos a soñar. Sólo la figura del futuro, que se conquista con la trascendencia, podrá consagrar este momento. Por qué esperar…

*

Paloma Robles Lacayo se define como La mujer del tiempo, La duquesa del Beso, Un imperio de mujeres junto al mar, Alguien indefinible. Contacto en: fuegoeingenio@yahoo.com.mx.