Retener para dar

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HORIZONTERIO

Paloma Robles Lacayo

19 de enero de 2012

Como buena mujer de clima cálido, es vulnerable al frío. Sin comprender por qué lo prefiere, resiste mejor la privación que el extravío de la abundancia acuosa. Su tolerancia a las alturas es limitada, como si la cumbre no fuera su búsqueda. No va muy alto, antes pues, cede porque es su naturaleza, derramarse, aunque no penetre profundamente. Cae porque, al no ser ave, no puede engarzarse en el viento, y por eso, se conforma con el alivio del suelo. Tampoco se aleja de su corazón. No se enrosca en sí misma, porque no es una serpiente, pero sí se asoma un poco hacia la realidad, en la que se encuentra con lo demás que, una vez visto, cohabita con amabilidad. Y vive así, extendida sobre el piso, recibiendo cautelosamente el celeste brillo, que con mucho prodigio respeta porque teme, aferrada a una tierra de firmeza imaginaria, o verdadera, mientras dura la ausencia de persuasivos ventarrones.

No se sabe si de tallo subterráneo o raíz, una desorientación vertical o un logrado fin de crecer hacia abajo, es que afloren estas esferas, que de tanto valor la llenan, y que, por lo demás, no son sino arquetas que atesoran la luz dormida del agua. He ahí, en sus entrañas, reserva aquello a lo que tan indiferente se muestra en la superficie. Y protege bien a lo preciado. Le da forma de soles, a los que sepulta, para esconder, y alimenta. Se construye su propia constelación. Ya que no interviene en la que le da origen, sí decide en la que conforma. Confiere a sus níveas estrellas, capas térreas, para camuflarlas y no perderlas. Sin embargo, son descubiertas. Alcancías destinadas a permanecer afortunadamente llenas, puesto que no habría forma de robar sólo su contenido. No haría falta que su licor, de absoluta pureza, posea dulzor. A pesar de ello… lo presenta.

Pero esta mujer sabe con certeza lo que quiere, y lo defiende. Importan sus estrellas enterradas, muertos en floración, y sólo a ellas libra del veneno de su estirpe, rebosante en sus semillas, que una vez retirado, deja dispuestas.

Esta mujer es una fiel veneradora de la muerte. Sus hijas estelares llegan en la época de culto del ocaso de la vida, noviembre, quizá como intuitivamente provenientes de esta eternidad celeste a la que ascienden los difuntos, por lo que ellas se vuelven acompañantes del tránsito por la nostalgia. Además, obtenerlas significa el sacrificio de su madre que finalmente se ofrece e integra a la sepultura de la que viene, para nutrir estos momentos y a mejores sucesoras. Todo su dolor ha corrido sólo como un grito por el tiempo. Apenas y se ha enterado el silencio. No se concibe fuera de la intimidad en la que existe. No acepta ni a su igual.

Al fin, será más esperanzador pensar que las jícamas, no por su fulgor interior, iban a ser espléndidas hijas, sino acaso, inmarcesibles lágrimas, que felizmente arrancadas, ayudan a su fuente a dejar de llorar.

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Paloma Robles Lacayo se define como La mujer del tiempo, La duquesa del Beso, Un imperio de mujeres junto al mar, Alguien indefinible. Contacto en: fuegoeingenio@yahoo.com.mx.