Las cosas como son

Los niños a veces «arreglan» asuntos de grandes

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Un asunto que llama hoy la atención con mucha fuerza, sobre todo en las escuelas, es el denominado bullying, acerca del cual están circulando no pocas alertas preventivas e incluso sirenas a todo volumen. En este modo de aproximarse a la cuestión, se esgrimen argumentos morales, se habla de mundos sin violencia, figuran los derechos humanos, los derechos constitucionales, y una ristra muy amplia de temas correlativos.

No obstante, en mi experiencia en la consulta he tenido ocasión de atender unos cuantos casos, y me gustaría comentar —sin el menor deseo de desdecir a nadie ni de corregir a ninguno—, que el costado familiar juega un rol por demás determinante. Es cierto que el niño o la niña en su propio ambiente (entiéndase sobre todo escolar) es quien lo padece, pero detrás de ese fenómeno está la relación familiar, en su amplio contexto lo que no se ha podido o querido ver, lo que se mantiene apartado, excluido del corazón, y aun del hogar de esa familia —por ejemplo familiares no reconocidos, conductas impropias de los pequeños a los grandes, incluso “secretos”.

Según muestra la evidencia, la dinámica que se establece en el denominado bullying comprende la asignación de dos roles: el del infante víctima y el del grupo abusador, en cuyo caso se tiende a enfocar los esfuerzos, la atención, los reflectores vigilantes, en los grupos de agresores, y en contraste se presta menor la atención a los infantes que resienten el embate. De manera general, lo que se procura es atender la desconsideración palmaria.

De entrada, en lo que a mí respecta como facilitador, en ningún momento consulté a los niños agredidos, sino a sus padres, pues como ya he comentado antes: las dificultades de un hijo de familia, en realidad son reflejo de las que hay entre sus padres, o en su red familiar. Y nadie mejor que los propios padres para conocer la historia de ese niño o niña. Lo admirable fue que esos niños, que padecían el acoso, estaban representando, con su postura frente a los demás, a alguien o algo muy importante en su historia de vida (en los pocos casos que he visto) que sin embargo fue excluido. Un pariente a quien se le niega reconocimiento como miembro de la familia, un tratamiento injusto de algún hijo hacia los grandes de su familia, incluso puede hacerse notar por este medio la virtud de una persona salvadora o protectora, cuando el presunto agredido es defendido por otros u otras.

Es decir, estos niños o niñas padecían las afrentas, las agresiones, el señalamiento de sus compañeros como si se tratase de una encomienda (claro, no consciente) a través de la cual muestran que hay alguien, o alguna situación, en la historia de vida de sus padres que requiere ser atendida, o vuelta a incluir, o tan solo mirada con respeto. De ahí que se sacrifiquen esos niños, que expongan su dignidad, que asientan al impulso del grupo contra ellos.

Obviamente, es decisivo detectar las características específicas de cada caso, es decir, reconocer si la exclusión escolar, el apartamiento, el acoso, se produce con base en la edad, el sexo, las capacidades o las discapacidades, las habilidades, el estatus socio-económico o lo que sea. No todos los casos son iguales, ni su solución es la misma, pues el corazón de un niño, sin ataduras y con el amor a su alcance, se entrega a su manera a lo que considera una misión, una encomienda, un sacrificio, para que sea mirada otra persona de un tiempo anterior (o aun del actual), que tal vez fue tratada con injusticia, que fue echada de la familia sin contemplaciones, o incluso para hacer visible a quien le rescató de lo difícil.

Se trata de una situación complicada, es cierto, la cual sin embargo está movida por un impulso amoroso profundo, que tan sólo intenta por este medio empujar la re-conciliación, provocar la re-inserción, hacer visible la necesidad de equilibrio, aun a costa del propio bienestar. El mejor esfuerzo, naturalmente, para arreglar estas situaciones lo tiene que hacer los padres, pues los hijos son en este sentido inocentes, guiados a ciegas por su corazón dedicado. Así pues, según mi experiencia, al mismo tiempo de mirar a los agresores, hace falta, y mucha, brindar la atención requerida al agredido, quien está diciendo algo muy importante, especialmente a su familia, aunque todo ocurra en la escuela.