La tragedia de las cenizas

Compartir

HORIZONTERIO

Paloma Robles Lacayo

16 de febrero de 2012

Viven escondidas. Son la parte muerta que está dentro de lo vivo. En tanto, habría que reconocer que son lo que permanece tangible, como su propio cadáver contenido. Son las únicas verdaderamente inmortales y, aunque inexplicable, siempre florecen.

El fuego, que adivina su presencia, es el único que logra hacerlas evidentes. Es como un tamiz natural, que distingue lo inerte de lo animado. A pesar de su espíritu caprichoso, se dedica a dar certeza. Para eso nació. Y él, que sólo puede brotar por el ardimiento de lo que ha tenido aliento, deja al descubierto aquellas formas (como manchas, impuras, de distinta condición y alcances) por las que decide el viento.

Tienen una historia variopinta. A la vista nacen del universo colorido que es la llama, en la que se reúnen fugazmente el azul sereno, y el lúdico amarillo, y el rojo desafiante, y el naranja conciliador, y la venerable luz, y el incitador calor. Sin embargo, no por descender de este abanico tomaron algo de su fuerza. Es decir, para ser reconocidas, y sólo pueden serlo si están solas, atravesaron un umbral de mosaicos multicolor y no se sintieron inspiradas por él. Pero su tragedia estriba en ser un hilo conductor ingratamente sepultado, un camino subterráneo que incluye muchos puentes a cielo abierto, debido a la fatigosa e inexorable sucesión de vidas y muertes que sufren las cenizas, y no por ello tener un rostro menos oscuro. Sea acaso la turbación de asumir importante y meritoria una permanencia desigualmente reconocida por el gran pintor. Y por osadía, o por descaro, o tal vez por vestigio de aquel gran esplendor del que proceden y al que avanzarán, y hasta como reflejo del fulgor que las alumbra frente a los ojos del mundo, tienen también una cara blanca, aunque ni siquiera ésta pueda brillar. Son tan diminutas que nada pueden albergar, ellas son las que habitan un espacio circundado y expansivo que alcanza su mayor dimensión en la insignificancia relativa de las que lo trascenderán.

Absolutamente silenciosas, opacas, reservadas, sin pretensión que ensombrezca el gozo, o la confianza, o la resignación de perpetuarse irremediablemente… Su consuelo es esperar, sí, que el fuego las libere del ente que las retiene, para que una vez ligeras y divididas de lo mutable, puedan despotricar, vociferar al viento, al fin, nadie entenderá esa graciosa danza de palabras, y su dolor seguirá siendo íntimo, aunque hubieran puesto el corazón para compartirlo.

*

Paloma Robles Lacayo se define como La mujer del tiempo, La duquesa del Beso, Un imperio de mujeres junto al mar, Alguien indefinible. Contacto en: fuegoeingenio@yahoo.com.mx.