Aunque en el Renacimiento, el humanismo estuvo dedicado al estudio de las lenguas antiguas, también se distingue por dar la importancia correspondiente a las lenguas “vulgares”, llamadas así las lenguas romances porque eran consideradas del pueblo en oposición a las lenguas clásicas (griego y latín) que se utilizaban para tratar asuntos académicos.
Francisco Sánchez de las Brozas y su contemporáneo Pedro Simón Abril abogaron por que la enseñanza de las ciencias, la filosofía y el derecho fueran en las lenguas vernáculas y ya no en latín como se hacía en la Edad Media.
A partir de entonces los estudiosos de la lengua empiezan a argumentar, con el propósito de defender su lenguas maternas, que el hecho de hablar un lengua vulgar no significa hablar como se habla en el vulgo, sino que también puede haber un “arte de buen hablar” aún en lenguas romances.
Por lo tanto, Juan de Valdés y Garcilaso de la Vega se proponen reinventar la literatura castellana, sacarla del estancamiento en el que se encontraba y ponerla a la altura del imperio al que pertenecía.
Entonces, la confianza en el castellano llegó a los literatos y gracias a eso hoy tenemos acceso a la literatura del Siglo de Oro Español que tanta riqueza nos ha dejado con autores como Lope de Vega, Pedro Calderón de la Barca e incluso el mismo Miguel de Cervantes Saavedra.
Esta confianza poco a poco fue incrementándose a tal grado que derivó en elogios tales como que el castellano era una de las 72 lenguas en las que se fragmentó el hebreo, luego de la construcción de la Torre de Babel.
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Yunuen Alvarado Rodríguez es licenciada en Letras Españolas, egresada de la Universidad de Guanajuato. Actualmente realiza su trabajo de titulación bajo la dirección del Dr. Andreas Kurz.