El tiempo descubre la verdad.
Lucio Séneca
Vicente Fox Quesada, candidato, llamaba tepocatas y víboras prietas a los priistas.
Vicente Fox Quesada, gobernador de Guanajuato, recorría el territorio nacional y otros países declarándose aspirante y suspirante a la Presidencia de la República, mientras dejaba el changarro encargado a su amigo Ramón Martín Huerta.
Vicente Fox Quesada, candidato tan anticipado, hacía “rounds de sombra” (así le llamaba él) y azuzaba al pópulo nacional que, a través de la exitosa estrategia del llamado “voto útil” lo llevó, diríase que con todo y el PAN o a pesar de él, a la Presidencia de la República.
Iba sin Marta Sahagún. Al menos, no en el estado civil que luego adquirieron en común.
Vicente Fox, presidente, mandó de vacaciones la doctrina.
(Entre muchas otras cosas). Se olvidó de Guanajuato, del panismo local que lo encumbró, del respaldo que sectores importantes del empresariado local le concretaron.
Se convirtió en un hombre paralizado, dice ahora él, por el contrapeso que tenía en el Congreso de la Unión, se dedicó a armar escándalos amorosos mediáticos y a encumbrar en ellos a su consorte y a los hijos de ésta.
Publicista, mercadólogo exitoso en una de las trasnacionales más importantes del mundo, al fin y al cabo.
Pasaron sus seis años, regresó a San Cristóbal —su cacicazgo familiar— y con dinero sacado de quién sabe dónde y entregado por sepa quién (disfrazado todo de donativos que quieren ser anónimos y de los que la Secretaría de Hacienda tampoco da pistas) pero de cuyos orígenes todos sospechamos, levantó su centro de estudios al estilo de los ex presidentes estadunidenses.
En el Centro Fox se hace de todo: cursos de verano para niños, talleres de pintura, exposiciones pictóricas, semanas culturales, monjes tibetanos, talleres para microempresarios, conferencias de líderes mundiales, conciertos de Juan Gabriel, el día de la madre, seminarios de estrategia electoral para enseñarles a ganar… a los candidatos del PRI.
Los niños de las escuelas son invitados a ser “presidentes por un día”. Visitan las febriles réplicas de la oficina del gabinete y de la oficina presidencial en Los Pinos —con falsas ventanas en las que se pegaron imágenes tamaño natural de los jardines de Los Pinos, para recrear todo el cuadro— y, por supuesto, tomarse la foto con el ex presidente que sacó al PRI de ahí, de su añorada residencia oficial de Los Pinos.
Y poco a poco, Vicente Fox se transmuta, en aras de protegerse a sí mismo, a Marta, a sus hijos, a sus hijastros, a su centro multifacético —porque las evidencias así lo indican—en los años transexenales y ante las ventajas del priismo, deslizando, sugiriendo primero, y exclamando después, que hay que levantarle la mano a Enrique Peña Nieto.
Porque el PAN eligió mal.
Porque AMLO no (y de ello se ocupó Fox en el 2006).
Porque Calderón miente y se equivoca con su guerra.
Porque Peña Nieto “no es rencoroso” (¿con él?).
Porque… ¿qué esperábamos?
Es Vicente Fox.